En la provincia de Córdoba lo llaman coloquialmente el Lago de Andalucía, aunque en realidad se trata de un embalse, el de Iznájar. Con sus 100 kilómetros de orilla y 32 de longitud es el mayor pantano de Andalucía y el tercero en tamaño de toda España. Pese a ello, los vecinos una veintena de pueblos cordobeses tuvieron que comprar agua envasada a en el verano del 2005. Un grave caso de contaminación por pesticidas de origen agrícola obligó a la empresa de aguas de Córdoba a cerrar los grifos. Si se hubiera producido en el Aljarafe sevillano lo que aconteció en Iznájar, un episodio de contaminación por pesticidas, dado que Aljarafesa, al igual que otras Estaciones de Tratamiento de agua Potable, posee un sistema de tratamiento con carbón activo, ese problema no habría trascendido hasta el usuario. Digamos que los pesticidas habrían salido del proceso en la planta potabilizadora.
En Rota, Cádiz, en la urbanización Costa Ballena, los vecinos conocían ese aciago verano de hace 13 años otro caso de contaminación del agua que salía por sus grifos. Un problema en la canalización de las aguas potable y residuales habían acabado mezclándolas. De nuevo los pantanos cedían ante las aguas embotelladas. Un problema que tenía tras de sí un coste económico mayor, ya que el agua de los pantanos pasa por un estricto control en las empresas de depuración y abastecimiento antes de su distribución.
Pero, ¿cómo es el proceso que garantiza la calidad del agua de nuestros grifos? Lo esencial es determinar las sustancias que van disueltas en el agua. El agua bruta, la que llega directamente del pantano, es sometida a un tratamiento de coagulación. Añadiendo sales de aluminio, las impurezas se agrupan en coágulos. Un polielectrolito los compacta y muestra que el agua traía consigo algo más que H2O.
El agua de los pantanos no se puede beber porque la mayoría de ellos no cumplen los parámetros necesarios para considerarla agua potable. Hay dos clases principales de contaminación: la natural, producida por la muerte por ejemplo de un animal en su orilla, que los pantanos tienen capacidad propia de depuración; pero hay otra, la cultural, la producida por el hombre, que el pantano no tiene capacidad suficiente para depurar.
El mismo proceso realizado en laboratorio se hace en los grandes tanques de potabilización. Una vez filtradas las impurezas, al agua se le somete a un proceso de afine, con ozono y con carbón activo, dos sustancias que no se utilizan en todas las empresas de aguas pero que muchas implantaron a partir de la gran sequía de los años 90.
En la sequía del 92, que obligó a Sevilla a beber agua del Guadalquivir, quedaron claras dos cosas: que la sequía iba a volver tarde o temprano, y que había que mejorar la calidad del agua. ¿Cómo? Con un tratamiento de carbón activo y ozono. Para el carbón activo como tal no hay una obligatoriedad de un uso específico. Hoy por hoy se puede lograr la potabilidad del agua sin carbón activo. Evidentemente es una cuestión de garantías.
Los grandes problemas de sabores producidos por algas como la geosmina, olores y demás efectos se anulan con un proceso de depuración con carbón activo. Pero realmente no es sólo eso: ante los problemas de herbicidas con los que se están contaminando los pantanos, se solucionan con el uso del carbón activo, que lo elimina totalmente.
El carbón activo elimina además muchos halometanos, un compuesto cancerígeno que puede aparecer en el agua de los pantanos. Su uso combinado con el ozono permite mejorar la calidad del agua. El cloro, adicionado al agua, elimina las bacterias, pero no los virus. Con el ozono no hay riesgo de contaminaciones víricas.
En la sequía del 92 se llegó a una situación bastante extrema y crítica puesto que con los medios de los que se disponía en las plantas potabilizadoras no era posible llegar a los cánones de calidad establecidos para el agua de consumo. Desde entonces se incorporaron a los abastecimientos sistemas que permiten lograr reducir el olor, el color y el sabor entre otras cuestiones, al agua.
Los métodos de potabilización dieron un salto cualitativo desde la última sequía. Fue entonces cuando hubo que aplicar la última tecnología para solucionar un problema crucial, el abastecimiento de agua. Ahora, sumergidos en una nueva sequía, que dicen los expertos que se repite cada década en Andalucía, los controles se agudizan aunque ya se cuenta con mejor tecnología para potabilizar que hace dos décadas, que permiten además ahorrar agua en su tratamiento.
Antes, en el proceso de limpieza de los filtros de depuración y filtrado el agua utilizada para esa tarea se vertía directamente al río. Desde hace años, ese agua se manda a la cabecera del tratamiento y es también depurada. Tradicionalmente en plantas potabilizadoras antiguas hay una serie de flujos de agua que eran subproductos que se tiraban al río. Ya no. En la actualidad se recuperan los volúmenes de aguas que se utilizan para el lavado de filtros de arena y carbón activo y se recuperan las aguas de la purga de los decantadores. Un agua que equivale al consumo diario de dos pueblos Aljarafe.
En el monte Torrux, el punto más alto del Aljarafe sevillano es el lugar hasta el que se bombea el agua que se ha tratado procedente de los cuatro pantanos que abastecen a Sevilla y su área de influencia. Una vez aquí, el agua se distribuye de la misma manera que se hacía en tiempos de los romanos: utilizando canalizaciones y aprovechando la fuerza de la gravedad.
Una vez tratada el agua y distribuida sólo resta que las personas que la disfruten hagan un uso racional y respetuoso de este bien natural, limitado y finito que pasa por nuestros grifos. Pero esa, es otra historia.