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Actualizado: 18 oct 2021 / 12:49 h.
  • Morante pasea un simbólico ‘1’ en el último compromiso de su gran temporada. Foto: Twitter
    Morante pasea un simbólico ‘1’ en el último compromiso de su gran temporada. Foto: Twitter

Quedan aún por celebrarse un puñado de festejos de menor trascendencia pero la gran temporada, que ha mantenido un desacostumbrado vigor en estas fechas otoñales, concluyó con la cita de Arenas de San Pedro. El cartel, trazado con acierto y oportunidad, reunía los nombres de Morante, Urdiales y Emilio de Justo, que brindaron una gran tarde de toros al público castellano. El propio diestro de La Puebla había oficiado el día anterior el cierre del circuito ferial llenando la plaza de Jaén y cuajando de cabo a rabo a un inesperado sobrero de Sancho Dávila al que trazó una faena de primores. Su lidia también sirvió para reivindicar, de paso, la necesidad de contar con tantas y tantas corridas potables que se pudren en el campo mientras la temporada es acaparada por ese puñado de hierros que no hace falta ni nombrar. Pero ésa es otra historia en la que entraremos a fondo otro día.

Jaén y Arenas de San Pedro echaron el cierre a una atípica campaña que ha concluido mucho mejor de lo que empezó, sirviendo de nexo entre los primeros rigores del confinamiento y la puerta abierta a una verdadera normalidad –sólo se alcanzará cuando las mascarillas se conviertan en un mal recuerdo- que en el caso del mundillo taurino no está exenta de riesgos. En 2020 se han quedado un puñado de plazas grandes sin abrir y otras –caso de Sevilla o Madrid- tuvieron que esperar hasta las puertas del otoño para ponerse a pleno rendimiento. La larga feria de San Miguel que ha acogido la plaza de la Maestranza, forzada por las circunstancias y los titubeos políticos, ha acabado siendo el ciclo más completo, extenso y trascendental del año y ha servido, de paso, para delimitar las definitivas líneas de frente de una temporada, la de 2022, que está llena de incógnitas.

El número uno

Hablemos de Sevilla: Morante marcó la cumbre indiscutible de un ciclo que respondió punto por punto a las apuestas iniciales. La faena del genio de La Puebla fue una auténtica conmoción, un pellizco en el corazón de la afición sevillana que agotó el papel disponible en las cuatro citas que ajustó con Ramón Valencia. Después de Morante... nadie. Y después de nadie, los grandiosos trasteos de Emilio de Justo y Diego Urdiales. Ya hablamos de todo ello en el correspondiente resumen del ciclo otoñal. La reflexión es otra: Morante puede presumir de ser el verdadero número uno de una campaña que se echó verdaderamente a las espaldas por ambición, capacidad y sentido de la responsabilidad. Pero a todo eso hay que sumar un factor trascendental: la perdurabilidad, el halo, el poso de sus actuaciones...

No podemos olvidarnos de otros triunfadores contantes y sonantes como Emilio de Justo, con doble portazo en Madrid y dos orejas rotundas en la Maestranza. Pero hay que ir más allá para analizar el verdadero significado del podio de la temporada, por encima de cifras y estadísticas. No es otro que el triunfo de esa revolución de los clásicos que preconizábamos en estas mismas páginas, no hace tantos meses. Urdiales, Ortega o Aguado, pese a su menor regularidad, también gozan de esa atención de los públicos que deja en la tierra media –pese a su mantenido e indiscutible tirón taquillero- a un torero como Roca Rey, que debió salir más que perplejo del serial sevillano pese a sus esfuerzos.

Pero la feria de San Miguel, y la temporada entera, también han avivado el olor a naftalina que desprenden algunos toreros de la primera línea y de la clase media alta del escalafón. No hace falta nombrarlos. Morante es también ahí el único superviviente haciendo buena la ecuación de edad y gobierno. Se hace necesario refrescar carteles, dar oportunidades, abrir las ferias sin perder atractivos... En este apartado se ha llegado a un punto de no retorno que se agrava con un asunto que ronda las mesas de los despachos empresariales. Hay un par de toreros que exigen aún unos honorarios –ya no los generan ni de lejos- que será muy difícil mantener cuando se reabran las taquillas al cien por cien de sus billetajes. La pandemia también nos ha enseñado el verdadero tirón que, a estas alturas, tienen algunos matadores que deben ir pensando en liar el petate. La sensación de haber visto la película mil veces es desalentadora.

Pleito Pagés-Maestranza: una resolución inminente

Con el final de la campaña, reafirmando esa vuelta a la normalidad, también se desatan las rupturas y cambios de apoderamiento. La más relevante, hasta ahora, ha sido la de Miguel Ángel Perera que ha agradecido los servicios prestados a Santi Ellauri y Pedro Rodríguez Tamayo. Pero hay un tema de mayor calado que podría tener consecuencias (in)sospechadas. Es la inminente resolución judicial al pleito que Pagés ha interpuesto a su casera, la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, por ese IVA –nada más y nada menos que seis millones de euros- que Ramón Valencia y el nombrado Rodríguez Tamayo consideran ajeno a su debe. La institución rompió algunas de sus costumbres más inveteradas al autorizar las declaraciones de su diputado de Plaza, Luis Manuel Halcón Guardiola, que hizo palpable el malestar del cuerpo de caballeros con un inquilino que cumplirá 90 años de matrimonio de conveniencia en catorce meses escasos. Sólo pasarán tres años más para que el misterioso contrato de arrendamiento vuelva a ser revisado. La sentencia que conoceremos en pocas fechas tendrá mucho que ver en la cancelación o ampliación de ese acuerdo que estará sujeto a muchas presiones. Nos vamos: enviando deseos de buena recuperación a Paco Ureña, seriamente lesionado en el último compromiso de su temporada. La recuperación no será corta ni fácil. Saldrá fortalecido.