Nadie sabe lo que va a pasar...
En el toreo sólo hay dos estaciones: la temporada y ese largo invierno que se inicia por San Lucas y termina de desperezarse por completo en San José. Pero la onomástica del santo carpintero ya no está tan lejos y casi todos los actores del negocio siguen tentándose la ropa sin saber a ciencia cierta qué pasará el año que viene. Nadia acierta a orquestar un plan común para hacer frente a este descalzaperros. No ha concluido aún la llamada segunda ola y ya se empieza a advertir que la previsible –no sabemos si inevitable- relajación de costumbres que llevará aparejada la Navidad podría provocar una tercera marea vírica que podría convertirse en puntilla. Sería la peor resaca de unas fiestas que ya asumimos como excepcionales. No hace falta ser virólogo para aventurarlo pero, en cualquier caso, esa reactivación del dichoso covid-19 volvería a ser una nueva mina en la línea de flotación del toreo en unos meses clave para poner en pie la transición a una verdadera normalidad.
En el mundillo taurino –y las altas esferas empresariales- se empieza a tener claro que nada podrá ser como fue. Se localizan a duras penas los problemas pero nadie tiene soluciones. Eso sí: la pasada semana hablábamos de la línea roja marcada por algunos gestores para abrir las grandes plazas de toros: ese 50% del aforo que se considera necesario para poder cuadrar las cuentas. Pero todo podría volver a saltar por los aires si el famoso bichito sigue campando a sus aires en los meses iniciales de 2021... Asumiendo que sería muy complejo reeditar el formato clásico de las Fallas o la Feria de Abril volveríamos a colocarnos en la tesitura de pasar en blanco un año más marcando un peligroso punto de no retorno.
Una retaguardia en ruinas
Pero el fundido a negro del negocio incluye la calamitosa situación del campo bravo, el drama laboral del proletariado del toreo y, ojo, la definitiva decadencia de la mayoría de las primeras figuras de los últimos lustros, encerradas en sus cuarteles de invierno mientras aprieta el aguacero y otros siguen –como en el cuento de la lechera- pensando en defender sus respectivas cotizaciones. La sensación es que algunos de ellos han quedado amortizados por esta pandemia que sigue cobrándose víctimas en la familia del toro. La última ha sido el ganadero José Luis Iniesta, de nacencia sevillana y propietario de dos hierros de distinto encaste –José Luis Iniesta y Los Espartales- además de tesorero en la Unión de Criadores de Toros de Lidia en la que desarrolló una excelente labor.
Y hablando de la Unión -la más antigua y prestigiosa asociación ganadera de España, Francia y Portugal-, la semana pasada sorprendió al anunciar su pretensión de convertirse en la carpa común de todo el campo bravo. La Unión de Criadores se ofrece como marca global a las otras cuatro asociaciones ganaderas argumentando que “la crítica situación que se atraviesa en la actualidad obliga necesariamente a un planteamiento responsable y unificador de las mismas” según explicaba la entidad en un comunicado emitido la pasada semana. Se trataría, en definitiva, de unir fuerzas y objetivos frente a la actual adversidad además de establecer un único canal de interlocución frente a todas las administraciones: desde Europa hasta las autonomías pasando por los dudosos ministerios del actual gobierno del Reino de España.