El salón de actos de la Docta Casa se quedó pequeño. Se trataba de presentar el libro Plaza de toros Monumental de Sevilla. La dignidad de un proyecto. Pero más allá del protocolo del acto, en los presentes latía el rescate de la memoria de Joselito El Gallo,
inspirador de aquel coso efímero de la Huerta del Rey que sólo tuvo sentido en torno a la figura fulgurante del coloso de Gelves. El acto organizado en el Ateneo, bajo la presidencia de Alberto Máximo Pérez Calero, había contado con la presencia de Ignacio Sánchez Mejías y Manuel Grosso en calidad de prologuista y epiloguista respectivamente de esta obra escrita por los hermanos Fidel y Julio Carrasco Andrés y Carmen del Castillo Rodríguez, que han puesto su cualificación de arquitectos y su alma de aficionados para alumbrar un tratado definitivo sobre aquella plaza olvidada. Pero seguía habiendo preguntas por contestar. ¿Por qué tiraron la plaza? ¿Habría tenido vigencia aquel tremendo recinto hoy? Morante, que fue el encargado de clausurar el turno de palabra, también supo llevar los sueños al terreno de la realidad. «El libro esclarece y dignifica la idea de Joselito al crear las monumentales» señaló el diestro de La Puebla. «José pudo soñar despierto pero sufrió bastante; pero no podía atisbar con sus diecinueve años que aquello supusiera un ataque directo a la Maestranza». Pero Morante terminó de descender al suelo. «Una vez muerto José era difícil que Sevilla pudiera seguir con dos plazas de toros por mucho que queramos soñar que la Monumental pudiera haber subsistido». José Antonio terminó de sentenciar aquel retablo de certezas alabando la grandeza de Gallito: «La plaza no podía perseverar sin el prestigio que él le daba compitiendo con la plaza de la Maestranza». Pero el diestro de La Puebla ahondó en su filosofía taurina parafraseando a García Trevijano: «Si el barroco es para verlo de cerca y lo clásico para ser visto de lejos, Gallito era un torero para ser visto en plazas monumentales. Hoy el toreo es más parado, posiblemente más barroco y necesita se visto de cerca. Aquel fue un pensamiento de José pero sólo José lo podía sostener; era un torero incomparable, monumental, y sólo él podía estar a su altura», concluyó el torero.
El acto se había abierto con la interesante intervención de Ignacio Sánchez-Mejías que, entre otras consideraciones, recordó la faceta «revolucionaria» de Joselito, que le llevó a alentar la construcción de esas monumentales para abaratar costes y billetaje. Sánchez-Mejías mostró su perplejidad por «las prisas que hubo para derribar la plaza» afirmando que «estaba bien hecha». Esa intervención se enhebró a la perfección con la ubicación histórica y social esbozada por Grosso que destacó una idea fundamental: el choque entre los viejos estamentos representados en los caballeros maestrantes y la irrupción de una nueva burguesía industrial que hacía suya la nueva plaza. Ya saben quién ganó el pulso, «sin decir una sola palabra ni escribir una sola línea del asunto».