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14 de julio ¿Qué revolución necesitamos?

Hoy se cumple el 220 aniversario de la toma de la Bastilla por el pueblo de París, símbolo del inicio de la Revolución francesa que a pesar de acontecer en el siglo XVIII, sentó las bases de los modelos políticos...

el 16 sep 2009 / 05:39 h.

Hoy se cumple el 220 aniversario de la toma de la Bastilla por el pueblo de París, símbolo del inicio de la Revolución francesa que a pesar de acontecer en el siglo XVIII, sentó las bases de los modelos políticos del siglo XIX que sustituyeron un orden heredado de la voluntad divina por uno basado en los pactos sociales. El contrato social que emergió de la Revolución francesa a través de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, dejó fuera a muchas personas, para empezar a las mujeres a las que no se les dio el título de citoyennes, o a los esclavos y a los extranjeros. Hubo que esperar al siglo XX, a 1948, para tener una Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Ahora estamos en el siglo XXI y aún nos encontramos lejos siquiera de lo que se establece en el capítulo 1 de esta declaración: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". ¿Necesitamos una nueva carta, o simplemente una revolución pacífica que a través de un pacto global garantice esos principios para todos los seres humanos independientemente del país, el sexo o la etnia de nacimiento?

La única revolución que hemos vivido en las últimas décadas a nivel global ha sido la neoconservadora y neoliberal que nos ha llevado a la crisis que hoy día sufrimos, como siempre, unos más que otros, y que es fruto de las desigualdades fragrantes que se han intensificado en las últimas décadas. Los valores neoconservadores han incidido en la libertad más que en la igualdad y la fraternidad. Aunque en una libertad restringida, ya que en muchas ocasiones, y cada vez más, éste se ha supeditado a la "seguridad", sobre todo a raíz del 11 de septiembre, y además, sólo se ha aplicado al primer mundo y a los poderosos de todo el mundo.

Hay millones de personas en este mundo que no son libres porque el mundo es tremendamente desigual. No lo son porque no tienen ni lo más básico para mantenerse vivos, ni para ir a la escuela o jugar. Y esto es así porque vivimos en un mundo tremendamente injusto y desigual donde las naciones ricas reunidas en L'Aquila en torno al G8 dicen que hay que salir de la crisis garantizando la libertad de mercados, refiriéndose claramente a los mercados de otros porque tanto la UE como EEUU mantienen importantes políticas proteccionistas y sobre todo, ninguna de estas naciones se hizo rica con una política comercial liberal. Porque para que se acabe con el hambre en el mundo hacen falta más recursos de los que se han propuesto movilizar, por cierto, en una cantidad muchísimo más pequeña que la que, con infinita generosidad, han destinado a salvar los bancos de los países ricos. Porque las mujeres de medio mundo no tienen libertad para ser seres autónomos puesto que ni tienen derecho efectivo al empleo, ni a la propiedad, ni a elegir el marido con el que quieren casarse, si es que quieren.

Y si no hay libertad ni igualdad es porque tampoco hay fraternidad. Porque nos damos igual unos a otros, porque hemos perdido la elemental capacidad de sufrir cuando sufre quien está a nuestro lado y de no poder reírnos cuando llora de frustración y dolor injusto nuestro hermano o hermana. No otra cosa es la fraternidad de la que ya nadie habla.

Si la hubiera, llevaríamos tiempo en la calle clamando por un mundo más justo.

Vicerrectora de Postgrado de la Olavide

lgalvez@upo.es

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