DANA

Los jóvenes de Sevilla pisan el barro en Valencia: "Los vecinos comen y beben de lo que traen los voluntarios"

Marina y Pablo son dos vecinos sevillanos que se han trasladado a Valencia con sus propias furgonetas para ayudar a los pueblos arrasados por la DANA

Jóvenes voluntarios de Sevilla descargan la furgoneta con material básico en los pueblos de Valencia.

Jóvenes voluntarios de Sevilla descargan la furgoneta con material básico en los pueblos de Valencia. / Pablo Ortiz

Rocío Soler Coll

Rocío Soler Coll

La juventud sevillana se ha volcado con los afectados por la DANA. Primero lo demostraron con la multitud de puntos de recogida organizados en la ciudad para recolectar alimentos y material básico. Ahora, han reafirmado su compromiso con la causa trasladándose hasta los pueblos más destrozados para hacer llegar la ayuda que tanto necesitan los vecinos de Valencia.

Desde Sevilla, se han cruzado el país por carretera para llegar hasta las calles más olvidadas de Paiporta, Aldaya, Catarroja o Picanya, entre los 78 pueblos damnificados por la catástrofe meteorológica, donde la situación "es mucho peor que la que se ve en los medios".

Pablo Ortiz junto a su grupo de amigos en Catarroja.

Pablo Ortiz junto a su grupo de amigos en Catarroja. / Pablo Ortiz

"Los vecinos comen y beben de lo que traen los voluntarios", dice Pablo Ortiz en una llamada telefónica con este medio mientras regresa en furgoneta a su casa después de tres días en los municipios destrozados. Pablo es un joven sevillano de 20 años que junto a un grupo de amigos decidió viajar hasta Valencia el pasado martes para contribuir y ayudar.

"Ahora mismo es muy difícil entrar en los pueblos sin autorización o sin maquinaria pesada, aunque tiene sentido, porque si no se colapsa todo", comenta este joven, que para llegar hasta los vecinos tuvo que acceder a las localidades por caminos alternativos. "Pudimos entrar en Catarroja porque traíamos bombas de agua, que eran muy útiles para los bomberos", señala.

Una ola de juventud en las calles

Una vez en las zonas más afectadas, Pablo define todo lo que ha visto y vivido como "muy duro". Sin embargo, una de las cosas que más le ha llamado la atención ha sido la cantidad de voluntarios jóvenes que había en los municipios: "Me atrevería a decir que el 90% teníamos entre 20 y 30 años".

Interior de una de las casas en las que ayudó Marina Berman.

Interior de una de las casas en las que ayudó Marina Berman. / Marina Berman

"Recuerdo el primer día que llegamos a Catarroja ayudamos a una familia de seis personas. A la hora de cenar solo tenían seis bocadillos y estaban dispuestos a compartirlos con nosotros, a darnos su comida", rememora todavía impactado, aunque insiste en que "obviamente" no la aceptaron.

Al día siguiente Pablo y sus amigos se trasladaron a Picanya para seguir con su misión de ayudar. Llegaron hasta las calles de más difícil acceso, donde muchas personas no habían recibido aún ayuda.

"El ambiente es muy frío, la gente tiene la cara descompuesta y muchos no dejan de llorar, lo único que transmite un poco de esperanza son los voluntarios", destaca sobre el volumen de jóvenes de toda España que han decidido ofrecerse y colaborar.

Pablo defiende que "toda ayuda es poca", una frase muy leída en redes sociales esta última semana y que según su experiencia es más que cierta: "Alomejor hay tres mil voluntarios, pero es que se necesitan 10 mil".

La solidaridad de una generación

Marina Berman es una vecina de Sevilla de 25 años que, al igual que Pablo y su grupo de amigos, el sábado se subió a una furgoneta para llegar hasta el epicentro de la catástrofe de la DANA. Los días previos a su salida organizó un punto de recogida en su tienda de ropa, Karamel Moda, llenó varios camiones y junto a más de 13 voluntarios -entre ellos su familia- se movilizó. Este pasado miércoles regresó a Sevilla tras cinco días entre Aldaya y Catarroja con dos compañeras, Paola y Rebecca.

Voluntarios en el punto de recogida organizado por Marina Berman.

Voluntarios en el punto de recogida organizado por Marina Berman. / Rocío Soler Coll

Marina estuvo en una zona de barracas de Aldaya a la que no podía llegar la maquinaria pesada por la estrechez de las calles, pero también se recorrió el centro comercial de Bonaire y la zona 0 de la mano de Ana, una vecina a la que estuvieron ayudando. "En Aldaya, cuando los vecinos nos veían llegar con botas de agua nos abrazaban y se ponían a llorar", recuerda.

Han pasado por multitud de casas de vecinos ayudando a sacar muebles y a limpiar el lodo de 20 centímetros que recorre las calles del pueblo con un principal obstáculo: "No hay herramientas que estén en buen estado".

Marina Berman en la casa de los vecinos a los que ayudó en Aldaya.

Marina Berman en la casa de los vecinos a los que ayudó en Aldaya. / Marina Berman

Y entre todo el caos, desastre y desesperación que ha vivido, Marina destaca un recuerdo por encima de todos, las "C" en color rojo marcadas en "muchos" coches. "Cuando le pregunté a un bombero qué quería decir me dijo que era la C de cadáver", resalta todavía impactada.

El "gran riesgo" de las infecciones

Esta joven insiste en que la realidad de la situación en los pueblos es mucho más grave "que la que se ve en los medios" y está convencida de que realmente "ha habido muchas más muertes". Según describe, todo lo que se ve es lodo, muebles destruidos y coches aplastados. En cuanto a las infecciones provocadas por el agua estancada, "llena de heces y pis y comida podrida desde hace una semana", Marina se muestra especialmente preocupada porque supone un "gran riesgo" para vecinos y voluntarios.

Mensajes de los voluntarios en los muebles destrozados de los vecinos de Catarroja.

Mensajes de los voluntarios en los muebles destrozados de los vecinos de Catarroja. / Marina Berman

"Están conviviendo con cadáveres y es peligroso, me da miedo que después de esto haya una epidemia o algo". Ante esta situación, recomienda que cualquiera que vaya hasta Valencia lo haga protegido con mascarilla, guantes y protección en los ojos. Ella misma asegura que se encuentra "fatal" y que va a ir a urgencias.

Pablo y Marina, que no se conocen pero han compartido tiempo y espacio ayudando en pueblos arrasados por la DANA, coinciden en la gran labor que está llevando a cabo la gente joven ante esta tragedia. "Nos llaman la generación de cristal, pero creo que somos la generación de hierro", señala Marina.

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