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Actualizado: 31 may 2023 / 17:21 h.
  • Mesones del Serranito, cuarenta años a los pies de la Maestranza

Esta semana pasada tuve la visita de un familiar y, cómo no, la gastronomía es uno de esos puntos fuertes turístico-culturales que hay que mostrar de Sevilla. Creo que nos dejamos cosas en el tintero, pero, aun así, hicimos un recorrido, desde lo más clásico, hasta lo más moderno. Tres días dan para lo que dan. Así, sabiendo que aún le quedan muchas cosas por probar, vuelve pronto. El caso es que una de esas visitas típicas debía ser a Mesones del Serranito, en la calle Antonio Díaz que, por cierto, este año cumple cuarenta años. Toda una vida a los pies de la Real Maestranza.

Si hay por ahí algún despistado, un Serranito es una viena de pan con un filete de cerdo, jamón serrano, tomate natural y pimiento frito. Básicamente, eso era un Serranito, que suele ir acompañado en el plato de unas patatas fritas. Con el tiempo vinieron los cambios y ahora puede tomar los filetes de pollo en vez de cerdo y le incluyen en el interior del magnífico bocata una tortilla francesa que le aporta más contundencia a este invento que, según cuentan, proviene del barrio de El Cerro del Águila donde, allá por los años setenta, servía de sugerente sustento para los vecinos en los bares de la zona.

Mesones del Serranito, cuarenta años a los pies de la Maestranza

Sin embargo, fue José Luis Chávez, novillero de profesión quien, viendo el éxito que tenía este plato, lo patentara y abriera un bar en la calle Antonia Díaz de Sevilla, a los pies de la Real Maestranza, bautizándolo de esta manera. A este primer establecimiento, se le sumaron dos más: uno en la calle Alfonso XII, junto a El Corte Inglés de la Plaza del Duque, y otro en la Ronda de Triana, cerca de Torre Sevilla. Recuerdo que el primitivo restaurante que vio nacer esta sevillana cadena tenía un “soberao”. Iba a decir una planta alta, pero a aquello no se le podía denominar planta porque incluso yo, que no me caracterizo por mi altura, debía tener cuidado de no golpearme la cabeza con el techo. Sin embargo, este espacio tenía su punto y, cuando llegábamos con los amigos, era el sitio que íbamos buscando.

Años más tarde. Muchos años más tarde regreso a este restaurante, que tan feliz me hizo en mi juventud y compruebo que la evolución hizo mella en él. Bendita evolución y bendita mella. Como les decía, cuarenta años cumple este restaurante y se ha convertido en un auténtico museo. En sus paredes, siguen colgadas las cabezas de toros, pero es todo lo que queda de los recuerdos que tenía en mi mente. Eso, el frente del mostrador y los azulejos de la barra. El resto ha sufrido una reforma integral añadiendo en la pared vitrinas cubiertas con cristales donde se exponen libros taurinos, trofeos, manuscritos y un sinfín de tesoros que se exhiben allí como si de joyas se tratasen. Otra cosa que no ha cambiado es el trato del personal que, aunque lógicamente ya no es el mismo, es igual de exquisito que era antes: distendido, pero educado.

La carta tampoco ha cambiado demasiado. Los platos clásicos de la gastronomía sevillana y el pescado frito son los protagonistas y, si están bien elaborados, nunca fallan. Bueno, todo lo protagonistas que les dejan ser los Serranitos, que ya los tenemos hasta “especiales”. Estos tampoco fallan. Atención a las carnes maduradas y a la hamburguesa de buey de doscientos gramos, que en mis tiempos mozos no existían y que, si quiere salirse de lo más típico, es una interesante opción. De todas formas, déjese llevar y disfrute de lo que les ofrezcan los camareros. Nadie mejor que ellos conocen su carta y pueden guiarles y orientarles sobre qué pedir para que su experiencia se convierta en ansias por volver.

Puede que a José Luis Chávez se le resistiera el éxito delante de los toros, pero en esta vida hay muchas formas de salir por la puerta grande haciendo faenas inolvidables que queden para siempre en la retina de los espectadores, sin necesidad de capotes y muletas. Y en los Mesones del Serranito, querido Maestro, ha cortado usted las dos orejas y el rabo.

Por otros cuarenta años más de arte...