In fraganti

David Blanco nos presenta al detective fetén

Los casos de los detectives privados raramente los cuentan los investigadores. Ficción y fantasía son comunes entre los narradores. Un sabueso de verdad lo cuenta con oficio

Juan-Carlos Arias jcdetective /
25 feb 2023 / 04:00 h - Actualizado: 25 feb 2023 / 04:00 h.
"In fraganti"
  • David Blanco nos presenta al detective fetén

Según la RAE y otros diccionarios ‘fetén’ equivale a un adjetivo (estupendo o excelente) o bien describe un adverbio (fenomenal). Coloquialmente suele señalar algo -o alguien- fiable, que aloja crédito.

En materia de detectives privados encontramos moldes de ficción novelesca o fílmica angloparlante. Ligarse a lo fetén ahí entraña tener ética personal, independencia del poder y la policía, más la neutralidad ante la praxis que despliega el investigador.

También, el estereotipo del detective lejano a la mente latino-mediterránea aloja soledad, individualismo o esa alternativa ‘civil’ a la policía burócrata o corrupta. Ese es el detective que documenta casos de compleja resolución, los que a la seguridad pública le cuesta investigar. O desecha ser imparcial.

Ese detective-tipo casi siempre lo escribe alguien que no conoce tan noble oficio de cerca, de primera mano. Referencias de la ficción o fantasía más talentosa nos perfilan ese personaje que nos parece creíble, próximo y hasta asumible para cualquier español.

Antes de presentar a nuestro detective de verdad señalamos excepciones a lo escrito. Joe Gores y, antes, Dashiell Hammet trabajaron en la Pinkerton Detective Agency, germen del mismísimo FBI (Federal Bureau of Investigations) estadounidense. Las historias de tales novelistas las basan historias reales en el Mid-West o California. Sus ficciones tenían, pues, causa.

David Blanco nos presenta al detective fetén


Detectives que escriben

La nómina de sabuesos españoles que trasladan al papel sus casos más dignos de recordar es larga y atesora veteranía. En el trabajo Detective de Libro quien suscribe recorría, cronológicamente, una bibliografía que arranca con Daniel Freixa i Martí (1854-1920) con dos obras pioneras. Enrique Cazenevue, un francés en la Barcelona de entreguerras, inaugura la vis docente del investigador con ‘Detectivismo Práctico’ (1925).

La mejor historia de los detectives pioneros españoles la firma José Luis Ibáñez Ridao (Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe; Espasa 2020). Esta enciclopedia, de imperativa lectura y consulta para quien le fascine el mundo detectivesco, reitera que hay patria y vanguardia ibérica sobre lo importado del perfil anglosajón. Muchos detectives que destripaba Ibáñez Ridao fueron ‘policías cesantes’ (cobraban nómina cuando tenían el cargo, la mitad si los despedía el partido gobernante de turno) antes y después de la Belle Epoque que arrancó con el siglo XX y duró hasta el crack del 1929. Los detectives de entonces servían a la verdad, a sus clientes, no al apaño que pagan miserias, licitaciones o igualas que prosperan hoy en el mercado.

De esa jungla de palabras surge David Blanco. Es un detective toledano, de 45 años, con agencia en la Gran Vía madrileña, que da nombre a su agencia. Blanco lleva 20 años en el oficio y más de 2.000 casos resueltos.

Este profesional manchego firma un libro que recomendamos con rotundidad. A finales del 2022 publicó ‘Historias de un Detective’ –Secretos de una vida anónima- (Kailas, Madrid). El trabajo compila experiencias, trucos, tácticas y anécdotas de su densa trayectoria. En la obra, y casi como epílogo, presenta credenciales: ‘siempre quise ser un buen detective, ahora solo quiero ser un buen ser humano’. Blanco ya escribió un manual (Investigación Privada. Teoría y Práctica, Delta 2020). Es profesor en las universidades Rey Juan Carlos I y Nebrija

Los casos de Blanco recorren España y el extranjero. Responden, sin pretenderlo y con oficio, a esas preguntas que todos tenemos sobre los detectives. Esos tipos velados por el cine y la literatura que nos intrigan, nos dan morbo. Pero debe decirse alto y claro que la realidad y el deseo que acuñó el inolvidable Luis Cernuda hacen -a la postre- que el detective español sea un gran desconocido para gran parte del público.

Le lastra a este paciente observador, de un lado, la ficción. De otro, una especie de plus de maldad que tendría el detective español del siglo XXI. El que trabajaría ‘a la carta’ de resultados instigados por sus clientes y sometido a lo leonino por mutuas, aseguradoras, tecnológicas, auditoras, banca o macro-bufetes con escasos escrúpulos. La verdad, estimados lectores, parece que no interesa en los días que corren. Ni al mercado, ni al negocio, ni a los poderosos clientes de ese detective dúctil.

No queremos aquí, ni de lejos, hacer spoiler del libro de Blanco. Preferimos que lo compren y lo disfruten. Pero les adelantamos que los ‘casos’ que se relatan ahí son de verdad: encierran mentiras, infidelidades (en pareja, societarias o laborales), estafas, identidades falsas, engaños.... Ese es el cosmos, el cotidiano de cualquier detective terrenal. El que le añade papel de confesor, psicólogo o letrado.

Blanco suma también, según leemos, la veraz imaginación, el talento, experiencia y capacidad de improvisación para sacar sus casos adelante en el libro. La vía muerta, echarle la culpa al socorrido difunto o la incapacidad de dar respuesta creíble y probada a situaciones sin salida no está en el cosmos operativo del expresado detective.

Con cierto tono didáctico y memorial, Blanco endilga en cada caso que relata en el libro una frase que sintetiza una especie de moraleja. La máxima del ‘cuaderno de notas’ es algo subjetivo del buen detective que se comparte para no dejar huérfano al caso sin factor humano. Blanco oficia en su obra más rotunda como el mejor Graham Greene.

Ciertas historias de Blanco se ubican citas virtuales del amor promiscuo. Las vehiculan plataformas que ganan dinero sobre mentiras, las que introducen esos amantes de la infidelidad. En otros capítulos del libro, su autor desciende desde la cordura hasta la locura humana. La paranoia y la porfía son buenas clientes para ese detective que tiene que pagar facturas de supervivencia.

El detective Blanco aclara, y hace bien, en sus vivencias profesionales que no es un espía, ni trabaja recabando en mercadillos cotilleos de patio. Para esos menesteres y delirios varios está el ex ‘intocable’ Comisario Villarejo.

Nuestro detective-escritor no es un fantasma en su libro. Se encarna, quizá entre las hojas del volumen, desde la invisibilidad que debe tener todo investigador privado. Las historias que relata las conoce bien, de cerca. Y las analiza con imparcialidad, la de los detectives honestos que sólo deben su minuta al respeto de la verdad y esa neutralidad.

¡Cómo está el patio!

Descarta y aclara Blanco en sus palabras la impostura de los contra-detectives. Nos referimos a intrusos que alquilan licencia, son prejubilados o expulsados de la policía, ejército o guardia civil entregados a la incompatibilidad (Art. 3-Ley 53/84). O no tienen agencia ‘virtual’, obviando la seguridad jurídica que obliga la Ley de Seguridad Privada 5/14 ()

Blanco, según leemos, reivindica con su libro una profesión que a lo mejor los últimos tiempos no goza de buena reputación. Observamos que decae el número de detectives activos. Casi 1.200 hay operativos en España, sobre las 6.000 licencias emitidas por el Ministerio del Interior. El sector detectives da, sin embargo, empleo a unos 3.000 profesionales de distintas especialidades.

Blanco reivindica, de paso, con sus relatos que ya está bien de ninguneo. Que basta de esconder o matar al mensajero-sabueso del éxito para pacto o acuerdo extrajudicial ante reclamos que parecían de imposible concordia. Ese papel del detective que nutre a sus clientes, ilumina la Justicia más ciega y sólo facilita pruebas objetivas es sobre el que escribe David Blanco. Conózcanlo, por favor, no tiene padrinos. Sólo es detective.