Cultura

'Faraón' se escribe con pajarito

La exposición de Abu Simbel pone en marcha una nueva guía para escolares repleta de fantasía, diversión y amor por los misterios.

el 27 ene 2014 / 21:00 h.

TAGS:

1boina Aunque hayan pasado 3.400 años desde que lo labraron, la cosa no admite duda: cuando uno ve un relieve de colores en el que aparece una procesión con un montón de porteadores cargando con un paso que lleva en lo alto una representación de la muerte y resurrección; cuando además aparece al lado un colega vestido a la antigua quemando incienso (por muy faraón que sea) y otra muchacha con uniforme tocando música (por muy Nefertari que se llame), lo que se viene a la cabeza cabe en dos palabras: Semana Santa. Ahí nada más que falta un escriba cantando una saeta y llenando el cielo de sentidos y dolientes jeroglíficos: un ojo, un pie, una serpiente, un gusarapo... en fin, cosas que rimen con Nilo. Tal era la lengua de los egipcios. De hecho, circula por el ambiente culto (ejem) un chiste casi tan antiguo como el Bajo Imperio en el que están dos esclavos liados con las inscripciones de una pirámide, y le dice uno a otro: Quillo, ¿’faraón’ cómo se escribe, con pajarito o sin pajarito? Pues todo esto y mucho más, desde la curiosidad de esa Semana Santa primitiva hasta si tal o cual palabra se escribe con o sin pajarito, se lo van a enseñar a los niños desde la semana que viene gracias a una nueva guía especial para escolares que se pone en marcha en la exposición El tesoro de los faraones, visitable en el Pabellón de la Navegación de la Cartuja hasta el 4 de mayo. El autor de esta actividad infantil, Christian Zayas, guía e historiador del Arte, ofreció ayer a este periódico un adelanto de dicho recorrido (al que ya se pueden ir apuntando los colegios) por esta recreación en pequeñito de la colosal construcción original del sur de Egipto. Hay dos forma de ir a la exposición, básicamente. La más común es con el ceño fruncido y un garrote en la mano, dispuesto a emprenderla con los diosecitos de cartón piedra si aquello no es exactamente igual que el original, por Dios. La otra es ir a divertirse y a aprender hasta donde eso sea posible. Al menos en este caso, se recomienda sinceramente la segunda opción. De ahí que el lugar sea idóneo para niños. Entre otras cosas, porque se hacen preguntas muy aptas para chiquillos, como por ejemplo, esta: ¿qué hacen 22 monos en lo alto de la cornisa de la entrada? No será la única a lo largo de este recorrido breve en metros pero intenso en curiosidades. «Al principio pensamos en darles disfraces, pero luego, ya sabes: que si este disfraz me pica, que si este me viene grande... Así que lo que vamos a hacer es que se van a sentar todos aquí delante, en el suelo, justo frente a la entrada, y por la puerta del templo va a salir el mismísimo faraón para explicarles qué es aquello, por qué se construyó y qué misterios esconde», explica Zayas. «Será un Ramsés II un poquito engreído y presumido». Lo normal cuando uno se diviniza, si a alguien le ha sucedido. El faraón los invitará a pasar y allí dentro, en la réplica a escala de la Gran Sala Hipóstila, les irá desgranando las primeras sorpresas. Como la del paso de Semana Santa, como por qué nadie supo dónde estaba esa inmensa mole durante siglos, o como por qué el canon de belleza de los egipcios incluía el tener tortícolis (al menos, en las pinturas). Mirarán las representaciones de los dioses y las esculturas de Ramsés II, sabrán por qué trae suerte un escarabajo y qué se supone que pasaba cuando uno se moría. «Lo que más les interesa a lo niños que vienen es siempre el misterio», dice. 1jeroglificoAsí, entre relatos y explicaciones, irán conociendo las claves del imperio grafitero por excelencia, los secretos de este pueblo que aportó a la posteridad el embalsamamiento, las pirámides, las baratijas y los emoticonos. Sabrán que el templo se erigió para conmemorar la victoria en la batalla de Kadesh contra los hititas (mientras los hititas, en su tierra, conmemoraban la victoria en la batalla de Kadesh contra los egipcios: ya se sabe cómo son estas cosas de la propaganda). Y finalmente, el faraón invitará a los niños a entrar de forma excepcional en una sala donde por lo general nada más que entraban él y el sol, por ese orden: el santuario, última estancia del edificio. Allí pasarán cosas... mágicas y alguna que otra broma. Y se verán cuatro estatuas: la de Ramsés (por si eran pocas), la de Amón Ra, la de Ra Horajti (el que inspiró a E.T. cuando Spielberg visitó Abu Simbel) y el de Ptah, que, como su propio nombre indica, era un dios muy despreciado por ser su reino el de las oscuridad, el inframundo y las sombras. Terminado el paseo, cada cual seguirá con lo suyo: Ramsés II se quedará tan divinamente en la vida eterna y los escolares participarán en actividades didácticas, desde buscar determinadas figuras en las paredes del templo hasta escribir su nombre con el alfabeto jeroglífico. Y luego, los que lleven cinco o seis euros encima se comprarán con toda seguridad un llavero de escarabajo o de la llave de la vida en el amplísimo tenderete de souvenirs egipcios. Algunos se irán silboteando Campanilleros. Ay, Nilo, qué tiene el Nilo. 1estatuas

  • 1