Cofradías

Miércoles Santo: De viaje al ecuador

De cómo los barrios abren sus zaguanes y las casas se dan la vuelta.

el 31 mar 2010 / 21:54 h.

El de ayer fue un viaje al ecuador de la Semana Santa. La travesía de un día, a mitad entre el fervoroso Domingo de Ramos y el doliente Viernes Santo, en el que muchos barrios trastocan sus hemisferios; un Miércoles cuya línea divisoria acerca el Norte al Sur y viceversa. Así ocurría, ya a media mañana, en el barrio de San Antonio. La Semana Santa había abandonado, horas antes, la plaza de San Lorenzo, con los últimos compases del Dulce Nombre, y ya se había trasladado una manzana más al Norte, hacia la calle San Vicente. Todo estaba trastocado. La pescadería de San Antonio seguía abierta a una hora inusual, pero ya como una suerte de balcón a ras de suelo desde el que contemplar a la Virgen de la Palma; en el bar Rodríguez no sabían si despachar cafés o cervezas -las horas se habían juntado también en ese Ecuador intangible de miércoles- y Rafi, regente del antiguo Bar San Antonio, redoblaba veladores.

Hasta Sixto Tovar, amabilísimo propietario del celebrado bar Eslava, había dado una vuelta de tuerca a la jornada: el interior se mostraba vacío y una gran mesa celebraba, desde el exterior, el gran día que vivía el barrio. Hay quién dijo, incluso, que este modo de sacar la casa a la calle -algunas se dan la vuelta como un calcetín, sin olvidar que el mobiliario luego debe volver a su sitio-, es la versión primitiva de las sillitas plegables. Y es que hay cosas que ni los avances urbanísticos, que desordena pero iguala tristemente los paisajes, logran cambiar.

Y si desde el ecuador se viaja hacia el Este, el Miércoles Santo se detiene, ineludiblemente, en el barrio de San Bernardo. Son las 10 de la mañana y las calles Tentudía, Santo Rey y Cristo de la Salud tienen ya sus casas abiertas. "Esto es como un día de Navidad, con menos frío, pero con la familia cerca, de reunión y de unión. Aquí vamos a desayunar, comer y cenar. Hasta que no entre el Cristo de la Salud no se vuelve nadie a sus casas", relataba a El Correo una hospitalaria vecina desde el balcón en el que colocaba las pertinentes colgaduras.

Pero como decimos, este Miércoles Santo fue tan fronterizo, tan divisorio -en su sentido de amplitud, de abarcarlo todo- que hasta las bullas parecían más llevaderas. "Qué bien vamos por aquí, ¿no?, ¿se habrá ido mucha gente a la playa?", le comentaba, ingenua, una joven a su amiga mientras cruzaba la cofradía de La Lanzada a su paso por la Alameda de Hércules. Las chicas, que se dirigían ignorantes a San Martín, se encontraron con la grandeza de un día de Semana Santa que es pórtico de una gloriosa recta final pero que "saca a muchísima gente a la calle. te lo dije", le recriminaba la compañera al toparse con el tumulto.

CARRITOS DE BEBÉ. Y hay algo este año también inusual. Es cierto que la bulla está en la calle, pero no lo es tanto que las localidades de la Carrera Oficial estén "medio vacías". Se quejaba ayer de esta situación el abonado Antonio Cernús, propietario de cinco sillas en la Avenida de la Constitución, a la altura de la confitería Filella. A saber: explica este cofrade que las normas de acceso a los palcos este año están siendo tan restrictivas que no se puede entrar con carritos de bebés y niños. "Hay que dejarlos en la Plaza Nueva, pero sólo hay cien plazas. Además, este aparcamiento cierra a las doce, y ayer la última pasaba por aquí a las doce y media. Estamos indignados", confesaba Cernús, que asegura que hay al menos "30 familias perjudicadas".

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