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Teoría del higo chumbo

el 27 ago 2011 / 21:17 h.

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En esto que aparece ayer por el puestecillo un señor mayor con sombrero y cierto apresuramiento, señala hacia una bolsita repleta de esas bellotas verdes que ha visto y comido miles de veces, agita el dedo como si quisiera picotear el contenido, casi le coge el brazo a la vendedora y pregunta a bocajarro: "¿Cómo se llamaba esto, eh?", y antes de que María Isabel complete la palabra, ya le toma él la delantera y, apoyándose en la primera sílaba que ella dice, exclama de memoria soltando todo el aire: "¡Algofaifa, algofaifa!", y sigue su camino como si el placer de recordar el nombre le hubiese llenado tanto como un buen puñado de ellas. Con el beneficio añadido de que así, comiéndoselas sólo metafóricamente, no gasta ni se le suelta la barriga. Porque las algofaifas... "Lo contrario de los higos chumbos", advierte la mujer del puestecillo, "que estriñen".

Y se ríe. "El otro día vino una muchacha, je, je, y se llevó una bolsa de cada, para compensar."
Si al doctor House se le ocurriera poner a su gente a pelar higos chumbos en un quirófano para tratar a un paciente, cosa harto probable, seguro que los suyos no tendrían menos microbios que los de María Isabel Pérez. Fruta limpísima, guantes todo el tiempo y hasta un curioso sistema de envasado que incluye cacharrito con arandela y bolsita a él enganchada, con lo cual los higos chumbos de este puesto callejero no tienen más información del tacto humano que de la galaxia de Andrómeda. Asepsia que se agradece y que forma parte del éxito del negocio, que no acaba aquí ni mucho menos.

"Con los higos llevo desde hará cosa de un mes. Antes, los caracoles. Y cuando acabe esto, a la aceituna." Es lo que tiene la vida del campesino, que no se descansa ni de higos a brevas.
Para llenar el tiempo en que la entrevista le espanta los clientes, María Isabel tiene la gentileza de explicar que los higos chumbos los cogen ellos de Los Palacios. No es que sean de otros, cuidado, sino que, como casi todo el mundo sabe, la chumbera es a la cuneta lo que Daoiz a Velarde. Linde natural entre terreno, pantalla acústica que la Creación colocó junto a las carreteras para que el ruido de los seítas no espantara a las vacas, crecen como si todo el sentido del universo no fuese otro que acabar siendo una enorme chumbera.

Y si se dijera que las coge uno y se las come, pues todavía, pero no. Menudas agujas gastan. "Hay que cogerlas con un palo así", explica, que es una pértiga de caña abierta por arriba para que tome forma de cuenco, o de trípode invertido. Se le amarra una piedra al fondo para que no se cierren los tres dedos del invento y de semejante guisa y la correspondiente maña se van arrancando los higos de las percas donde viven. Una precaución, de entre muchas: jamás vaya a por higos chumbos con el viento en contra.
"Las algofaifas, no. Las algofaifas son de un campo que tenemos", comenta la amable interlocutora. "Y la semana que viene será ya la última en que estaré aquí", porque lo que es al verano le quedan tres siestas. "Y si no uno que llega cuando ya levaba yo un rato de más, a las tres menos cuarto, y estaba recogiendo, y me dice que se los escoja gorditos.

Y le digo: sí, claro, y fresquitos los querrá también, ¿no? Se reía el hombre." Dicen que el higo chumbo se tomaba antiguamente contra la fiebre, que tiene lo que rústicamente se conoce como un viaje de vitaminas (A, B1, B2, B3), calcio, fósforo, potasio y alrededor de 55 calorías por pieza, más o menos como una pera. Si no quiere que le estriña su ingesta, siga el truco de sus ancestros: empínese el búcaro al terminar y llénese de agua. Es el fruto de los caminos y, sin embargo, es preciso pararse y tener calma para cogerlos y comerlos. Lo mismo es un mensaje de la madre naturaleza. Lo mismo no.

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