Ahora se habla mucho en economía de la importancia de activos intangibles como el "saber hacer", y no hay duda de que uno de ellos es en Sevilla el flamenco, al que nuestros capitalistas no le hacen mucho caso, salvo para correrse juegas. Desde que le cerraron la Escuela de Actores a Olavide, el baile, el toque y el cante no han tenido buena prensa empresarial, y eso que de allí salieron La Tirana y La Caramba. Para colmo, a ello se añadió la larga tradición de teatros cerrados por orden de la autoridad frailuna. Tras su reapertura en el XIX, casi la única empresaria fue una italiana, Ana Sciommeri, a la que no dejaron de poner obstáculos hasta que la hundieron.
Con esos mimbres, los artistas no vieron otra solución que intentar meterse a empresarios, aunque artista y empresario sean términos antinómicos. Y así vemos año tras año a Matilde Coral y a otros entusiasmarse con proyectos de escuelas que, pese a las promesas, no abrirán sus puertas porque si son públicas, no serán "de Matilde" o de quien sea y si lo son, para dar títulos reconocidos, necesitarán las instalaciones exigidas por ley y, por tanto, una gran inversión. Habría que ver si eso de la Innovación, además de a los microchips, podría también dirigirse a crear aquí un sector empresarial como el de la educación, por ejemplo. O si hay órdenes religiosas decididas a reparar la faena que le hicieron a Olavide.
Antonio Zoido es escritor e historiador
