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Nuevos caminos que conducen a la Buena Muerte

el 15 sep 2009 / 01:58 h.

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"¿Seguro que sale por aquí?", consultaba una mujer en la esquina de la calle Doña María de Padilla con San Fernando. El guarda de seguridad, por enésima vez, asentía. El atajo para sortear un tramo de catenarias pilló por sorpresa a los sevillanos, pero no a una hermandad experta en hallar vías alternativas.

Los Estudiantes sorteó, una vez más, la incomodidad del trazado. Hace tres años, en la Semana Santa de 2005, ya utilizó la callejuela situada entre el Rectorado y el hotel Alfonso XII para esquivar las obras del Metro en la calle San Fernando. Y este año no iba a ser menos, sobre todo después de que la cofradía hiciera público en contadas ocasiones su descontento con el diseño de las catenarias del Metrocentro.

Sea por el cambio de recorrido o por el paso de la hermandad del Cerro del Águila, la multitud no sabía dónde colocarse. Incluso alguno aún esperaba en los veladores de la calle San Fernando con el deseo de ver a la hermandad de Los Estudiantes desde primera fila. Sólo se percataron de su error cuando vieron que la cruz de guía no iba de frente, sino que torcía dentro del vallado universitario a Doña María de Padilla.

Los más espabilados, en cambio, siguieron a tiempo la alfombra gris perfectamente colocada sobre el suelo de la lonja universitaria para protegerlo del goteo de los cirios, que salieron encendidos desde el comienzo de la estación de penitencia.

Encerrados. El eco de las marchas del Cerro del Águila se sentían, ya a lo lejos, al final de San Fernando, pero el portalón de hierro con el que la hermandad del Martes Santo iba a acceder hasta María de Padilla seguía cerrado. Parecía que tenían que llamar a la puerta. Y lo hizo la cruz de guía que, nada más asomar, hizo que los miembros de la hermandad se apresuraran a abrir de par en par la reja, que rompió el silencio con un chirriar que sonaba a antiguo.

Luego sería un niño, sentado en uno de esos carritos de bebé, el que se encargara de no dejar muda a la lonja. "Mira, abuela, ese no tiene la vela encendida", decía el pequeño, mientras las filas de rúan negro iban manchando la alfombra grisácea, que esperaba la llegada de la Buena Muerte.

Y el Cristo llegó envuelto en una aureola de silencio sepulcral. "No achicar que no se puede", gritaba un ayudante del capataz, Antonio Santiago, desde uno de los costeros traseros del paso. Aminoraron el ritmo para no chocar con la gente que estaba en María de Padilla. Y allí se produjo el primer relevo de costaleros bajo el paso, con la misión de superar la empinada cuesta para embocar San Fernando. La cruz se enterró bajo un monte de lirios morados y, con ritmo pausado, el Cristo de la Buena Muerte surcó el pequeño tramo de raíles que le separaba de la calle San Gregorio. Pero sirvió sólo este pequeño trayecto para ver estampas inéditas, como el de un numeroso grupo de personas que esperaba al Cristo de la Buena Muerte sentados en los bordillos de la parada del Metrocento de Puerta de Jerez.

Penitencia. Tras el paso del Cristo de la Buena Muerte, llegó la fila interminable de penitentes, que venían, cruces al hombro, a expiar sus penas y que venían separados por los banderines de las facultades. Una seña de identidad de la hermandad estudiantil que, sin embargo, soportó la doble penitencia generada por los que, intentando entrar en la lonja universitaria, se adentraban en la maraña de cruces, lo que dificultaba, aún más si cabe, la estación de penitencia de estos hermanos.

La espera se hacía interminable para algunos, que no podían atisbar la llegada de la Virgen de la Angustia. Pero estaba por llegar y lo anticipaba la carrera del capataz Antonio Santiago, que se dirigía raudo y veloz con su hijo a la puerta de la Universidad después de dejar a buen recaudo al Cristo de la Buena Muerte. Tenía que sacar al palio de Los Estudiantes, que este año salía con el estreno del faldón delantero.

Apenas pasó una hora desde que saliera la cruz de guía, cuando el palio pisó la lonja universitaria con los sones inconfundibles de Virgen de los Estudiantes, la composición con la que Abel Moreno adaptó en 1987 la canción del Gaudeamus Igitur, santo y seña de los universitarios.

Al compás de varias marchas llegó hasta el recoveco de María de Padilla y, después de girar, se notó un cambio en el ritmo. La banda de Alcalá de Guadaíra dejó las marchas y con el único sonido del repicar de los tambores, le dio ritmo al palio para que, de una sola chicotá, recorriera casi por completo la calle San Fernando. Sin prisas pero sin pausas, sorteó con éxito las catenarias del Metrocentro, que también evitaría a la vuelta, cuando la hermandad de Los Estudiantes decidió nuevamente adentrarse por el interior de la lonja universitaria.

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