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J.J. Abrams nos transporta a una época mágica, la de los 80

el 18 ago 2011 / 15:55 h.

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Los Goonies, Regreso al futuro, Gremlins, El secreto de la pirámide, Exploradores, E.T., la saga de Indiana Jones, El vuelo del navegante, El secreto de Joey, Starfighter, Cocoon, Cuenta conmigo, Karate Kid, La historia interminable...esas, y muchas más (no voy a meter en el grupo a cintas tan recordadas como El imperio contraataca,
El retorno del Jedi, la saga de Indiana Jones, Cazafantasmas -la primera parte-, Blade runner o Terminator por pertenecer a otra categoría distinta de la que vamos a hablar) fueron las que, de alguna manera, forjaron a toda una generación de cinéfilos, aquella que hoy anda entre la mitad de su 30-40 y que por aquel entonces llenaba las salas con colas imposibles de ver hoy en día para que cineastas como Spielberg, Lucas, Dante, Donner o Zemeckis les transportaran a mundos muy cercanos en los que chavales como ellos vivían aventuras de esas con las que nosotros, chicos normales que no vivíamos en esos lugares donde pasaban las cosas grandes, sólo podíamos soñar.

Tanto nos marcó aquel cine, que para muchos suponía el primer contacto con la gran pantalla, que hoy, tres décadas después, ya adultos, con hijos y cargados del escepticismo que conlleva la madurez, muchos seguimos soñando con que Hollywood recupere aquella magia. Algo que, sin pensarlo mucho, estaba reservado a un puñado de nombres encabezado por un cineasta llamado J. J. Abrams.

La carrera de Abrams se remonta a principios de los noventa cuando, en funciones de guionista y productor amparó cintas como A propósito de Henry (aquella con un Harrison Ford que no cejaba en su empeño de quitarse la careta de Indiana Jones), Millonario al instante (una comedia muy olvidable con James Belushi y Charles Grodin) o Eternamente joven (protagonizada por Mel Gibson y Jamie Lee Curtis). Con este currículo que, admitámoslo, no decía mucho en su favor, el nombre de Abrams comenzaría a sonar con más fuerza cuando se vio implicado en la producción de Felicity, aquella serie sobre una joven que perseguía a la universidad al chico del que estaba enamorada en el instituto y que cosechó tanto éxito a finales de los noventa.
Con las puertas de la pequeña pantalla abiertas de par en par, Abrams centraría sus esfuerzos en hacerse un nombre en la caja tonta, optando por seguir creando series de relativo éxito para el formato doméstico.

Así, tras Felicity, llegaría Alias, la serie de espionaje protagonizada por Jennifer Garner que a lo largo de cinco temporadas estiró hasta lo indecible una trama que, por momentos, se hacía eterna. Pero cualquier reproche que se le pudiera hacer a Abrams cambiaría de forma radical en 2004, año en el que la mente inquieta de este neoyorquino daba con una idea que revolucionaría la televisión. Su nombre, Perdidos.
Fenómeno mediático sin precedentes, las seis temporadas de Perdidos suponen un punto y a parte no sólo en la trayectoria de Abrams, sino en la forma de ver televisión de muchos espectadores que pensaban que la pequeña pantalla no podía ofrecer mucho más a parte de comedias geniales y seriales mediocres. Cada capítulo de Perdidos es analizado hasta el último detalle en los cientos de foros de internet en los que, casi desde el primer episodio, es considerada como la mejor serie de la historia de la televisión, algo que su final, uno de los programas más vistos de la historia de la tele, ayuda a reforzar hasta cotas impensables hacía sólo unos años.

Con el nombre que Perdidos supone de cara a cambiar su status quo, Abrams decide que ya es hora de probar suerte en la gran pantalla. Y para ello, qué mejor que comenzar con una producción de poco riesgo y muchos beneficios, la tercera entrega de Misión imposible. Bajo su atenta mirada, las aventuras de Ethan Hunt consiguen atrapar a millones de espectadores, convirtiéndose en el mejor filme de la saga (a la espera de lo que tenga que decir esa cuarta parte dirigida por Brad Bird que se estrenará estas navidades) y una de las mejores cintas de acción de la década.

Tras ella, Abrams dirige su atención a un proyecto que, si bien supone la incursión en otra franquicia, resulta mucho más arriesgado, el de reflotar el universo de Star Trek.
Dicho y hecho, producida y dirigida por él, la cinta que reinicia las aventuras de Kirk, Spock y la nave Enterprise se convierte rápidamente en un éxito de taquilla sin precedentes para la franquicia, logrando al mismo tiempo superar en calidad a todas las anteriores películas.
Considerado por muchos como heredero directo de Spielberg, tanto por su forma de hacer cine, como por el hecho de convertir en oro (casi) todo lo que toca, Abrams, que en el ínterin de las dos cintas ha tenido tiempo para alumbrar Fringe, una serie de televisión que mezcla Expediente X con los modos de ciencia ficción que solemos ver en los cómics, nos sorprende a mediados de 2010 con un teaser (esos trailers cortos que no cuentan nada acerca del filme en cuestión pero que dejan con ganas de muchísimo más) en el que se ve a un tren descarrilando y como una de las puertas del mismo cede ante los envites de lo que sólo puede ser una criatura monstruosa.

De Super 8, que así se llama la cinta, no se sabe mucho más salvo que viene producida por Steven Spielberg bajo el sello Amblin, un hecho que nos deja a más de uno con "las carnes abiertas", ya que se trata de una productora desaparecida que sirvió al Rey Midas de Hollywood para amparar muchos de los filmes que citábamos al principio de este texto, algo que, el posterior trailer, la primera sinopsis de la cinta y los comentarios de Abrams y el propio Spielberg terminan de confirmar: Super 8, que sigue a un grupo de chavales mientras intentan averiguar que está pasando en su pequeño pueblo tras el citado accidente de tren y las misteriosas desapariciones que lo siguen, es un homenaje al cine de los años 80 que algunos ya han definido como "la película de este verano que no debes perderte". ¿Te la vas a perder? n

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