Es más habitual que Karin Lechner se acompañe de su hermano Sergio Tiempo, dedicado también al piano clásico, que de su también hermano Federico, centrado en el jazz y en la música ligera, con la que ha edificado una interesante carrera en nuestro país, actuando en salas especializadas, acompañando proyecciones de cine mudo o ilustrando películas y programas de televisión.
Karin, que estos días ha coincidido con su amigo y maestro Barenboim en Sevilla, y se ha formado con pianistas de la talla de Martha Argerich, posee una línea interpretativa tremendamente personal. Su manera de tocar Evocación de Iberia, introspectiva, matizada al detalle, impresionista y elegante, así como su particularísima versión de Triana, también del ciclo de Albéniz, así como la colorista y rotunda Danza del fuego de Falla con la que nos deleitó, confirmó a una a pianista de excelente calidad.
Por su parte, Federico exhibió probadas aptitudes para improvisar y recrear música con extraordinaria fuerza a partir de referentes clásicos, y sin perder su carácter primigenio, el espíritu de Debussy y Albéniz según el caso. La recreación jazzística de música clásica la han cultivado grandes intérpretes desde Uri Caine a Dave Grusin, y a este último se acerca la línea melódica y virtuosa del pianista argentino. En sus dos incursiones conjuntas, con Ravel (Mi madre la oca) y la tanguista propina, los hermanos convencieron con astucia y complicidad, pero desaprovecharon sus posibilidades de diálogo y confrontación. Es curioso cómo clásica y jazz tienden a darse la mano hasta en las grandes superficies comerciales, en cuyos departamentos de discos suelen compartir espacio.