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Actualizado: 06 feb 2022 / 04:00 h.
  • Pablo Font.
    Pablo Font.

Entrevistamos a Pablo Font Oporto (Sevilla, 1980), es profesor de Filosofía política, Ética y Filosofía del Derecho en la Universidad Loyola Andalucía. Acaba de publicar “La batalla por el colapso, crisis ecosocial y élites contra el pueblo”.

-¿En qué consiste el colapso social?

-Un colapso no tiene que ser necesariamente un Armagedón, una catástrofe colosal como las que suele mostrar Hollywood. Un colapso civilizatorio es una simplificación drástica y más o menos brusca de las condiciones de una sociedad. Evidentemente, no es un lento declive, pero tampoco tiene que producirse en un instante. Y cuando hablamos de colapso siempre debemos tener presentes la posibilidad de diferentes escenarios; mejores, peores e intermedios. En todo caso, en una sociedad tan compleja como la nuestra (y tan dependiente de algunos recursos, como los combustibles fósiles), una brutal simplificación conllevaría conflictos sociales de gran magnitud.

-¿Hay elementos objetivos que apunten a ese colapso?

-Hay tres elementos que apuntan a ese posible colapso (en un horizonte temporal más o menos dilatado) son tres crisis socioambientales que convergen peligrosamente en la actualidad: caos climático, escasez de recursos disponibles y pérdida de biodiversidad. Esos tres procesos ya han producido y siguen produciendo microcolapsos locales en algunos territorios.

-Tu indicas que la confrontación ideológica tiene de fondo algo esencial: “la supervivencia en condiciones dignas de la Humanidad”. ¿Hablamos de derechos humanos o de otra cosa?

-Claro. La cuestión es que la crisis ecosocial genera conflictos socioeconómico-políticos. Pero quienes cuentan con la posibilidad de evadir las consecuencias de aquella, e incluso de aprovecharse de la misma, son las élites. Que son, por otra parte, las que nos han llevado a esta situación. Las élites se están preparando para los posibles escenarios de colapso: para beneficiarse de esas situaciones, para tener las mejores posiciones ante estas, y para intentar escapar—en la medida de lo posible—a sus peores consecuencias. En definitiva, las élites están librando una guerra contra el resto, sin que seamos conscientes de eso.

Mientras, lo único que vemos son las confrontaciones entre los diversos tipos de élites. En particular, la disputa por el poder entre las oligarquías globales y las locales (neoliberal-globalistas las primeras, nacionalpopulistas las segundas) es la que radian permanentemente los medios de comunicación. Pero esas batallas son secundarias, porque en realidad unas y otras en última instancia niegan la mayor: consideran que no existe un problema ecosocial insalvable. Y además actuarán igual ante un posible colapso: sálvese quien pueda (o séase, yo).

-En este libro dices: “parece que no hay nadie al timón” de ese camino a la perdición.

-Así es. El ejercicio que están llevando a cabo las élites es muy arriesgado. Por una parte, si sigues bailando mientras suene la música te arriesgas a hundirte con el barco. El ansia de negocio lleva a perder de vista todo principio de precaución. Esto aparece en cierta forma en la gran metáfora que, a mi juicio, encierra la película No mires arriba.

Debe quedar claro, por otro lado, que la posibilidad de una huida de las oligarquías fuera del planeta es hoy pura ciencia-ficción. Lo cual complica mucho a esas élites no verse afectadas de alguna manera por un posible colapso, al menos en los escenarios peores. Pero incluso en los mejores (en los que estas minorías podrían imponer y controlar sistemas ecofascistas o ecoautoritarios de diferente tipo, o en los que señores neofeudales sobrevivirían en medio del caos), las oligarquías deberían preguntarse si esas posibilidades serán realmente las mejores para sus descendientes.

-Abordas temas que suelen estar silenciados. ¿Por qué no se abordan en los grandes medios y en la política los grandes temas que apuntas?

-En primer lugar, hay muchos intereses en juego. Y los grandes grupos mediáticos están hoy días participados por muy diversas corporaciones con ramificaciones de todo tipo. Respecto a los partidos políticos hegemónicos, aparte de su actuación como grupos de interés, se han convertido en maquinarias repletas de personas mediocres y sin conocimientos.

Además, existe en el imaginario colectivo dominante una visión tecno-optimista de que todos los problemas serán resueltos por el progreso científico. Esto es algo intrínsecamente vinculado a la cosmovisión del sujeto occidental moderno, que cree a rajatabla en la idea de progreso y crecimiento económico indefinidos. Ideas que, por otra parte, son relativamente novedosas en nuestras culturas y que la ciencia más seria se encarga de contradecir. Ya el propio informe sobre los límites del crecimiento de 1972 advertía de esto, lo que por otra parte fue también constatado por autores de gran prestigio que han sido orillados, como le ocurrió por ejemplo a Nicholas Georgescu-Roegen.

Es en este contexto, en el que la gente cree que todos los problemas tienen una solución técnica, y que la tecnología siempre tiene respuestas para los inconvenientes creados por ella misma. Es así como solemos confiar, en general, en la posibilidad de descubrir fuentes de energía cuasimágicas, prácticamente de tintes divinos, que nos alimentarían inagotablemente sin generar efectos indeseados. O en que en algún momento podremos escapar a otro planeta. Incluso -insisto- hay quien sigue creyendo que las élites disponen de un plan para hacerlo.

-Hablas también de grandes estrategias mercantiles, en términos medioambientales incides en algo que vivimos cada vez más, el “greenwashing”. ¿Es una estrategia perversa que tiene frutos? Quiero decir: ¿realmente estas grandes empresas contaminantes que hacen márquetin verde engañan a alguien?

-La cuestión es que ese ocultamiento de los límites que los grandes núcleos de poder cometen respecto a la población en general coadyuva efectivamente a que las técnicas publicitarias nos hagan ver la realidad a su gusto. Particularmente en esta sociedad en la que se nos induce de manera sutil a hacer lo que ellos desean, lo que suele dar mejores resultados que forzar directamente. En este sentido, también son víctimas de manipulación en muchos casos las/los propios representantes políticos. Porque “lo verde” se ha instalado ahora como una marca de prestigio y moda, pero normalmente encumbre muchas realidades contrarias no sólo al medio ambiente, sino también a la justicia socioambiental: algunos pueden vivir muy bien a costa de que la gran mayoría viva mal y vaya a vivir peor dada la degradación de su medioambiente.

En última instancia, el resultado final de esa operación es que nos permite seguir participando (cada cual en diferente medida, esto hay que subrayarlo) de la sociedad de consumo, pero libres de todo sentido de culpa. Y si bien la culpabilidad no es sana en sí misma, es imprescindible un claro sentimiento de responsabilidad para poder llevar a cabo los complejos y profundos cambios que requiere nuestra civilización. Sin embargo, aquí suele actuar nuevamente la creencia tecnocrática: los poderes públicos, con la inestimable ayuda de la tecnociencia solventarán todos los problemas y no será necesario transformar nuestras pautas y estilos de vida. Lo cual es mucho más cómodo, claro.

-Ahora que estamos escuchando casi en continuo que vamos hacia una “transición verde”, ¿es de nuevo una estrategia de greenwashing?

-Efectivamente, es así. Nos han mentido en cuanto a las limitaciones, las dependencias y las consecuencias colaterales que tienen los principales elementos de la llamada transición ecológica, en particular de las energías renovables y de la electrificación del transporte (no digamos respecto a la digitalización, que venden como si se alimentara a pedales). Por ejemplo, y por hablar solo de las renovables: limitaciones en cuanto a potencia energética, dependencias respecto a los propios hidrocarburos y a la extracción de minerales críticos (escasos y en muchas ocasiones presentes sólo en territorios vulnerables), y consecuencias como el colonialismo extractivista minero y la invasión de territorios para la instalación de grandes plantas (orientadas a la venta y exportación de esa energía hacia los grandes centros de poder).

Ocultar a la población esta información está permitiendo además a los grandes poderes fácticos reorientar su negocio impulsándolo con dinero público mediante ayudas como las que está concediendo la UE con los fondos Next Generation. Negocios que, en algunos casos, como en de las petroleras, estaban entrando ya en franco declive por el descenso de la disponibilidad de combustibles fósiles de calidad y baratos. Pero de pronto todos se han vuelto muy verdes.

-Te pregunto algo que tú mismo te preguntas en el libro: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

E-sta es una pregunta mucho más compleja que no tiene una respuesta sencilla. Lo que es evidente es que el proceso de acumulación capitalista en el marco de la Revolución Industrial se vio amparado por una cosmovisión del mundo antropocéntrica, ciegamente creyente en el progreso continuo, y negacionista de todo límite a la acción humana. Las raíces filosófico-culturales de esa visión de la realidad son largas; en el libro entramos a examinarlas, aunque es un análisis en proceso y no definitivo, dada la magnitud del asunto.

-¿Sale rentable para alguien esta gran crisis ecosocial?

-Lo más importante es tener en cuenta que no sólo las grandes responsables de la gran crisis ecosocial son las élites, sino que además esconden los sustanciosos beneficios que les depara (y que aspiran a aprovechar hasta el final), así como el hecho de que realmente no tienen prevista ninguna solución real para la misma, más allá de intentar librarse de sus coletazos. Todo lo cual debe llevarnos a tomar conciencia de que la ecología no es una moda, ni un sello de distinción, sino el ámbito de las luchas sociales de nuestro tiempo, las cuales deben llevarnos a pelear por un cambio de sistema y por ende de mentalidad.