Eduardo Olalla (sic), habilísimo delincuente

Un marchante suicidado en Madrid tras la detención de implicados en trama de venta de copias perfectas conmocionó el mundillo del arte desde 1960. Todo nació en Sevilla.

Eduardo Olalla (sic), habilísimo delincuente

Eduardo Olalla (sic), habilísimo delincuente / Juan-Carlos Arias

Juan-Carlos Arias

Una noticia que publica el popular diario sindical Pueblo el 12 de abril de 1960 desata truenos y bochorno en el cosmos del arte pictórico. El irrepetible reportero Julio Camarero (Ceuta, 1932-Madrid, 1992) la titula ‘Una banda de falsificadores de cuadros descubierta por la policía española’. El subtítulo no tenía desperdicio: ‘Copiaban las obras de los grandes maestros y sometían los lienzos a un complicado para conseguir un parecido sorprendente’ .

El reportaje arrancó con un cortejo fúnebre, desde el Instituto Anatómico Forense madrileño, y el féretro que tenía los restos del marchante Astasio Egea de la Puente, de 57 años. Fue un soltero que vivía con un hermano zapatero, esposa e hijos. En la trastienda del taller atesoraba cuadros que, tras constatarse la muerte por envenenamiento de Astasio, fueron incautados por agentes de la Brigada de Investigación Criminal.

Camarero se había trabajado la crónica gracias a sus excelentes contactos en medios policiales, judiciales más las consultas que hizo en medios artísticos y los Hoteles Palace y Ritz madrileños. Manejaba datos fidedignos y fuentes contrastadas. El escándalo que causó su crónica sobre la hasta entonces inédita ‘Operación Sevilla’ replicó la crónica hasta los teletipos de corresponsales extranjeros en Madrid.

La noticia de la trama de falsificadores llegó hasta la prensa gala. Tal realidad hizo que el entonces Secretario general de INTERPOL, Marcel Picot, pidiera explicaciones a la policía española interesándose por la red de ‘cuadros falsos’.

Aquello entrañó más zozobra al régimen franquista, como veremos, ya que las copias perfectas que almacenaba, entre otros, Egea llegaron hasta el mismísimo Palacio del Pardo. Carmen Polo ‘La Collares’, esposa del Generalísimo Francisco Franco, desconocía haber comprado a precio de auténtico un falso bodegón de Velázquez.

Las vergüenzas se destaparon en varias direcciones, por lo que al reportero Julio Camarero se le invitó a que se olvidara de publicar más noticias sobre el particular. El Director de Pueblo, Emilio Romero Gómez (1917-2003) llamó a capítulo al subordinado tras recibir llamadas de altas instancias para repetir la censura que tanto gustó el franquismo.

La fábrica de Sevilla

La crónica de Camarero fue leída por miles de ojos. Todos viajaron desde Madrid a la capital de La Giralda de inmediato. Bajo el epígrafe ‘Un taller de famosos en Sevilla’ forjaba su trabajo periodístico. Los iniciaba con el siguiente texto: ‘Está detenido igualmente el habilísimo (sic) delincuente sevillano Eduardo Olalla (sic) que realizaba las copias con asombrosa facilidad, razón por la cual ya fue detenido hace algún tiempo. Tenía montado en la capital andaluza un taller clandestino con la firma y el estilo de los grandes maestros. Según nuestras noticias, buscaba los pigmentos de la obra correspondiente al autor que iba a falsificar y luego pasaba la pintura por un largo proceso de “ahumado” y deterioro perfectamente dirigido. De sus manos ha salido recientemente un Greco que, al parecer, se encuentra en América’.

Si bien en la crónica de Camarero se habla de ciertos cuadros (un Delclaux, un Greco, un San Jerónimo, El Asalto a una diligencia de Goya, El Cristo de la familia de Mengs, La Crucifixión, un San Pedro y tres Picassos) en litigio, se da entender que estos cuadros, probablemente copias perfectas, intervenidos por la policía española eran parte ínfima de lo que se cocía con las revelaciones del periodista.

El maleante invertido

La policía sevillana conocía bien a Eduardo Olaya Araiz (1923-1974). Tenía ficha de delincuente habitual desde los primeros años de la década de los cuarenta del pasado siglo. Ya durante el servicio militar fue destinado a un pelotón de castigo por fechorías pre-mili. Su catálogo de trasgresiones abarcaba parte del Código Penal.

Lo que más hizo sufrir al copista genial y pintor total fue la Ley de Vagos y Maleantes (LVM) de 1933, que fue publicada durante la Segunda República (1931-1939). Se ideó para reprimir a vagabundos, nómadas y proxenetas, y para combatir conductas antisociales en el marco de la prevención delictiva.

En 1954 Franco reformó la Gandula —así denominaban la LVM sus víctimas— para perseguir la homosexualidad e internar en campos de trabajo o colonias agrícolas a los detenidos por tal causa.

Pues bien, Olaya jamás fue procesado ni condenado por su faceta de pintor total. Las veces que tuvo que declarar en comisaría o extraído de calabozos por sus nexos con el pincel lo fueron por ser un consumado bohemio que necesitaba mucho dinero para satisfacer sus hábitos más inapropiados. Ser homosexual en la época franquista sumaba estigmas y le regaló un alias policial con el que transitaba por incontables atestados e informes policiales: ‘La Baronesa’.

El ‘habilísimo delincuente’ con que tilda Camarero a Olaya en su crónica era alguien que en su faceta artística sedujo a los mejores compradores de obras maestras en la creencia que mejoraban los originales. Por el pudor y respeto que profesó el copista a los genios del arte que imitaba con más oficio (Picasso, Mengs, Greco, Goya, Velázquez...) jamás estampó firma alguna en los lienzos. El negocio y el más vil mercadeo era de otros. Este ‘delincuente’ era relativo, la especulación con la perfección de las copias movía millones.

Las artes de Olaya están repartidas por el mundo. Museos, coleccionistas e inversores compraron supuestos originales que acaso mejoraban las obras maestras. El pintor de las copias, Eduardo Olaya, pasó temporadas en el Museo del Prado y de Bellas Artes sevillano sentado frente a grandes cuadros que pretendía copiar.

Su mente se metía en el alma creativa del maestro de la pintura. La trasferencia del arte era telepática y sin soporte temporal. Cuando la inspiración del copista estaba lista para grabar, sus manos pintaban compulsivamente con una promiscuidad productiva increíble.

Relatan quienes estuvieron en su estudio que las pinturas del copista mejoraban los originales porque su respeto al pincel consagrado mejoraba los posibles fallos de composición, figuras, coloración, etc... que habría cometido el pintor original.

Olaya sólo pintaba. Su obra fue mercantilizada al mejor postor por la codicia más especulativa. Tuvo sólo un marchante ‘bueno’. Otros sólo vieron en este pintor fue el beneficio propio del intermediario. En Sevilla el que fuera anticuario más importante de los europeos fue su principal comprador de obra. Detallar su operativa y cómo se las gastaba es otra historia. La leerán pronto.

Más detalles sobre Eduardo Olaya Araiz en la obra del autor EL FALSIFICADOR DE FRANCO (El pintor que engañó al mundo del Arte), que publica Editorial SAMARCANDA-LANTIA, Sevilla 2023. Este periódico ofreció un capítulo gratis de dicha obra.