Opinión

Una Bienal de visibilidad reducida, ojana y muchos oles

A la espera de las cifras del balance que se darán a conocer este martes, apuntamos a modo de resumen algunos de los aciertos y desaciertos de esta edición

Toda la Bienal de Sevilla, un resumen en imágenes

Juan Bezos

Con la convicción de que la crispación, la confrontación, las pasiones exacerbadas y las posturas extremas no favorecen el necesario debate que reclama un festival de la envergadura de la Bienal de Flamenco de Sevilla, señalamos aquí algunas ideas que permitan salir de nuestro ombliguismo y construir un modelo estable, honesto y conciliador.

A la espera, por tanto, de las cifras del balance que se darán a conocer este martes, apuntamos a modo de resumen algunos de los aciertos y desaciertos de esta edición.

Modelo

Como apuntábamos aquí, la primera Bienal bajo el mandato de José Luis Sanz como alcalde y con Luis Ybarra como director ha defendido un modelo localista y tradicional, centrado más en los "momentos únicos" que en una mirada abierta y universal del evento (con una única coproducción). Partiendo de una respuesta a la anterior que quiere abanderar el flamenco cabal, algo que ha agradecido gran parte de la afición sevillana y ha expulsado a otra que encuentra aquí un tufillo rancio excluyente. 

Como acierto, frente a la improvisación del anterior mandato de Muñoz, que no llegó a tomarse en serio la cita y la debilitó con el vaivén de directores, Sanz se ha hecho fuerte en lo jondo presentando la Bienal con más presupuesto de su historia y añadiendo al cargo de director el de actividades flamencas con la idea -ojalá- de darle continuidad al proyecto. Aun así, queda el reto de integrar en el relato a las dos Sevillas flamencas y sostener un discurso cortoplacista que corre el riesgo de agotarse pronto.

Dirección

El nombramiento de Luis Ybarra como director sorprendió por su juventud, pero despertó pronto las esperanzas entre un sector del flamenco, principalmente el de las peñas, que se había sentido antes menospreciado y encontraba en el periodista un cómplice. 

En este debut a Ybarra, se le ha notado la falta experiencia en la gestión y, sobre todo, una ingenua visión del cargo que representa que lo ha llevado a asumir el desafío desde la pasión y no desde la responsabilidad que requiere manejar fondos públicos. No obstante, su buen talante y predisposición para conciliar el complejo universo flamenco, la capacidad de escucha y la valentía con la que, a pesar de su juventud, ha cogido las riendas de un proyecto que lastra problemas estructurales desde hace daños lo sitúa como indiscutible candidato para la próxima.

Programación

Más allá de los resultados que en cada convocatoria regalan grandes sorpresas y decepciones, la de este año se ha presentado como una programación poco arriesgada y complaciente, sin apenas propuestas trascendentes, desde el punto de vista artístico. A pesar de la ojana y de los oles. 

Entre otras cosas, porque más que apostar por la creación (entendiendo que ésta tiene cabida desde la vanguardia y desde la tradición) se ha configurado un cartel a modo de festival de pueblo en el que gran parte de propuestas se han basado en unir con más o menos tino o criterio a dos o más artistas para de manera improvisada dejarlos hacer lo suyo. De ahí que hayamos asistido a una sobredosis de tediosos recitales en los que salvo pequeños destellos no se ha podido ver brillar a los artistas. Con la parálisis que esto implica para la industria. 

Entre los aciertos, el de una programación con representación de artistas veteranos y jóvenes debutantes. Entre las sombras, pocos descubrimientos, falta de paridad (que señalábamos A compás) y la precarización escénica con propuestas sin dirección. Desde luego, no es propio de una cita de nivel los fallos técnicos que hemos soportado (con nefasta iluminación y fallos constantes en el sonido) ni el continuo trajín del personal en el escenario ni los eternos e incomprensibles parones en las transiciones. Como tampoco lo es el maratón inabarcable de propuestas escénicas y actividades paralelas (que en algunos casos han pasado sin pena ni gloria) que ha arrastrado a soportar horarios inasumibles.

Espacios

Sin el Lope de Vega ni el Hotel Triana, la Bienal ha desvelado más si cabe el problema de espacios que se adapten a los distintos formatos, públicos y tipos de propuestas que conforman la realidad del flamenco actual. Las incómodas y apretadas sillas del Alcázar que, sin numerar, producían colas y discusiones diarias; la frialdad del Nissan Cartuja; el ruidoso Muelle 'Marronero', como se le ha bautizado con guasa, o el desangelado Teatro Alameda han sido algunos de los que más quejas han suscitado, frente a las posibilidades que ofrece el CAAC, que claramente se sitúa como el más apropiado para las propuestas más transgresoras.

En cualquier caso, hace falta apostar por nuevos espacios que sean coherentes con lo que se programa y ofrezcan al espectador experiencias más amables. Y dotarlos de la infraestructura necesaria que garantice disfrutar de lo que hay en la escena sin visibilidad reducida. Llama además la atención que en una Bienal de 62 funciones no se haya producido un solo encuentro distendido donde podamos levantarnos de las sillas y brindar o que en toda la ciudad no exista un lugar de reunión donde no esté prohibido el cante.

Públicos

Si bien los números apuntan a un éxito en cuanto a la venta de entradas, esta Bienal hemos visto un público envejecido y más local que en ediciones anteriores. De hecho, la apuesta por la generación de nuevos públicos ha sido nula y no sólo no ha habido ninguna iniciativa, acción o propuesta pensada el sector infantil y juvenil (el futuro del flamenco y de todas las artes) sino que tampoco se han llevado a cabo políticas de descuentos o similares que favorezcan el acceso a los espectáculos a los colectivos vulnerables ni se han generado sinergias o se ha promovido el acercamiento de la Bienal con otros colectivos culturales o sociales de la ciudad. Es decir, una Bienal pensada para los 'flamencos cabales' y los turistas.  

Ciudad

Pese a presentarse como la Bienal más sevillana, la ciudad y sus periferias (todo lo que se sale de la muralla) sigue quedándose al margen y sin enterarse muy bien ni de qué va ni en qué consiste. Es verdad que se agradece haber dotado a la edición de un lema propio que unifique su discurso y los esfuerzos del equipo de comunicación por difundir la cita en tiempo récord con originales acciones como el olematón que ha estado registrando oles por los barrios, pero la Bienal debe ser la celebración de un compromiso permanente con el flamenco desde el que se trabaje día tras día.

Pretender que en Pino Montano se identifiquen con la cita y empiece así su Bienal con Tussam porque pongan a Israel Galván en la marquesina de la parada del 13 es ridículo. Entre otras cosas, porque como hemos apuntado, la cultura exige políticas públicas que difundan, faciliten, promuevan y articulen un proyecto responsable y coherente.