Y el cielo se oscureció a la hora nona

La lluvia hizo acto de presencia en un Viernes Santo descafeinado que terminó por romperse en dos para escapar de las fuertes precipitaciones predichas por Aemet

Manuel Pérez manpercor2 /
30 mar 2018 / 23:30 h - Actualizado: 31 mar 2018 / 21:57 h.
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  • Nazareno de la O ataviado con un capote para protegerlo de la lluvia. / Manuel Gómez
    Nazareno de la O ataviado con un capote para protegerlo de la lluvia. / Manuel Gómez
  • Soledad de San Buenaventura, rumbo a La Campana. / Jesús Barrera
    Soledad de San Buenaventura, rumbo a La Campana. / Jesús Barrera
  • Señor de las Tres Caídas, de San Isidoro. / Jesús Barrera
    Señor de las Tres Caídas, de San Isidoro. / Jesús Barrera
  • Virgen del Patrocinio, de la hermandad del Cachorro. / Diego Arenas
    Virgen del Patrocinio, de la hermandad del Cachorro. / Diego Arenas
  • Misterio de Montserrat, rumbo a su capilla tras guarecerse en la Catedral por la lluvia. / Manuel Gómez
    Misterio de Montserrat, rumbo a su capilla tras guarecerse en la Catedral por la lluvia. / Manuel Gómez

El sabor agridulce de la Madrugá dio paso a un Viernes Santo que, con las horas, fue encapotándose de nubes grises. Quizá la jornada quiso emular aquel viernes de Pascua en el que Jesús exhaló su último aliento en el Monte Calvario y que provocó que «desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona», como dice el Evangelio de san Mateo.

Unas tinieblas, por continuar el símil, que provocó alteraciones horarias al principio del día y que, a final de la jornada, Montserrat y Mortaja tuvieran que refugiarse en la Catedral durante unas horas. Ambas aprovecharon un claro que les permitieron regresar a sus templos saliendo por las puertas de San Miguel y de los Palos respectivamente. Asimismo, Montserrat modificó su recorrido para discurrir por Avenida de la Constitución, Plaza Nueva, Méndez Núñez y San Pablo. Por su parte, La Mortaja mantuvo el itinerario habitual de regreso, aunque a un ritmo mucho mayor. Mientras, el resto de cofradías protegieron a sus imágenes y aceleraron el paso para llegar cuanto antes a sus templos, toda vez que La Carretería y La Soledad de San Buenaventura regresaron a sus sedes minutos antes de la precipitación.

Ya La Soledad de San Buenaventura adelantó lo que se avecinaba según lo predicho por la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). Por esta razón, la corporación franciscana apresuró su paso en el recorrido de vuelta para evitar que esos malos augurios se cumplieran con el cortejo en la calle.

No obstante, el día comenzó en Campana con unos minutos de adelanto. Así, la hermandad de la Carretería posó su cruz de guía –la más antigua de Sevilla– y solicitó la venia unos minutos antes de las 18.20 horas. En un abrir y cerrar de ojos pasó la que quizá sea una de las cofradías más completas de toda la Semana Santa. Con ese aire romántico que caracteriza a la corporación del Arenal, el misterio entró en Carrera Oficial con los sones clásicos de Las Cigarreras, que interpretó marchas como Señor de Sevilla o Réquiem. Uno de los momentos más emotivos fue el discurrir del bellísimo y recatado palio de Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad a los sones de La Soledad, de Pedro Morales.

Y sucedió una de esas cosas que solo pasan en Semana Santa. Si a los presentes les supo a poco la magistral composición de Morales, la Virgen de la Soledad de San Buenaventura llegó al palquillo con las mismas notas con las que se fue el palio de La Carretería. Sobre la mano derecha de la Virgen de la Soledad, la corona de espinas y los clavos que momentos antes martirizaron a su hijo sobre un madero que ya luce vacío. Quién sabe si más pronto que tarde, esta cofradía contará con un segundo paso, el del crucificado de la Salvación. La decisión está en manos de los hermanos de esta corporación.

Con el día en hora, a pesar de lo accidentado de su inicio, no tardaron mucho en aparecer los casi 2.000 nazarenos de capas blancas desde el final de la calle Castilla para llenar la Campana de la vida que desprende el crucificado del Cachorro. Vida porque, aunque se enfrenta a su último hálito, en realidad está inspirando el último soplo de vida para repartirlo entre todo aquel que lo viere. El tiempo pareció detenerse ante la majestuosa efigie del Señor de la Expiración. La tarde quiso congelar ese aura casi tenebroso que rodeaba al crucificado y su pecho henchido de aire puro parecía querer contenerse en un eterno aliento que no dejara escapar la poca vida que quedaba de aquel pobre carpintero que resultó ser el mismo Dios hecho hombre.

El personalísimo palio de la Virgen del Patrocinio, de cuyos varales penden madroños y no borlones como acostumbran la mayoría de palios, abandonó Campana cumpliendo estrictamente el horario, si bien quiso marcharse por Sierpes con Virgen de la Victoria, dedicada a la dolorosa de Las Cigarreras y que será coronada el próximo 13 de octubre.

El mismo gesto quiso tener la Virgen de la O. En este sentido, cabe destacar la calidad musical del Carmen de Salteras, la cual no se ha visto nunca mermada a pesar de que viene de enlazar tres jornadas de ardua y compleja labor tras los pasos: Los Negritos, La Macarena y La O. La anécdota del día en la corporación trianera la pusieron los capataces. La saga de los Ariza instaló ante los pasos de Jesús Nazareno y la Virgen de la O una suerte de guardería de capataces y quiso concederle la alternativa a la que será la quinta generación de Ariza al martillo de los pasos. Mientras tanto, el jorobaíto de Triana seguía derramando la ternura que infunde su rostro. Cuán paradójico resulta mantener esa cara amable a sabiendas de la pesada cruz que carga por la redención de la humanidad. Los pronósticos de la Aemet también obligaron a La O a modificar su recorrido de vuelta a su templo. En concreto, la corporación suprimió su paso por las calles del Arenal para ir justamente detrás del Cachorro por el Postigo y Adriano. Al Nazareno le pusieron una funda impermeable y el manto de la dolorosa lo cubrieron con plásticos para evitar que se mojaran.

Desde el barrio de la Costanilla, Jesús cae por tercera vez. Su mano se apoya en la firme roca que sostiene su peso. Qué bonita metáfora entender que esa roca es el mismo Dios que aguanta las caídas de tantos hombres errantes. San Isidoro, que tenía su salida fijada a las 19.45, solicitó una demora de media hora. Pasaron algo más de 30 minutos hasta que salió la cruz de guía, teniéndose que modificar el itinerario de ida hacia la Catedral para poder pedir la venia en Campana a la hora fijada. De esta manera, los nazarenos de ruan negro desfilaron por la Cuesta del Rosario para ir directamente al Salvador y recuperar su recorrido habitual. Cuando el palio de la Virgen de Loreto se marchó por Sierpes, la jornada ya acumulaba un retraso de 20 minutos sobre el programa.

Un retraso que se solventó con el paso de Montserrat. El cortejo, de corte romántico y heredera de los estilos y gustos artísticos de los duques de Montpensier, discurrió por la Carrera Oficial con suma celeridad, aunque sin perder la compostura. Quizá el riesgo de lluvia anunciado por la Aemet también pesaba sobre un cortejo del que no pasan desapercibidas las figuras de la Fe y la Verónica, cuyo paño ha sido pintado este año por Francisco José García Rodríguez. El misterio de la Conversión del Buen Ladrón, cuyo crucificado –obra del insigne Juan de Mesa– muestra al Gran Poder dulcificado, realizó una elegante entrada en Campana con los potentes sones de la cornetería de Tres Caídas de Triana.

Además, Montserrat quiso tener un detalle con el que fuera maestro de músicos y genial compositor, Pedro Morales, fallecido el pasado mes de junio de 2017. Para ello, Tejera interpretó marchas de Morales desde la salida hasta Campana, donde se tocaron las obras Virgen de Montserrat, Cristo de la Conversión y Reina de Montserrat.

La jornada quiso tener su broche de oro cuando el paso largo y racheado de los hombres comandados por Antonio Santiago aparecieron con el misterio de La Mortaja en una Campana más vacía de lo normal a causa del fuerte frío que arreciaba en ese momento. El mismo frío, quizá, que sintieron quienes amortajaron el cuerpo de un Dios que murió por amor y oscureció los cielos en la hora nona.