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La cultura como excusa

El caso de la niña-madre abre el debate sobre los límites del respeto a costumbres ajenas. Algo es cultural si un colectivo lo reivindica como propio pero ni Rumanía ni los gitanos apoyan la tesis de la familia.

el 06 nov 2010 / 19:28 h.

El caso de una niña convertida en madre con apenas diez años lleva días acaparando titulares. En el discurso de la familia, de origen rumano y etnia gitana, y en el de los responsables públicos competentes en la protección de menores aparece una y otra vez un argumento: la normalidad o anormalidad de los hechos con la cultura y la tradición como telón de fondo.

Desde el punto de vista físico, niña y bebé están sanos y si los médicos alertan del riesgo de un embarazo tan temprano, es fácil alegar que también existen tales riesgos a partir de los 35 años y las mujeres occidentales cada vez retrasan más la maternidad. Desde el punto de vista jurídico, la Fiscalía investiga si hay delito pero la relación sexual es consentida, entre dos menores y el padre del bebé supera los 13 años, la edad legal para el sexo reconocida en España. Queda el argumento de lo que es o no normal y al apelar a la cultura, se puede caer en dos errores: el relativismo del todo es respetable o el etnocentrismo de juzgar lo propio como lo correcto y despreciar lo ajeno.

Sin embargo, la catedrática de Antropología de la Universidad de Sevilla Emma Martín aclara que un hecho sólo puede ser calificado como cultural "cuando un colectivo lo reconoce y reivindica como propio". Y a su juicio, es más etnocéntrico hablar de cultura ante un hecho puntual porque se trate de una niña rumana gitana, cuando los casos que se dan en niñas españolas -188 en menores de 15 años en Andalucía en los últimos cinco años- son tildados, sin duda, de extraordinarios.

Aunque la madre de la menor afirmó, ante el revuelo despertado por el caso, que en su país es normal tener hijos a tan temprana edad, el consulado de Rumanía lo ha negado. Y si bien en el pueblo gitano -como muchos indígenas de América Latina- la infancia es más corta y las mujeres se casan jóvenes, la presidenta de la Asociación andaluza de mujeres gitanas Amuradi, Beatriz Carrillo, deja claro que a los gitanos también les ha sorprendido este caso. Es decir, ni el grupo étnico ni la nación de la familia reivindican la maternidad tan temprana como algo cultural.

Tanto Carrillo como Martín vinculan las diferencias en cuanto a la duración de las etapas vitales y las costumbres respecto a la maternidad y el matrimonio con las condiciones socieconómicas. Allí donde hay pobreza y existe el trabajo infantil, los niños dejan de serlo antes porque empiezan pronto a aportar a la economía doméstica, se emancipan y montan su propio núcleo familiar. Igualmente, "en nuestra sociedad, es el mercado laboral el que marca que la mayoría de edad sea a los 18", explica Martín. Beatriz Carrillo también subraya que conforme el pueblo gitano ha ido "evolucionando" y se va extendiendo la idea de que las mujeres pueden estudiar, trabajar y compatibilizarlo de adultas con una familia, cada vez son menos las gitanas que se casan muy jóvenes. "Es lo mismo que pasó con las mujeres en España, que hace 30 años también se casaban más jóvenes, lo que ocurre es que el pueblo gitano acumula un retraso histórico y ese cambio se está produciendo ahora".

Emma Martín considera que esta niña-madre ha perdido menos tiempo de infancia que si una menor española diera a luz con diez años porque sí es cierto que en su entorno la etapa infantil dura menos y apenas existe la adolescencia. El embarazo, cree, puede tener más consecuencias físicas que en su desarrollo evolutivo, que va a depender más de la forma de vida que lleve a partir de ahora, si está escolarizada y juegue o asume el rol de madre.

Sin embargo, la profesora de Psicología clínica infantil de la Universidad de Sevilla, Inmaculada Moreno, deja claro que aunque "hay ambientes culturales más rígidos o flexibles con el desarrollo evolutivo", el tránsito de la infancia a la adolescencia y de ésta a la edad adulta requiere "una madurez física y psicológica que no lo determina la cultura".
No hay una norma fija que dicte que una persona con 10 u 11 años es niña y con 12 ya no, pero sí hay indicadores basados en "una maduración física y un desarrollo cognitivo y emocional que determina la capacidad de independencia, de toma de decisiones y de juzgar el entorno por uno mismo". Estas capacidades no se adquieren de un día para otro. Existe una etapa de transición, la adolescencia, y "ninguna cultura puede saltarse esa etapa de transición".

Que en una sociedad con esa edad se asuman roles tales como trabajar o formar una familia no implica que, desde el punto de vista del desarrollo cognitivo y emocional, se pueda considerar que se ha alcanzado la edad adulta. O lo que es lo mismo, "las normas culturales no anulan la necesidad de maduración", destaca Moreno.

El debate sobre los límites del respeto a la diversidad cultural no es nuevo, pero resulta delicado cuando entra en juego la salud física o psicológica y, sobre todo, si se trata de menores. Cabe recordar que existe un acuerdo de mínimos -la Convención de los Derechos del Niño- que obliga a velar por su desarrollo integral y, pese a ser una declaración de principios que cada país aplica según su interpretación, un comité internacional vigila para que no todo valga.

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