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La película de la semana: Atrapa el dinero y corre

La fuga de los propietarios del Kangaroo Pub, el local de moda de la Expo, acaparó los titulares de una semana en la que los tornos echaron humo

el 01 sep 2012 / 21:42 h.

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Ni la siempre atractiva visita esa semana de los Reyes de Bélgica, Balduino y Fabiola, a la muestra -donde recorrieron una decena de pabellones- logró remontar el clima general de decepción que se extendió entre los más asiduos visitantes de la Expo al conocerse la noticia. El Kangaroo Pub, el local más concurrido y emblemático de la Exposición, capaz de congregar a multitudes que pagaban ¡400 pesetas por cerveza! para escuchar en vivo la mejor música country del momento, había cerrado sus puertas de la noche a la mañana. Un escandaloso titular manchaba de grandes caracteres la primera impar de las páginas que El Correo dedicaba a la Expo 92 aquel 28 de agosto de hace veinte años. "Los dueños del ‘Kangaroo' se fugan para no pagar a la Expo". El asunto no era baladí. Con el 12 de octubre en el horizonte un aire de despedida había empezado a invadir la isla de la Cartuja. En el discurso político pesaban ya más los planes para sacar partido a los terrenos de Cartuja 93 una vez clausurada la muestra. Pero aún así, el sorpresivo cierre del local de moda de la Expo constituía una sensible baja en la oferta lúdica de los visitantes y, más aún, en el mes en que más personas, con diferencia, pasaron por los tornos de entrada al recinto.

Las tripas de aquel escandaloso titular daban como para escribir una novela. Sin poner siquiera en preaviso a sus cerca de 250 empleados, los propietarios del negocio, australianos ellos, tramaron minuciosamente su huida llevándose las piezas y objetos de valor del establecimiento y poniendo tierra de por medio para evitar el pago a la Sociedad Estatal de una deuda que superaba los 70 millones de pesetas en concepto de royalties. Y ello pese a que la caja del pub, según los trabajadores, superaba diariamente los diez millones de pesetas.

Marcado por el éxito desde su apertura, el Kangaroo Pub siempre estaba atestado de fieles y hasta la familia real de Suecia se sintió atraída por su fama, no exenta de polémica y de sonoras broncas, en su visita a la Cartuja para presidir los actos del día nacional de su país en la Expo. Amén de su música en directo, el local se convirtió en cita obligada de las noches de la Expo por un novedoso "espectáculo" que empezaba a hacer furor, el karaoke, "en el que el público subía a escena para interpretar canciones famosas".

Cuando se conoció su sigilosa y meditada fuga, los empresarios del Kangaroo ya volaban rumbo a Sidney, llenando de incertidumbre el futuro de unos 200 de sus empleados, de nacionalidad australiana.

No era la primera vez que la Sociedad Estatal asistía con estupor a una fuga empresarial. Primero fue Jean Louis Gordá, propietario galo de Ever Flora, quien abandonó la isla con varias facturas pendientes una vez llegó al convencimiento de que en la Cartuja no había hombres románticos capaces de conquistar a las damas con una flor, ni damas dispuestas a cargar con una rosa en la mano mientras esperaban la cola del pabellón de Canadá a 40 grados a la sombra. Para entoces ya estaba arruinado. Más que salir corriendo, al belga Benoir Chatel, concesionario de la explotación de los trenes neumáticos de la Expo, lo despidieron cuando los trabajadores de los trenes se pusieron en huelga al retrasarse en el pago de sus salarios. Sobre el belga pesaba además una orden de búsqueda y captura de la Interpol por presunta estafa. ¡A eso se le llama tener ojo a la hora de conceder la explotacióm del negocio del trenecito y los coches eléctricos, eh!

Tras varios días de desasosiego, de contactos a larga distancia con los antiguos propietarios del local, de negociaciones con sus trabajadores y de estudiar las ofertas presentadas por otras compañías con establecimientos en la isla de la Cartuja, el negocio más existoso de la Expo lograba reabrir sus puertas para general regocijo de los 8,2 millones de visitantes que, desafiando las altas temperaturas del ferragosto sevillano, llenaron calles, avenidas, parques y pabellones de la muestra en el mes en que más personas desfilaron por la Cartuja a lo largo de toda la Expo.

Con 8,2 millones de visitas, agosto supuso un impulso definitivo a la estadística final de público, congregando en sus 31 días el 31,4% de los más de 26 millones de personas que hasta ese momento habían visitado la isla. Y, claro, los que más sufrieron el espectacular incremento de visitas fueron los empleados de Urbaser, la empresa encargada de la limpieza viaria de la Expo. Su director, Alberto González, le contaba el 31 de agosto a Lourdes Pérez Morgado, una de las impenitentes enviadas especiales de El Correo a la Exposición Universal, que de las 100 toneladas diarias de basura recogidas en el recinto en meses anteriores se había pasado a las 180 de promedio desde que se inició agosto, lo que estadísticamente suponía que cada visita en la isla de la Cartuja producía 700 gramos de basura por día.

El rastro de los residuos no dejaba lugar a la duda. Los puntos negros del recinto eran el Camino de los Descubrimientos y el Camino de las Acacias. Ahora bien, por la noche el panorama difería bastante y en ciertas áreas el cúmulo de basuras no era nada edificante. La Plaza Sony, el borde del Lago de España y el Jardín del Guadalquivir concentraban un elevado número de residuos cada noche, especialmente cuando había actuaciones. "Entre los desechos destacan sensiblemente los plásticos y las latas", detallaba en el reportaje el director de Urbaser sin entrar en más detalles en la tipología de algunos residuos plásticos.

Los que seguro que no tiraban ni un papel al suelo eran los trabajadores de la Expo, a los que un estudio de la Universidad de Navarra retrataba como personal de alta cualificación. La investigación, publicada en El Correo el 27 de agosto, establecía que el 80% de la plantilla de la Sociedad Estatal demostraba sobrada competencia en el futuro mercado laboral andaluz, o lo que es lo mismo, podría generar beneficios a largo plazo. Aunque beneficiosa de verdad fue la Cabalgata alternativa a la oficial que la noche del 31 de agosto organizaron 800 trabajadores de la Expo para curarse de las imposiciones de 134 días de trabajo. Por unas horas, nadie podía sellar el pasaporte.

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