Morir en Sevilla, la última pesadilla

El fallecer lo explican religiones, dogmas y lo empírico. Morirse en Sevilla añade pluses de negocio, angustia, corruptelas y más tristeza tras el último adiós del ser querido

Cementerio de Sevilla.

Cementerio de Sevilla. / Juan-Carlos Arias

Juan-Carlos Arias

En 1851 el arquitecto municipal Balbino Marrón hizo bueno su primer apellido sobre un nombre de pila que tiene premio y rima. Presentó al Alcalde José María Rincón (1851-1854) un proyecto de cementerio al noroeste de Sevilla. No sabía del ‘marrón’ que causó en la desamortizada iglesia post inquisitorial, ni que sus planes urbanísticos se disiparían tanto. Tuvo que ser ampliado, y corregido posteriormente, por sus colegas regionalistas Antonio Arévalo, Juan Talavera y Aurelio Álvarez Millán.

En 1853 se inaugura el Cementerio de San Fernando. Contempló, poco después, una zona de ‘Disidentes de la religión Católica’ y de quienes profesan el judaísmo; más adelante, en 1937, se creó una zona independiente acotada por muros, para los musulmanes. Además de San Fernando hay en Sevilla un cementerio para anglicanos en San Jerónimo, llamado San Jorge, donde se repiten fenómenos paranormales.

Las hipocresías y paradojas que reiteramos, incomprensiblemente, los humanos concurren también donde reposan los restos mortales. Un ejemplo es por qué se enterró bajo el Cristo de las Mieles su escultor, Antonio Susillo. Se había suicidado, arrojándose al tren, en 1896. Como la iglesia no sepulta a quienes se quitan la vida, un ‘apaño’ que reclamaron miles de admiradores del artista, lo enterró bajo su obra, la que el escultor consideró imperfecta en vida. La historia la relata, con su conocido oficio, el experto y vecino de columna José Manuel García Bautista.

Varios factores hacen que miremos de reojo a lo funerario. De un lado, da yu-yu todo lo relacionado con la agonía, la muerte o legados sujetos a conflictos. Inclusive, describimos en #Infraganti la rapiña premortem que tantos disgustos, y dineros, dan a ‘listos/as’ en círculos familiares fragmentados.

La muerte acusa vaivenes en Sevilla. De un lado, la longevidad que impulsa el avance clínico y farmacológico retrae los fallecimientos. De otro, el Covid y sus secuelas incrementaron las defunciones, aunque las autoridades lo nieguen. En 2020 se llegó en España a los 493.776 decesos; en 2021 bajó a 450.687. Pero se está por encima de media pre-pandemia, según concurren en el INE y expertos de una patronal de las funerarias.

¿Dónde caerse muerto?

El dolor por la ausencia del ser querido literalmente acaba abrasado. Casi un 80% de sevillanos opta por el crematorio. Los miedos infernales, las culpas del purgatorio y lo asequible al bolsillo más depauperado hacen de la incineración la equivalencia de la tumba. El porqué de tal opción es fundamentalmente por lo complejo que es encontrar nicho, tumba o panteón en San Fernando. Tener donde caerse muerto hace millonarias a aseguradoras. Incontables españoles pagan el funeral, féretro y tumba o incineración por anticipado. Ese negocio es insólito para la mentalidad oriental, animista o protestante, si admitimos ejemplos de otros credos distintos al católico que consideran la muerte algo menos oscuro que el vaticanismo más ortodoxo

Pero Spain is different. De la vieja preocupación de dónde ‘caerse muerto’ se encargan pólizas del seguro con cuotas vitalicias. Pero pocos saben que pagar unos 4.000 euros que vale un entierro de golpe sale más barato, y rentable, que pagar al seguro. Pagar cuando proceda minimiza costes que pagar el entierro multiplicado, sobre todo desde que se amplió la longevidad. A pesar de la desacralización al hispalense modo hay quienes no ajustan sus cuentas premortem. Háganlas, porque sale más barato pagar cuando se deba, que sobre futuribles de la muerte, pues raramente anuncia su llegada.

Solicitar una tumba en Sevilla es como apostar por una caseta ferial. Tiene lista de espera. Hay quienes se la saltan con amistades. La honestidad de los empleados municipales es, no obstante, incuestionable. Pero hagan la prueba. Pedir panteón tarda meses en responderse, si lo tienen a bien los desbordados empleados municipales. Hay casos que hasta llegan al portal de la trasparencia municipal por el silencio recibido que superan el año. Se replica al ciudadano, si logra reclamar telemáticamente, con adjudicación ipso-facto. Dan días de plazo para pagar una concesión de 50 años, sobre los 75 previos de antaño. Pero los precios de la concesión temporal de la última morada infartan: 4.500 euros como mínimo.

Después, procede construir la tumba, pagar una lápida o erigir un panteón de suelo o pared. Aquí se registra la disparidad más desconcertante de precios. Es más caro si el proveedor está arrimado a San Fernando. Es decir, si acudimos a los más cercanos al camposanto sevillano los precios son para morirse del susto. Pero, qué pena, no hacen un dos por uno.

A cambio, eso sí, hay celeridad. Hay cuñados, compadres y apellidos que se repiten en la empresa privada y la plantilla municipal. Si cualquiera opta por alternativas a lo escrito, es decir, buscar mejor precio lejos del cementerio todo son pegas, obstáculos y expedientes con paso de tortuga. Ni de lejos puede hablarse de una mafia. Pero algunas lenguas malvadas repiten una ‘omertá’ (silencio), dentro y fuera de dependencias municipales. El tema ‘cementerio’ en siempre punto y aparte, a pocos le interesa lo que pasa allí, hasta tiene un ‘urbanismo’ singular que nada tiene que ver con la GMU que controla la construcción y obras en el término municipal.

La mayoría del negocio que hay en el cementerio está próxima a su recinto. O dentro adecentando tumbas en las vísperas de noviembre, en la puerta con puestos de flores, o en marmolerías cercanas que subcontratan a constructoras arquitectos que se prodigan en las obras. El mejor cliente funerario no es el payo. Los gitanos nunca olvidan a sus ausentes, los honran en macro-panteones, con flores, rezos y respetos ante sus tumbas. Da envidia, de la sana, a cualquier payo cómo honran a sus muertos.

Hay además leyendas en San Fernando, que mejor no detallarlas por execrables, sobre los ‘bebés robados’. Los fetos no aparecen desde que ‘salieron’ del Hospital Central (hoy sede del Parlamento de Andalucía), o el ‘Morato’ (hoy Hospital Virgen del Rocío). Aunque hay cruces, lápidas y tumbas anónimas, sólo con tierra y féretros blancos vacíos. Eso le sucedió a Carmen Lorente, líder del colectivo que busca a estos bebés.

Y qué decir de la mayor fosa europea, Pico Reja, si la unimos a las adyacentes. Los técnicos que allí laboran desbordarían su capacidad de espanto sobre los ‘registros’ de enterramientos entre el verano de 1936 y los primeros 40s del pasado siglo. Un dato: la ‘ley de fugas’ se aplicó más veces de las que el Registro Civil anotó defunciones. Es de rubor, de vergüenza ajena, el asunto.

Con respecto a la denominada memoria histórica o democrática hay mucha tela que cortar en San Fernando. En su nombre se ocultan, sí, o esconden, datos o espacios para no remover tierras, ni desvelar vergüenzas del pasado, inclusive muchos años después de la Guerra de España (1936-1939).

Si Pico Reja podría entrañar una marca macabra de la barbarie franquista del cementerio sevillano, hay otras zonas del mismo que se vedan o excluyen para excluir nuevos enterramientos. La cuestión es si el vertiginoso número de incineraciones (80%) tiene que ver con las pegas que encuentra cualquier doliente para darle dignidad de tumba con lápida a quien expira. No hablamos de la dignidad del frasquito con cenizas de las que no sabemos, con certeza, si son o no de nuestro ser querido.

Perdonen, pero se abre paso una pregunta poco retórica: ¿Acaso tanta incineración y frasco es lo más barato, cómodo y rápido para el trance de gestionar una muerte? Nos tememos que parte de quienes lean estas líneas prefieran un lugar físico donde reposar. Ahí hay donde llevar flores, honrar a sus deudos y antecesores como la humanidad, en cualquier continente y cultura, hace desde la noche de los tiempos.

Dos preguntas más brotan solas: ¿Es más ‘negocio’, pues, incinerar? ¿Por qué no se trasparentan y ofertan ‘tumbas libres o caducadas’ en San Fernando? Podría hacerse como en la licitación de casetas. Las que no renuevan o caducan, salen a concurso. La receta saldría como cuestión: ¿Más trasparencia, más derechos del sevillano, o más silencio?

¿Corrupción entre muertos?

Hay maldades que circulan sobre conflictos entre herederos por tumbas, panteones o lugares donde descansar definitivamente. Balbino Marrón no sabía el ídem [marrón] que acompañó al primer proyecto de cementerio que se ha municipalizado sobre el poder eclesial que lo regía antaño. Escribíamos sobre el reparto de bienes ante legatarios o arribistas antes del deceso, la nunca bien ponderada ‘rapiña premortem’.

Muchos más líos persisten mientras el muerto ya descansa de las cuitas de sus herederos. Las herencias yacentes generan conductas compatibles con el Código Penal, pero raramente ventiladas por la Justicia. Todos esos trapos se quedan en casa y causan rubor a cualquier ojo ajeno que los analice, aunque sea por encima. Menos mal que quienes se remueven en las tumbas nadie los percibe, pero sí es cierto que cuando hay traslados a osarios se desechan féretros arañados desde dentro. La ciencia explica que el sistema neurológico es el último que entrega la cuchara de la vida.

Los tanatorios que hay en Sevilla se han multiplicado durante los últimos años. Varias empresas se reparten el mercado ‘intervivos’ aunque con altísimos precios y, otra casualidad, demasiados parecidos las tarifas. Ejemplos son que las salas de tanatorio valen más que las de cualquier hotel. Y los traslados de féretros multiplican precios a los de los taxis o portes privados. De coronas de flores, ataúdes al gusto del atraco u otros ‘extras’ mejor no hablar. Cualquiera necesita asiento para conocer el precio, que siempre se verbaliza en malos momentos. Ver facturas de embalsamamientos, en otro nivel de entereza, exige ir ya al Cardiólogo. Y ayuda financiera.

La única explicación es el, real o ficticio, oligopolio de las funerarias y la tajada municipal que no regula, ni controla, el trampolín del servicio público al negocio privado inalcanzable para cualquier bolsillo familiar. Se ve que hacer caja no tiene escrúpulos, ni respeta lutos, angustias o depresiones. Más cuando hay muertes no naturales como ‘clientes’.

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