José había concluido el año 1919 toreando en Lima. Fueron tres funciones celebradas en los domingos del mes de diciembre que estarían seguidas de seis corridas más entre el 4 de enero y el día 8 de febrero, fecha en la que se encerró en solitario para despachar seis ejemplares de El Olivar en su propio beneficio. El festejo se saldó con la sustanciosa suma –jamás cobrada por torero alguno hasta entonces- de 110.000 pesetas. Ya narramos los vericuetos del larguísimo viaje de vuelta, iniciado el 13 de febrero y jalonado de no pocas escalas y anécdotas –incluyendo la lidia clandestina de una res en Montevideo- antes de desembarcar en Cádiz el día de su santo, recibido por una multitud enfervorecida.

Al volver a Sevilla, recoge Francisco Aguado en el ‘El rey de los toreros’, José se encontró con una campaña difamatoria de cartas publicadas en la prensa local que, de una u otra forma, se unía al acoso y derribo emprendido por el crítico Gregorio Corrochano desde su tribuna de ABC. Pero a Joselito le quemaban otros asuntos en el alma. El amor demorado de Guadalupe de Pablo Romero, el fallecimiento de su madre o el tremendo peso de la púrpura habían ensombrecido su ánimo y le habían convertido en un hombre taciturno y propenso a la melancolía.

En aquellas circunstancias se produjo el acercamiento a Corrochano y hasta se fraguó su presencia en el ruedo de Talavera para congraciarse con el influyente periodista. El festejo del coqueto ruedo toledano lo organizaba Venancio Ortega, pariente del propio periodista y representante de la ganadería de la Viuda de Ortega, tía del crítico. El tal Venancio ya había apalabrado a Rafael El Gallo, Ignacio Sánchez Mejías y Larita para dar salida a unos toros que habían quedado sin lidiar el año anterior. Pero Joselito movió los hilos necesarios para ponerse a los mandos de la organización del evento, que convirtió en un mano a mano con su cuñado Ignacio, con el que también se había congraciado después de un tiempo de distanciamiento. Sin saberlo, había iniciado su propia cuenta atrás...

La temporada española, sin alivios, iba a comenzar el 4 de abril –Domingo de Resurrección- en la plaza Monumental de Sevilla compartiendo cartel con Belmonte, Sánchez Mejías y Chicuelo para despachar una corrida de ocho toros de González Nandín. La misma terna, a excepción de Manuel Jiménez, tomó esa misma noche el expreso de Madrid. Al día siguiente le esperaba un encierro de Vicente Martínez en el ruedo de la corte que tenían que lidiar en unión de Varelito. José cortó una oreja. En esa corrida, además, ya se pudo comprobar el cambio de actitud de Gregorio Corrochano que había pasado de las lanzas de unos meses antes a las amables cañas de ese momento.

Casi sin respirar viajaron a Murcia para estoquear triunfalmente los ‘saltillos’ de Félix Moreno en ese martes de Pascua. Aquel fulgurante inicio de campaña encontró su primer respiro antes de recalar en la localidad valenciana de Játiva, mano a mano con Belmonte. Sólo una semana después le esperaba la Feria de Abril de Sevilla, desdoblada por última vez en los dos escenarios de la clásica Maestranza y la flamante Monumental, que estaba a punto de cerrar su cortísima vida activa. La plaza se había inaugurado en 1918; en 1919 llegó a haber dos temporadas paralelas con dos empresas distintas operando en cada coso. Pero los vericuetos de la política taurina habían colocado a ambos escenarios bajo la misma batuta empresarial en 1920.

José abrió fuego en la Maestranza, estoqueando un encierro de Tamarón con los hermanos Belmonte el día 19 de abril para pasar a la Monumental el día 21 junto a Manolo Belmonte y su cuñado Ignacio. Pero la fecha del 22 tuvo una significación especial. José coincidió por fin con Belmonte en la Monumental alternando con Chicuelo. Repetirían al día siguiente delante de la reina de España que también se subiría al Palco Real de la Real Maestranza para asistir a la última tarde que compartieron ambos ases en Sevilla. Fue el 28 de abril, mano a mano, y con los toros de Guadalest . Sólo les quedaban seis paseíllos juntos...

José y Juan contrataron juntos la feria de Jerez para cerrar el mes de abril. Chicuelo completó los dos carteles en los que se lidiaron, respectivamente reses de Villamarta y Tamarón. Ambos ases iban a estrenar juntos el mes de mayo en Bilbao –Gallito cortó una oreja- y juntos, de nuevo, iban a afrontar el primer fielato madrileño con la compañía de Ignacio Sánchez Mejías. Fue el día 5. Al día siguiente toreó –y triunfó- en Barcelona, mano a mano con su cuñado que también fue su partenaire –además de Chicuelo- en las dos corridas contratadas en Écija los días 9 y 10 de mayo. El día 11 se reunió en Madrid con Gregorio Corrochano, que le agradeció su definitiva decisión de torear en Talavera. El reloj seguía marcando las horas y el día 13, en Valencia, alternó de nuevo con Belmonte con el complemento del infortunado Varelito en la corrida de la Virgen de los Desamparados.

Pero la Samarkanda de José estaba cada vez más cerca. El día 15, festividad de San Isidro, hizo el paseíllo en la plaza de Madrid junto a Juan e Ignacio sintiendo las iras del público. Ambos colosos pudieron apreciar esa animadversión al llegar al patio de cuadrillas de la vieja plaza de la Carretera de Aragón, en el actual distrito madrileño de Goya. Aquel tenso momento causó una honda impresión en Joselito, que hizo un aparte con Belmonte, su rival e íntimo amigo, cuando se serenó el ambiente: “Lo mejor es que dejemos de torear en Madrid una temporada larga...”. Después de quitarse la ropa, José se confinó en su casa madrileña de la calle Arrieta. Al día siguiente tenía que levantarse temprano para viajar a Talavera.