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La carreta rociera

La vieja carreta castellana de nuestra Edad Media pasó al Nuevo Mundo a partir del Descubrimiento. Y con los castellanos llegaron también los bueyes retintos del Bajo Guadalquivir.

el 15 sep 2009 / 04:34 h.

La vieja carreta castellana de nuestra Edad Media pasó al Nuevo Mundo a partir del Descubrimiento. Y con los castellanos llegaron también los bueyes retintos del Bajo Guadalquivir. Hay constancia histórica de que, ya desde el siglo XVI, en las grandes planicies rioplatenses la carreta se utilizó para el desplazamiento de hombres y mercancías entre Buenos Aires y las lejanas ciudades del interior del actual territorio de la República Argentina. Por los grabados y descripciones que tenemos de este tipo de medio de transporte, podemos afirmar que, en su morfología, se trataba de un modelo prácticamente idéntico al que desde siempre se ha utilizado en nuestra tierra para hacer el camino del Rocío.

En su estructura básica se componía de una plancha larga con tres travesaños longitudinales unidos con vigas de madera (costillas) y cubiertos con un piso (solera). El travesaño central (pértiga) se prolongaba hacia delante, de modo que los bueyes pudieran ser uncidos mediante yugos a su apéndice terminal (llavija). El interior quedaba conformado como un gran cajón, muy profundo y bajo, que ofrecía descanso a los viajeros y espacio para almacenamiento. Se cubría con un alto toldo curvo montado sobre combadas guías de madera o metal que le daban en la parte superior ese corte semicircular tan característico. En cuanto a las ruedas, siguiendo también el modelo castellano, estaban compuestas por segmentos o pinas con llantas habitualmente metálicas y radios de madera que convergían en su centro o cubo. Eran ruedas inmensas de gran diámetro que permitían sortear cauces secos y cursos fluviales vivos. Este modelo descrito es el rioplatense que, como podrá observar el lector, se asemeja extraordinariamente al prototipo rociero.

Es interesantísima la descripción que de este carromato realizó el famoso viajero francés Alcides D'Orbigny, vicepresidente de la Sociedad Geológica de Francia. En el relato de su periplo por la recién nacida República Argentina (publicado en París en 1844), describe pormenorizadamente la carreta rioplatense: el timón y yugo al que se uncían los bueyes, el gran cajón que servía de habitáculo y despensa a los viajeros, la curvilínea armazón del techo, "las ruedas, muy altas, a fin de cruzar las tierras inundadas", la lentitud del desplazamiento, etc. A su juicio, "una tropa de carretas así preparada resulta de verdad imponente y forma una línea prolongada que gana majestad en medio de aquellas soledades". Exactamente igual que nuestras altas carretas rocieras con sus grandes ruedas chirriando con el roce o frotamiento de sus ejes al atravesar bosques de pinos y arenales; o vadeando secos o caudalosos cursos fluviales, como bien ha sabido describir mi gran amigo de la infancia, el poeta Aurelio Verde, en sus letras inmortales. El Vado del Quema es el momento cumbre de este peregrinar rociero. Es un método de transporte universal.

Pero en las inmensas pampas argentinas y en nuestra Baja Andalucía la carreta ofrece unas más claras afinidades morfológicas como vehículo de desplazamiento. El propio D'Orbigny, desde una sensibilidad paisajística muy genuinamente romántica, expresaba con admiración que "esta vida de movimiento y reposo alternativos por soledades interminables, traía involuntariamente a mi imaginación exaltada la historia de los antiguos patriarcas, de los Abraham y Jacob, errando como nosotros por otras soledades, a la sombra de las palmeras de Cedar y por las arenas de la vieja Mesopotamia". Esa es la diferencia. Porque en el caso de nuestra romería rociera, el destino de los peregrinos es otro: llegar a la Ermita y postrarse a los pies de la Reina de las Marismas.

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