Hace 40 años: el adiós de Manolo Vázquez

La última etapa profesional del diestro de San Bernardo otorgó el verdadero y definitivo sentido a una carrera intermitente que sólo alcanzó su cénit a comienzos de los ochenta

El llamado ‘Brujo de San Bernardo, en su última época.

El llamado ‘Brujo de San Bernardo, en su última época. / Álvaro R. del Moral

Álvaro R. del Moral

La carrera taurina de Manuel Vázquez Garcés, de alguna manera, había quedado incompleta en su primera época. El hermano de Pepe Luis ya había dejado de torear en 1963 y sólo lo hizo en dos funciones en 1965, año en el que decidió quitarse de nuevo con el cuerpo cosido a cornadas. En esa primera etapa había cimentado su crédito en la plaza de Las Ventas pero no había logrado cortejar por completo a la afición de su patria chica. El idilio había quedado pendiente... Algunos festivales le animaron a volver a torear en 1968 pero sólo actuaría en tres corridas, reapareciendo en Tenerife –donde cayó herido- y sumando dos más en Sevilla, la última de ellas en la feria de San Miguel estoqueando un encierro de Concha y Sierra junto a Alfredo Leal y el incombustible Curro Romero. Su carrera taurina, ¿definitivamente?, había quedado en puntos suspensivos.

En 1977 ya se escucharon rumores de vuelta pero la eclosión novilleril de su sobrino Pepe Luis Vázquez Silva -hijo de su hermano, el gran Pepe Luis- fue el definitivo chispazo que le animó a volver a vestirse de luces para darle la alternativa. En su ánimo, posiblemente, debían pesar otros planes de vuelta, como los de su rival de otro tiempo, Antonio Ordóñez, que quedarían frustrados por una dura lesión que le retiró para siempre después de torear sin fortuna en Palma de Mallorca y Ciudad Real en agosto de 1981.

De alguna manera algunos toreros se miraban de reojo sin perder de vista otra reaparición que había animado el cotarro taurino: la de Manuel Benítez ‘El Cordobés’, que había vuelto a enfundarse el vestido de torear en 1979 cerrando el grueso de su carrera dos años después –pendiente de las reapariciones anecdóticas de los años 90- a raíz de la desafortunada cogida mortal de un espontáneo en Albacete, de la que algunas voces quisieron hacerle responsable.

Pero aquel lejano 1981 ya se había convertido en el epicentro de aquel revival de viejos maestros. Antoñete, con 49 años, había iniciado ese mismo año su legendario lustro triunfal, reconvertido en el torero de la Movida Madrileña. La historia de su trayectoria, como la de Manolo Vázquez, no se podría contar sin ese retorno. El de San Bernardo era de la misma quinta; tenía 51 años cumplidos el 11 de abril de 1981, Domingo de Resurrección, cuando volvió a hacer el paseíllo en la plaza de la Maestranza junto a Curro Romero y el inminente matador de la familia, el hijo de su hermano Pepe Luis, su propio padrina de alternativa treinta años antes: el 6 de octubre de 1951; en el coso del Baratillo y en presencia de Antonio Bienvenida. Ahora era él el encargado de traspasar esos trastos y toda la herencia taurina familiar.

Una vuelta triunfal

El veneno había prendido de nuevo tras el doctorado de su sobrino y el veterano diestro no dudó en contratarse en Madrid para abrir el cartel de la tradicional corrida de Beneficencia junto a Manzanares y Julio Robles. Era un 11 de junio; sólo una semana después estaba anunciado en el festejo del Corpus de Sevilla con Curro Romero y Rafael de Paula. Los toros eran de Bernardino Píriz. Cortó dos orejas en las narices de sus compañeros que le sirvieron para abrir la Puerta del Príncipe cuando aún no se había impuesto la actual y absurda dictadura numérica. Manolo Vázquez, ahora sí, ya era profeta en su tierra.

El tren se había embalado. El torero volvió a Madrid el 21 de septiembre anunciado con Curro y Antoñete. El camero le acompañó de nuevo en la feria de San Miguel de Sevilla en un cartel que, otra vez, completaba Paula y se saldó con el corte de un nuevo trofeo. El diestro de San Bernardo iba a rematar la temporada de su reaparición con 21 corridas toreadas. Pero el tren seguía en marcha y se dispuso a afrontar una nueva campaña en 1982, el año del Mundial de fútbol. Manolo tampoco rehúyó esta vez los grandes escenarios y sumó dos corridas en Sevilla por abril volviendo a coincidir con Romero y Chenel y un jovencísimo Emilio Muñoz. Volvería el 26 de septiembre, anunciado con Roberto Domínguez y Paco Ojeda. Había cumplido otras dos funciones en el mayo isidril pero añadió un tercer compromiso venteño, ya en otoño, con tres Vázquez sin vínculos familiares en el mismo cartel: Manolo, Curro y el zamorano Andrés, que esa misma tarde se retiraba del toreo. No fue un año de tono triunfal y, seguramente, el veterano matador sabía que había que poner el definitivo punto final a su trayectoria.

En esa tesitura, la de 1983 se planteó como la temporada del adiós. Manolo abrió fuego el Domingo de Resurrección concediéndole la alternativa a Juan Mora en presencia, cómo no, de Curro Romero, que también le iba a acompañar en la Feria de Abril para estoquear una corrida de Jandilla en unión de Paquirri, que se llevó el único trofeo de la tarde. Pero Manolo Vázquez, con la despedida preparada para el día del Pilar, no le haría ascos a anunciarse de nuevo en la Maestranza en una tardía feria de San Miguel alternando con Rafael de Paula y su compañero de fatigas, Antoñete, que cortó una oreja a un toro de Manolo González.

El viejo maestro del mechón blanco también iba a ser el compañero de la última tarde. No podía ser otro. Manolo Vázquez y Antoñete hicieron el paseíllo la tarde del 12 de octubre de 1983 en la plaza de la Maestranza –ahora hace 40 años justos- en un inolvidable mano a mano. Ambiente de lujo; Corrida de la Cruz Roja; dos toros de Núñez, otros dos de Juan Pedro, dos más de Manolo Gónzález en los corrales... El maestro de San Bernardo cortó cuatro orejas y firmó su propia antología taurina en una tarde para el recuerdo. Su hijo Manuel -padre del joven novillero Manolo Vázquez que aún persevera en los ruedos- le cortó la coleta antes de que lo sacaran a hombros por la Puerta del Príncipe en medio de una gran apoteosis.

La carrera del Brujo de San Bernardo había concluido. Pero el dato es fundamental: la lectura de su paso por los ruedos no habría sido la misma sin aquellas tres campañas que reconciliaron al aficionado con algunas formas y unos modos que se creían perdidos en el confín de aquella áspera transición taurina –el toreo como reflejo de la propia historia de España- que se había iniciado en el estreno del toro del guarismo e iba a concluir, apenas un año más tarde, con la trágica muerte de Paquirri en aquella endiablada carretera que nunca llegó a Córdoba.