Cultura

Demasiada emoción para un solo corazón, en la Caracolá de Lebrija

Llenazo en la Plaza del Hospitalillo para arropar a Juan el Lebrijano en la noche de su homenaje y escuchar por primera vez a Enrique Morente en la Caracolá de Lebrija, cita flamenca que una alcaldesa con reaños ha sabido rescatar de la vulgaridad y el cencerreo de las neveras para convertirla en un festival de categoría sin renunciar a eso de escuchar lo jondo al fresquito.

el 16 sep 2009 / 06:17 h.

Llenazo en la Plaza del Hospitalillo para arropar a Juan el Lebrijano en la noche de su homenaje y escuchar por primera vez a Enrique Morente en la Caracolá de Lebrija, cita flamenca que una alcaldesa con reaños ha sabido rescatar de la vulgaridad y el cencerreo de las neveras para convertirla en un festival de categoría sin renunciar a eso de escuchar lo jondo al fresquito, viendo cómo bailan las estrellas al son de las bulerías al golpe de la tierra. Estupendo escenario, excelentes luces y mejor sonido para asistir al debut de una chiquilla, Fernanda Carrasco, de sólo 16 años, que fue capaz de despertar a la seguiriya de su letargo y de darle a la bulería una nueva mano de barniz. ¡Qué voz más fresca y qué hechuras las de esta chiquilla perteneciente a una familia local de raigambre flamenca!

A Belmonte le preguntaron una vez que si tenía miedo delante de un toro y dijo sentencioso: "Demasiado para un solo corazón". La noche del sábado echamos en falta tener otro corazón, por si acaso, cuando vimos al maestro Curro Malena subir al escenario de la Caracolá, ayudado por sus cinco hijos. El gran cantaor lebrijano sufrió una congestión hace algún tiempo de la que se recupera lentamente, pero que le ha restado facultades para cantar. No obstante, y haciendo honor a lo que un día dijo un crítico de este artista, que tenía el corazón de un león, Curro le echó arrestos y fue capaz de poner al público de pie cantando por bulerías.

Sus ojos se iluminaron con la cegadora luz de la marisma, que se adelantó algunas horas, como los de todos sus hijos, que le hacían compás, y fue entonces cuando recordamos a Belmonte. Era la pelea del hombre y el cante, el no resignarse a esperar a la Pálida sentado ante el televisor. "Si viene a por mí, que me coja cantando", habrá dicho don Francisco Carrasco Carrasco.

Cuando vimos subir al gran Morente al escenario de la Caracolá no dábamos crédito a esa imagen, a pesar de que su nombre aparecía en el cartel. Pero era cierto, estaba allí el monstruo, el Chacón granadino, el último gran árabe del cante jondo. Y fue a cantar como él sabe, sin miedo a la policía del cante, como denominó él mismo a los puristas con su clásica ironía y singular gracejo albaycinero. Estábamos asistiendo a un momento histórico, al momento en que Enrique se sentaba por primera vez ante los puristas de Lebrija para bordar la granaína, la malagueña de Chacón, las alegrías y las soleares de Cádiz, acompañado por un nieto de Juan Habichuela que toca como Dios y por un cuadro de palmeros marca de la casa, en el que estaba su propio hijo.

Hubo silencio y respeto para escuchar al maestro, al creador, al cantaor que ha sabido liarse la tradición del cante a la garganta para crear su propio discurso, como Picasso creó su propia pintura. Después llegaron los homenajes, el de Juan y el de su hermano Pedro, que fue una sorpresa para él. Llegaron también los discursos, la clásica ojana de estos casos, las charlas de la alcaldesa y de la delegada de Cultura, besos por allí y abrazos por allá. Emoción pura y dura. Hasta que Juan el Lebrijano se sentó, se dejó guiar por la buena guitarra de su sobrino Pedrito María y por el piano de su otro sobrino, Dorantes, para cerrar una noche histórica.

Juan estuvo estupendo, su voz es aún un borbotón de agua fresca y su sentido del compás sigue mareando de perfecto. Larga vida a estos ya veteranos maestros que, aun castigados por el paso de los años, son todavía capaces de conseguir que echemos de menos un segundo corazón.

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