La buena relación forjada entre Lina Tur Bonet y los músicos afincados en Sevilla, tras las excelentes acogidas que la ibicenca ha tenido en eventos como las Noches en los Jardines del Alcázar o el recientemente celebrado Festival de Música Antigua, ha debido propiciar que fuera ella la elegida para sustituir a última hora a la inicialmente convocada violinista japonesa Mayumi Hirasaki tras sufrir una repentina indisposición. Lo cierto es que la capacidad de liderazgo de Bonet y su entrega apasionada a cada proyecto que acomete han debido pesar a la hora de abordar con tanta naturalidad y eficiencia un programa que ni siquiera ha diseñado, le ha venido impuesto y sin embargo se ha adaptado a él como un guante. Apenas ha tenido tiempo para ensayar junto a la orquesta y ni eso ha sido un obstáculo para lograr tan estimulantes resultados.
La inspiración emergió ya en el arranque con un largo sumamente reflexivo seguido de un allegro vertiginoso antes de que el arco le jugara una mala pasada a Mercedes Ruiz y hubiera de interrumpir el Concierto op.6 nº 3 de Corelli, ocasión que Ventura Rico aprovechó para con su habitual amabilidad y encomiable educación agradecer al público su asistencia y a la violinista su buena disposición, quien respondió con igual talante y refulgentes piropos a nuestra ciudad. El programa pretendía demostrar la incombustible influencia del maestro italiano en la escuela europea instrumental, la trascendencia de su legendario opus 6, cómo sirvió de modelo e inspiración al mismo cuerpo orquestal de Händel, y mostrar las habilidades al violín barroco de la invitada con uno de los imperecederos conciertos de Bach. Todos objetivos cumplidos que arrancaron con este nº 3 corelliano, rebosante de resonancias y movimientos rápidos y exuberantes, en el que Bonet y un excelente Leo Rossi, con el apoyo de la siempre espléndida Ruiz, se enfrentaron a un generoso tutti presto a imitaciones y fuertes contrastes, potenciando la robustez del conjunto. Unas prestaciones que se repitieron en el nº 4 con el que terminó el programa, destacando la meditada belleza con la que la violinista atacó el adagio, así como la suntuosidad del vivace y el dinamismo del allegro final, siempre con la orquesta plegándose en óptimas condiciones.