Quienes tuvimos oportunidad de disfrutar de este insigne pianista el pasado verano en Granada comprobamos la buena forma en la que se encuentra y la enorme concentración que pone en cada nota. Fue entonces un paraíso que nos encontramos después de tanto tiempo encerrados sin música en vivo, y también por eso lo disfrutamos especialmente. Interpretó entonces a Mozart y Schumann, programa con el que tendría que haber recorrido nuestra geografía y el resto de países en los que habría recalado aquella temporada de no haberlo frustrado la pandemia. El que presenta esta vez, único también que despliega por todas las plazas que se lo permiten, se centra en dos referentes fundamentales del romanticismo musical, Chopin y Rachmaninov, tan separados en el tiempo pero en cierta manera tan conectados estéticamente, no olvidemos el carácter tardo romántico del ruso, que tantas veces usó como referente en sus trabajos estrictamente pianistas al compositor polaco.
Rígido y con la mirada fija e imperturbable en el teclado de un piano desvestido una vez más de partituras, Sokolov inició su particular ritual desgranando la primera de las polonesas Op. 26 con tal delicadeza exenta de maniqueísmos superfluos que parecía nos hiciera levitar. El suyo es un pianismo puro, sin excentricidades ni exceso de temperamento, en el que se palpa la sinceridad en cada acorde, que no pretende epatar pero sí encontrar nuevas vías de comunicación a través de una música que hemos oído mil veces, buscando algo nuevo que decir sin por ello apartarse del espíritu de la obra. Eso es precisamente lo que encontramos en la segunda de estas piezas, una polonesa que en sus manos surgió siniestra y apesadumbrada, con hitos tan elocuentes como esa zona central que ofreció con suma rigidez formal, acordes secos y contundentes y silencios muy expresivos. La mastodóntica polonesa Op. 44 la recorrió con ahínco y sentido de la majestuosidad, explorando casa sentimiento y emoción en un alarde de fuerza expresiva y dominio técnico sin igual, una vez más emocionando sin imposturas ni afecciones, con mucha naturalidad y las ideas muy claras. Donde otros pianistas abordan la Heroica con fuerza y energía desde el primer acorde, Sokolov arranca más suave y poco a poco va subiendo la intensidad emocional de esta popular polonesa. Cuatro largas polonesas del tirón y tan diferentes cada una, no solo en la partitura sino muy especialmente en cómo sirven al pianista para expresar sentimientos tan variados, y que la escucha no se convierta en una experiencia monótona y rutinaria.