Osuna, Huelva, El Puerto...

Las primeras citas taurinas de la era pos-covid al sur de Despeñaperros se habían organizado en Osuna y Estepona en el estreno de agosto pero las cámaras de Canal Sur y la presencia de Enrique Ponce -primer actor de las variedades veraniegas- convirtieron el 'meeting' de la ciudad ducal en el verdadero pistoletazo de salida de esta pretendida y nueva normalidad que comienza a tambalearse. Más allá de la primacía ecuestre de Ventura, la incombustibilidad del maestro valenciano y las ruinosas y ridículas postrimerías de Javier Conde se pudo comprobar una constante: las plazas de toros, a medio aforo, aparentan una entrada mucho mayor.

Los profesionales de la indignación comenzaban a frotarse las manos. Al día siguiente, sin solución de continuidad, se iniciaban unas atípicas Colombinas reducidas a dos corridas de toros que costó mucho trabajo poner en pie. La historia volvía a repetirse: la apariencia de los tendidos devolvía una imagen muy superior a los porcentajes de entradas que la empresa Pereda se vio obligada a desvelar para salir al paso de la polémica. Eran, en cualquier caso, inferiores a ese 50% de aforo máximo que había decretado la Junta de Andalucía para permitir la reanudación del los espectáculos taurinos. El alcalde accidental de la capital choquera, un tal Mantero, no perdió la oportunidad de chapotear en unas aguas que empezaban a enfangarse cuestionando la capacidad organizativa de la empresa. Ojo: los gestores de la plaza de la Merced -a los que hay que alabar su valentía- se habían limitado a cumplir escrupulosamente esas traídas y llevadas medidas de la Junta. Pero el reloj se había puesto en marcha...

Las Colombinas concluyeron un lunes; el pasado 3 de agosto. El jueves siguiente, día 6 del taurino ferragosto, llegaba la cita del Puerto. Era, con mucho, la más lujosa de este incierto tiempo nuevo y el primer acontecimiento que había logrado armar el empresario sevillano José María Garzón después de las maniobras orquestales en la oscuridad que acabaron derribando el ambicioso cartel coral que había rematado para el día de Santiago en la plaza de la Malagueta...

"Quien no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es un día de toros". La máxima del coloso de Gelves volvió a materializarse en la meticulosa organización del festejo que conmemoraba el 140 aniversario de la Plaza Real. José María Garzón echó el resto uniendo en una misma terna los nombres de Ponce, Morante y Pablo Aguado con los toros de Juan Pedro Domecq. Unos cuantos días antes ya se había puesto el cartel de 'no hay billetes' agotando hasta la última de las 5.451 entradas disponibles, algo menos de la mitad del aforo completo del maravilloso coso portuense, revestido de gran gala para la ocasión.

Con o sin esta pretendida normalidad que se emboza tras las obligatorias mascarillas sanitarias, el ambiente previo al festejo era de gran acontecimiento, subrayado por ese aire operístico que precede los festejos en la Plaza Real que se sumó a la Marcha Real, el toque de oración y unas indisimuladas ganas de ver y gozar una corrida de toros. El ganado y los toreros dictaron luego un guión más tibio. Pero eso no importa ahora. Los que asistimos al evento podemos y debemos subrayar un dato fundamental: la escrupulosa organización de la empresa 'Lances de Futuro' que, como es lógico, echó el resto en el llamado plan de contingencia que debía servir para compatibilizar la brillantez del espectáculo con la seguridad sanitaria de los espectadores.

Y no se ahorró en detalles, hasta los más mínimos: desde la toma de temperatura a la entrada de la plaza a la rotulación de las localidades que podían ser ocupadas y las que debían dejarse vacías, además de los constantes recordatorios a través de la megafonía rogando el correcto uso de las mascarillas. Caben pocas dudas en torno a esa meticulosa aplicación de las mentadas -y efímeras- medidas impuestas la Junta de Andalucía. A partir de ahí... ¿Cuál era el aspecto de la plaza a la hora del paseo? Como en Osuna o Huelva, la apariencia -subrayamos el término- del recinto sugería un aforo mayor al boletaje que salió de la taquilla. El dato no es nuevo. Más de un encopetado empresario ha advertido en alguna ocasión a la prensa que cuando las reseñas consignan tres cuartos de entrada no se llega ni a media plaza vendida...

En los días siguientes al festejo comenzó a rodar la bola. Desde los previsibles rebuznos de personajes como Monedero o Echenique, que tildó a los aficionados de "señoritos y Cayetanos" que "van a los toros con Abascal", al habitual equipo de profesionales de la indignación. No merece la pena detenerse en ellos, y mucho menos en ese despreciable Rasputín de los pobres que, con sus amiguetes y socios, está empeñado en hacer una España peor. Lo verdaderamente sorprendente, por no decir alucinante, es que la principal asociación de empresas taurinas de España, la monolítica e inmovilista ANOET, se uniera al coro 'anti' pidiendo en bandeja de plata la cabeza de Garzón.

Los acontecimientos se desataron. La Junta se apresuró a fulminar sus propias normas, las mismas que había anunciado a bombo y platillo para favorecer al sector, imponiendo un metro y medio de separación entre los espectadores de los festejos taurinos. La medida, en la práctica, suponía fulminar de un plumazo lo que podía quedar de temporada en Andalucía, másallá de algún evento puntual. La empresa Pagés, que no había llegado a anunciar formalmente la resurrección de la Feria de San Miguel, sí emitió un comunicado para proclamar el óbito definitivo del ciclo septembrino. La Goyesca de Ronda, anunciada unos días antes, también quedaba desintegrada mientras Francisco Rivera Ordóñez -que había logrado organizar el demorado duelo entre Pablo Aguado y Roca Rey- arremetía con sorprendente y descarnada virulencia contra José María Garzón.

En esa catarata de acontecimientos, ANOET abría expediente al empresario sevillano acusándole de "haber perjudicado a las aficiones de otras poblaciones así como a los toreros, ganaderos y empresarios" haciéndole directamente responsable de "provocar que las administraciones tomen medidas más restrictivas". En ese momento habían caído muchas caretas. En las esquinas del toreo ya se sabía que ciertos pesos pesados tenían a Garzón en el punto de mira. La polémica del Puerto -la presunción de inocencia ya no existe en este país- era una oportunidad de oro para colocar al emergente empresario sevillano en el centro de la diana y socavar su prestigio. Desde ese punto y hora ya no cabían más dudas. Garzón era el hombre a batir.