Cofradías

La Paz amarra un Domingo blanco

La cofradía se resarce de la dolorosa estación de penitencia del año pasado con una salida brillante y presume de la incorporación de un nuevo 'Osuna' a la cuadrilla.

el 13 abr 2014 / 23:00 h.

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Un nazareno ayuda a un niño a ajustarse el capirote a las puertas del templo del Porvenir. / Pepo Herrera Un nazareno ayuda a un niño a ajustarse el capirote a las puertas del templo del Porvenir. / Pepo Herrera La meteorología tenía una deuda con la hermandad de la Paz, que el año pasado vivió una durísima jornada que dejó a la hermandad empapada y exhausta, y se la pagó con un cielo tan azul que no dejaba hueco alguno para la duda. Tan azul, que tiraba a blanco. Buen presagio en la iglesia del Porvenir, donde el Domingo de Ramos tiene ese color. A las puertas del templo de San Sebastián, la Semana Santa comienza cuando el palio neogótico asoma bajo el dintel y el sol comienza a iluminar, de abajo a arriba, el paso plateado, los respiraderos brillantes, la saya y el manto blancos de la Virgen de la Paz, los jarrones de claveles blancos, las esquinas de gladiolos blancos, el frontal de frecsias blancas, los varales de plata, las bambalinas claras de malla y el cielo blanquecino del palio. Sólo le falta a la Virgen cuando asoma a la puerta, y empieza a sonar su marcha, Virgen de la Paz, que completen su imagen con los miles de pétalos de flores, todos blancos, que recibe desde los balcones más cercanos a la iglesia. La cofradía, que el año pasado vivió un verdadero esperpento, tras un cambio brusco en el tiempo que empapó a sus nazarenos y obligó a separarse a sus dos pasos, refugiado el misterio bajo el arquillo del Ayuntamiento y el palio bajo el Postigo hasta que pudieron reencontrarse en la Catedral, tenía que resarcirse este año y todos pusieron de su parte. El templo estaba atestado, lleno el jardincito en el que desde hace años se acomodan las familias de los nazarenos, repleta la calle, copadas por los coches las calles, las aceras, los descampados. Madres con tacón de aguja vestidas con llamativos colores, padres con traje de chaqueta y corbata, niños con pololos y camisitas de salir aguardaban para mezclarse con los nazarenos, porque en esta cofradía, muy del barrio, en cuanto la fila de capirotes –blancos– se hace con la calle, la gente se hace con la cofradía, mezclándose en una marabunta festiva que se hace fuerte en las esquinas aguardando las revirás. Quizá sabiendo lo que entretiene eso al cortejo, la hermandad decidió este año adelantar su salida un cuarto de hora, por lo que, rondando la una de la tarde, era el misterio dorado del Señor de la Victoria el que dejaba atrás el templo y se adentraba en la calle Río de la Plata. Con su barco barroco, su brillante exorno floral en color rojo, su llamativo llamador con la forma de uno de los puentes de la Plaza de España y su cera apagada –el camino es largo–, salía al barrio tras una primera levantá dedicada al padre del capataz, Antonio Santiago, y una segunda presenciada por su madre y dedicada «a todas las madres». Lo esperaba una saeta que logró dejar en vilo a los asistentes, pendientes de si el saetero Manuel Cuevas podría volver a respirar tras semejante alarde, o si se le iría el último aliento en un verso que parecía no tener fin. Le tocaba luego el turno al palio, cuya primera levantá, «por los niños que están en el cielo», llegó precedida de un retazo de historia de hermandad: «Osuna, qué me gusta escucharte, artista», dijo el capataz. «Ya tenemos dos Osuna bajo los pasos, y otro más en el cielo». El primer Osuna estuvo de nazareno en la hermandad hasta que falleció. Al segundo, al que desde hace años llama el capataz del misterio para dirigirse a la cuadrilla de costaleros, acaba de unírsele un sobrino que será a quien llamen bajo el palio. Un Osuna para cada paso de la cofradía. «¿Y cómo se llaman, de nombre?», «¿De nombre...? Yo qué sé... ¡Se llaman Osuna!». Ycon Osuna bajo ambos pasos, la Paz se adentra en las calles de su barrio, donde a pocos metros la esperan ya los ancianos del centro de mayores Santa Gema, todos sentados en el patio, aguardando para ver la cofradía. Antes de la salida se habían sucedido las visitas. No perdió ocasión el alcalde, Juan Ignacio Zoido –informado en todo momento sobre el derbi que se jugaba justo entonces–, de mostrar la cofradía al nuevo líder del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, y a su esposa. Junto a ellos estuvieron la delegada del Gobierno, Carmen Crespo, y varios concejales y parlamentarios populares. Tampoco faltaron habituales rostros populares como el del torero Fran Rivera. Pero entre los incondicionales, pocos pueden competir con la constancia de la familia Reyes Rivero, que desde que instalaron su taller de fontanería en la esquina de las calles Río de la Plata y San Salvador hace 35 años son incondicionales de la Paz el Domingo de Ramos. Cerrado ya el taller y reconvertida la esquina en recoleto local familiar, desde hace más de veinte años tres generaciones de la familia se reúnen para ver salir a la hermandad. Ayer se habían juntado «al menos 22», explicaba Emilio Reyes, ofreciendo un vaso de Coca-Cola al sediento, como buen samaritano. Alrededor de platos de carne mechada, tortilla de patata y chacinas, los Reyes Rivero disfrutaban del almuerzo una vez pasado el palio, apaciguando a la tercera generación –cinco niños, en dos grupos de hermanos– y confiando en apurar hasta entrada la tarde. «Luego los mayores nos vamos», explica Emilio Reyes, «pero la juventud vuelve de noche para ver recogerse la cofradía».

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