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Campanas del alba para A. Machado

En la primera página figura una fecha, diciembre de 1978, y el nombre de mi madre. Cuando empecé a leer poesía recibí los pocos volúmenes del género hallados en casa; así, sobre la mesa de mi dormitorio esparcieron algo de Gloria Fuertes para adultos, una antología...

el 15 sep 2009 / 23:34 h.

En la primera página figura una fecha, diciembre de 1978, y el nombre de mi madre. Cuando empecé a leer poesía recibí los pocos volúmenes del género hallados en casa; así, sobre la mesa de mi dormitorio esparcieron algo de Gloria Fuertes para adultos, una antología de Federico García Lorca, la edición de Austral de las Poesías completas de Antonio Machado. Desde entonces he comprado libros, los he sacado de la biblioteca, pero estos tres volúmenes han resistido mudanzas y desórdenes.

Desde la Consejería de Cultura de la Junta y el Centro Andaluz de las Letras se impulsó, el pasado 22 de febrero, un homenaje a Antonio Machado en Collioure, con motivo de los setenta años de su muerte. Ocho poetas andaluces -Juan Manuel Gil, Javier Vela, Fernando Valverde, Nuria Pérez, Ana Toledano, Raúl Díaz Rosales, Carmen Camacho, yo misma- tuvimos el honor de formar parte de la expedición, leyendo un poema del autor en el pueblo en que murió. En los días anteriores al viaje releí a Machado por refrescar las emociones de Campos de Castilla, del Cancionero apócrifo, y sobre todo, disfruté de nuevo -y me reconcilié- con los proverbios y cantares, esos versos que pían, sabios.

Del viaje me quedan dos afectos: los de quienes se acercaban al cementerio de Collioure desde Aragón y Cataluña, desde la misma Francia -descendientes de exiliados, exiliados incluso-, para recordar al poeta; y los de los ciudadanos de Collioure, abarrotando el centro cultural para escuchar una conferencia en tributo a Machado, empeñados en recuperar la pensión en que falleció para convertirla en un lugar de memoria constante, tratando a Machado aún con el mismo cariño que -nos contaron- recibió al llegar desde España.

La tumba es sencilla, humilde; las flores, las banderas, las cartas, escondían la lápida, subrayaban la admiración. Volví de nuevo, ya en casa, a aquel volumen con treinta años y el doble de lecturas. Y releí, esperando aquellas "campanas del alba" que en Colliure parecían tan lejanas, fuera del tiempo.

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