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Alimañas y porqueros

José Bono, el político que se va sin irse de la política, el paciente agazapado, exhibe tantos defectos como virtudes. Entre las últimas está el decir cosas muy parecidas a lo que todos pensamos. Él lo expresa con un punto de desahogo políticamente incorrecto...

el 14 sep 2009 / 22:35 h.

José Bono, el político que se va sin irse de la política, el paciente agazapado, exhibe tantos defectos como virtudes. Entre las últimas está el decir cosas muy parecidas a lo que todos pensamos. Él lo expresa con un punto de desahogo políticamente incorrecto que es guiño a sus admiradores y con una afección declarativa españolista tan exagerada como eficaz.

Bono ha dejado escritas dos sentencias populares esta semana: si un terrorista va a colocar una bomba es preferible que le explote a él antes que a un miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado o a cualquier otro inocente. Y dos: si la Guardia Civil necesita utilizar cierta violencia para detener y reducir a dos supuestos etarras, debe hacerlo. Si alguien practica una encuesta sobre estas cuestiones, saca mayoría absolutísima. De las palabras de Bono, camino de la presidencia de la cámara baja si su partido gana las elecciones, nadie debiera inferir falsas conclusiones: ni burla al Estado de Derecho, ni desprecio por los Derechos Humanos ni nada que se le parezca. Es antes una legítima postura de autodefensa provocada por el hartazgo del más de lo mismo de los terroristas y sus secuaces que un desdén hacia el Estado garantista que todos aplaudimos, deseamos y respetamos. Pero de ahí a sucumbir en el circo que algunos quieren instalar en la plaza central de nuestro sistema, va un abismo. Por supuesto que lo deseable es que a nadie le estalle una bomba porque no existan malnacidos que las manipulen y que nadie tenga que doblarle un brazo o reducir por la fuerza a dos asesinos por la inexistencia de bárbaros de ese signo. Pero el mundo es como es y Bono lo ha expresado como siempre, frisando el escándalo que siempre quieren aventar los prestos a escandalizarse, pero conectando absolutamente con lo que piensan los españoles.

Todos sabemos que lo que nos distingue de los terroristas es que no somos como ellos. Eso nos hace superiores, porque creemos en el Estado de Derecho, porque denostamos el terrorismo de Estado, porque no queremos atajos para acabar con esa lacra y porque nos atenemos a nuestro sistena legal y a nuestra Constitución para dar caza y captura a los criminales. Y además estamos seguros de que debe ser así. Hay que estar orgullosos de que en España sólo exista una pequeñísima minoría dispuesta a recorrer sendas extrademocráticas para acabar con el terrorismo -suponiendo que ésa fuera la solución- pese al daño que ETA y su entorno han provocado y siguen provocando a los españoles.

Pero lo diremos al revés: la razón no nos nubla la emoción. Dan auténticas arcadas las proclamas del ámbito batasuno y sus corifeos sindicales y sociales apelando a los derechos humanos ante las lesiones -que ya investiga un juez- producidas a uno de los etarras durante su detención. Se agita el estómago ante la imagen de los padres del lesionado acudiendo al defensor del pueblo de Navarra pidiendo amparo para su hijo, una investigación y depuración inflexible para los supuestos culpables. Da miedo que esa parte de la sociedad vasca haya interiorizado tal grado de cinismo. ¿Cómo es posible perfeccionar esa actitud tan ruin, sectaria e injusta? Cabría recordar si no fuera obvio que hablamos de terroristas sanguinarios, autores de asesinatos a sangre fría ante agentes desarmados o de una chavalería procedente de la "lucha" en las calles y ya experta en explosionar terminales aeroportuarias provocando muerte, caos y estupefacción. Aún dicho esto, comprendo a un padre porque un hijo es un hijo, pero a los padres que más comprendo son a los que enterraron a sus hijos con un casquillo de bala alojado en la cabeza aún no sabemos en nombre de qué ni de quién. Siempre se corre el riesgo de que alguien se preste a malinterpretar lo que sentimos y pensamos, pero más vale tener las cosas claras -como Bono- que pasar por discípulos del cinismo, como aquellos que callan ante los asesinatos pero claman enojados ante un parte de lesiones del asesino.

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