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Sangre, arena... y mucho Betis

90.000 personas lo han visto en internet recibiendo a un toro a portagayola con su camiseta verdiblanca. No fue una chulería. Saúl Benayas lo hizo para comer. He aquí el drama de su vida.

el 04 oct 2011 / 18:27 h.

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La del desdichado Saúl Benayas es la historia de un hombre que se quiere morir. Su figura a secas, sin nombre ni nada, se hizo famosa gracias a un vídeo que rueda aún por Youtube, en el que aparece recibiendo a un toro a portagayola, con la camiseta del Betis, en un festejo de pueblo. Todo lo que hizo allí, desde jugarse el pescuezo hasta encararse con los municipales, que acabaron dándolo por imposible y dejándolo a su suerte ante chiqueros, fue para ver si sacaba tres perras pasando la gorra tras su exhibición. De aquel lance prodigioso en San Martín de la Vega, a finales de abril pasado, salió el muchacho ileso, triunfante, con 150 euros en el bolsillo pagados a escote y 90.000 fans internautas que ignoraban su identidad, pero se reían con admiración de su bizarra locura, llamándolo El Torero del Betis. Y ahí acaba todo el jolgorio. Porque lo cierto es que de las cinco grandes cornadas (tres en el cuerpo, dos en el alma) que ha recibido este novillero madrileño de 28 años, las que no han atravesado su piel son precisamente las que amenazan con llevárselo a la tumba: la mala fortuna que arrastra desde que nació y el que Laura, su novia desde hace tres años, acabe de decirle que "a día de hoy" ya no lo quiere como pareja. "Un cornalón de caballo que me ha partido el corazón", según diagnóstico formulado por el propio interesado. Testimonio de su terrible abatimiento es que, cinco minutos antes de esta entrevista, esta semana, Saúl escribió en una red social: "Hoy me despido del toro y de la vida." Por fortuna, el periodismo también es experto en recibir a portagayola, como se puede ver por las cicatrices.


"Estoy fatal, hundido. A veces, si le soy sincero, digo: aquí se me acaba la vida. He pensado muchas cosas", susurra Saúl, con el primer eufemismo que su tristeza le pone en los labios. Su sueño sería poder venirse a Sevilla ("Madrid no me gusta") y trabajar donde fuese, de lo que fuese, y mejor todavía si le encontraran alguna cosita en el Betis de su alma, o en algo relacionado con la lidia. "Amigos, en Madrid, no tengo, aunque nací aquí y vivo aquí, porque me crié en Córdoba. ¿Familia? Mis padres están separados desde hace 27 años y yo cumplí 28 el 25 de septiembre pasado, así que... Aparte, tengo que decir que jamás han sido como mis padres; ellos han preferido ser como amigos para mí. Mi madre no se acuerda ni del día de mi cumpleaños. Voy a verla a veces; soy yo quien se preocupa de no perder el contacto. Mi padre... mi padre se iba a montar plazas de toros cuando yo era pequeño y yo me quedaba solo. Con once años me escapé camino de Salamanca porque quería ser figura del toreo, y me puse a pedir por las casas para comer. Hoy vivo con mi padre y le tengo que pagar un dinero. Si no, me echa de casa. La única persona que se ha portado como tal ha sido mi abuela, pero ya está mayor." Su afición por los toros no le ha dado mejor trato: "He recibido tres cornadas. Tengo una placa de diez tornillos en el brazo, que si no me lo llego a poner delante de la cara me da una cornada en la sien el toro y me mata. Al final, me perdonó la vida. Pero lo peor ha sido que me deje Laura. Fíjese: hace tres semanas me volvió a pegar una cornada un toro, y cuando me llevaron al hospital para operarme y vi las agujas, me dijeron los médicos que cómo iba a darme miedo eso a mí, después de las cornadas. Pero ya ve: hay cosas que dan miedo y otras que no. Y a mí me da mucho miedo porque la chavala dice que no le ve arreglo."

Saúl asume las culpas de la ruptura por no haber sabido tratarla como ella se merecía, y por haber antepuesto su pasión bética a su novia. "No estoy hecho polvo; lo siguiente. Haría lo imposible por recuperarla. Pero a veces el amor es muy malo y se vuelve en contra." Es el colofón a una crónica de calamidades, adversidades e infortunios surtidos cuya única faceta alegre parece ser el Betis, entendido no ya como una afición más o menos intensa, sino como culto, devoción y apoteosis. "Es curioso", dice, escarbando en busca del porqué de esta pasión: "Cuando era pequeñito, vi a un nene que iba con su padre y que llevaba la camiseta puesta. Entonces me puse a hablar con él, y me dijo que el Betis es más que un sentimiento. Así que empecé a mirar los partidos, de vez en cuando... y poco a poco le fui cogiendo lo que era. Porque a mí, antes, el fútbol me importaba un carajo", advierte. "Y con el tiempo, después de tantos partidos, me preguntaban y yo decía que era del Betis. Y cada día siento más amor por el Betis."

Al Sevilla FC no lo puede ni ver. El domingo pasado estuvo en el Calderón animando al Atlético. Porque él, cuando anima, anima: a ver al Glorioso, como él dice, se va con un megáfono, lo que puede dar cierta idea de hasta qué punto sobran en ese momento las citas de Kierkegaard en la grada. Sus gritos de aliento le han reportado también cierta fama entre sus correligionarios verdiblancos, incluido un cuerpo técnico que lo tiene como medio adoptado y que de vez en cuando le pasa una entrada, como sucedió con el Getafe, partido para cuya contemplación ya había trazado Saúl un plan en el que aparecían los verbos encaramarse y partirse la crisma. O sea, "que me vino la Virgen a ver". Palmerín, la mascota del Betis, también es su amigo y le echa las manos que puede: "Un amigo de categoría." Habla maravillas de otros cuantos del club. En especial, de "una persona que se está portando conmigo de maravilla, que es El Curita, el utillero [Jose María Acuña]. Porque... ando mal hasta de ropa, y El Curita dice que a ver si me regala un chándal." Total, que entre las ayudas en especie, los festejos taurinos a los que acude en ocasiones con la cuadrilla de José María Lázaro, las pasadas de guante en las capeas de los pueblos, el tiempecito que estuvo en el McDonalds y las veces que lo llaman de la taberna Makandé, la que tienen montada Los Morancos con su amigo Alduccio en Santa Engracia de Madrid ("qué bien se portan todos ellos conmigo", dice Saúl Benayas), de momento ha reunido lo justo para querer morirse si no le cambia la suerte, que hora va siendo ya. Quien quiera echarle una mano, que se lo diga: cordobataurina@hotmail.com. Si tiene rayas verdes, todavía mejor.

Así sucedió

"Unos días antes", empieza a contar Saúl, "estaba como siempre: tieso. No tenía ni para pagar el piso, debía el teléfono, ni un duro. Tristemente lo digo... me tenía que colar en el transporte. Entonces pregunté a un conocido que dónde soltaban toros ese fin de semana. Mañana por la mañana en San Martín de la Vega [Madrid], me contestó. Total, que cogí las cosas del Betis, como hago siempre, y me fui para allá dispuesto a pasar el guante; unas veces sacas más, otras sacas menos; entre 50 y 150 euros. Yo animo a la gente: ¡Venga, señores, que la Esteban gana más y trabaja menos!, les digo. Pregunté y me dijeron en el pueblo que hacía 50 años que nadie recibía a portagayola al toro, y yo vi mi oportunidad. Mis compañeros, los que iban conmigo, me decían que no tenía valor de hacerlo. Me voy a chiqueros y me dice el tío: Esta puerta no es, es la de al lado, y le digo: Ah, pues perdone usted, y me pongo en la buena. De modo que empieza el jaleo. Me viene el hombre y me dice: No, ahí no, ponte más p'atrás, y le digo: ¡Sabré yo dónde me tengo que poner! Y entonces llegan los municipales. Que me quitara de allí, que el toro no sale hasta que no me quite. Y les digo: Pues entonces traedme aquí la comida, porque lo que es el mandil ya lo tengo puesto. Se formó una buena, porque empezó a llegar la gente haciendo corro, diciendo que no, que yo no estaba borracho, empezaron a pitar a los guardias... y se fueron, intimidados: Bueno, pues tú sabrás lo que haces. Así que me santigüé, besé el escudo del Betis en la camiseta y recibí al toro. Después lo he hecho más veces. Hay gente que me llama loco. Pero yo voy buscándome la vida".

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