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Oro, plata y azabache o Julio Aparicio en Madrid

Tres tardes: triunfo del 94, horrible cornada de 2010 y corte de coleta del pasado martes

el 01 jun 2012 / 20:18 h.

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Tres tardes en Madrid han marcado a fuego la trayectoria de un diestro sevillano que el pasado martes, sorpresivamente, decidió retirarse del toreo después de una aciaga actuación en Las Ventas que certificó que su tiempo había pasado. De alguna manera, el coso madrileño ha sido el marco escénico en el que se han marcado los vértices del triunfo, la tragedia y el fracaso de una carrera marcada en dientes de sierra. Son tres fechas alejadas en el tiempo; las tres, sin salir de Las Ventas, escenario de la gloria y la derrota de un matador de dinastía -hijo del gran Julio Aparicio y de la bailaora Maleni Loreto- que no podía ser otra cosa que torero.


El Oro, la plata y el azabache elegidos en sus vestidos simbolizaron sucesiva y casualmente las etapas profesionales de este artista al que quisieron nacer en Sevilla y que encandiló a los aficionados hispalenses en una novillada matinal celebrada en la Maestranza en el lejano abril de 1989. Aquel festejo le colocó a las puertas de la alternativa, que toma en el mismo ruedo del Baratillo, en la tarde del Domingo de Resurrección del año siguiente. Aparicio se había colocado en las ferias para vivir sus mejores momentos profesionales de la mano del imprescindible taurino Pepe Luís Segura, que le firma sus temporadas más intensas.


Pero Aparicio, sin renunciar a grandes faenas aisladas, no consigue consolidar su oficio y tiene que luchar con una lesión inoportuna que le saca del tablero de juego en 1993. En esa tesitura se organiza su confirmación de alternativa en Madrid. La fecha escogida es el 18 de mayo de 1994 y el padrino, Ortega Cano. El diestro elige un vestido grana bordado en oro y aunque pasó sin pena ni gloria con el toro de la ceremonia, escaló la cumbre de su propia carrera con un trasteo vertiginoso, revelador, sorpresivo y deslumbrante que partió en dos aquella isidrada. Ése fue el techo de una carrera que no alcanzó nunca ese mismo nivel y que luchó siempre con el exigente espejo de esa faena madrileña que ya es mito.


Pasaron tres lustros en los que no faltaron idas y venidas y Aparicio, a la vuelta de una carrera que ya no daba más de sí, hizo el paseíllo en Madrid el 21 de mayo de 2010 vestido de sedas negras y bordados en plata. El primero de la tarde, de Juan Pedro Domecq, le hizo perder pie al trabarle con las pezuñas. Al caer al suelo y sin poder quitárselo de encima, le atravesó la mandíbula en una espeluznante cornada que salió por la boca. Las terribles imágenes dieron la vuelta al mundo en pocos segundos. La estrella apagada de Julio Aparicio volvía a estar de actualidad por ese trágico percance del que se recuperó milagrosamente. Pero el torero, incapaz de calibrar sus propias capacidades, quiso rentabilizar esa inesperada notoriedad que no podía sostener en el ruedo. La decadencia definitiva la confirmaría al año siguiente en Sevilla, mostrándose incapaz de aprovechar las buenas condiciones de un gran toro de Cuvillo la misma tarde que Manzanares indultó al célebre Arrojado. La cuerda ya no se podía estirar más.


Pero cuando menos se esperaba, Aparicio llegó a un sorprendente acuerdo con Ortega Cano para que éste se hiciera cargo de su apoderamiento. Era el mismísimo día de los Inocentes y aunque costó convencer a los más escépticos la noticia era una certeza. Ambos se felicitaron por esta nueva andadura, preconizando recitales que no iban a llegar. Fuera de Sevilla y con dos tardes apalabradas en Madrid por su flamante apoderado, naufragó por completo en el primero de esos compromisos venteños. La gente le esperaba de uñas en su segunda tarde, el pasado martes, vestido esta vez de fucsia y azabache. El diestro sevillano esbozó algunas ganas pero no pudo ser. Ya saben el resto: dobló el sexto de la tarde y pidió unas tijeras para que El Fandi, en presencia de Miguel Ángel Perera, le cortara la coleta ¿para siempre?

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