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Los afrancesados

La celebración del bicentenario del 2 de Mayo, además de sus manifestaciones políticas concretadas en los actos oficiales de Madrid y Móstoles y artísticas en la exposición dedicada a Goya en el Prado, ha originado un torrente de publicaciones de variado carácter...

el 15 sep 2009 / 04:41 h.

La celebración del bicentenario del 2 de Mayo, además de sus manifestaciones políticas concretadas en los actos oficiales de Madrid y Móstoles y artísticas en la exposición dedicada a Goya en el Prado, ha originado un torrente de publicaciones de variado carácter y calidad desigual que han invadido las librerías.

Desde los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós hasta otros intentos de menor calidad, el heroico combate de los madrileños y la sucesiva contienda están de actualidad y han permitido su divulgación y conocimiento entre un amplio público.

De ese conjunto de publicaciones me interesa destacar la reedición de una obra aparecida en los años cincuenta debida a un historiador tan prestigioso como Miguel Artola, cuyo profundo conocimiento del final del Antiguo Régimen hace que sus obras sean de consulta obligada e insustituible. Me refiero a Los afrancesados, una minoría de españoles procedentes de la aristocracia, del clero, de la política y de la administración que en una situación difícil y complicada, a veces angustiosa, decidieron colaborar con los nuevos gobernantes y apoyar al Rey José I. Como ocurriría en julio de 1936, muchos no tuvieron "tiempo ni luces suficientes para elegir su campo".

Por su elección política fueron considerados enemigos del pueblo español y como "una legión de traidores, de eterno vilipendio en los anales del mundo", según expresión tan desmesurada como injusta de Menéndez Pelayo. Como en todos los conflictos políticos y sociales, entre los dos extremos (absolutistas y liberales en este caso), los afrancesados trataron de ocupar un punto intermedio y ser la tercera vía. Consideraron necesaria la modernización de España, fueron los continuadores de la política ilustrada que debió dar lugar a la "España posible" y que quedó interrumpida por el miedo a la Revolución Francesa; defendieron la integridad nacional frente a los intentos de Napoleón de anexionar a Francia los territorios al Norte del Ebro y proyectaron una política de reorganización de la administración, de la hacienda y de la educación, que no se concretó en realidades por las vicisitudes de la guerra y los desmanes de las fuerzas de ocupación y de los mariscales franceses. Salvo el problema dinástico, los afrancesados y los doceañistas gaditanos coincidían en muchas de las reformas a realizar e incluso en algunas de ellas se les adelantaron.

Terminada la guerra, la élite afrancesada tuvo que abandonar el país, condenada de forma implacable tanto por las Cortes de Cádiz como por el propio Fernando VII, una vez constituido en monarca absoluto. Muchos, como Iriarte, Meléndez Valdes, Goya, Urquijo, murieron en el exilio. Otros lograron ver convertidas en realidad algunas de sus iniciativas como la supresión de la Inquisición, la desamortización, la desaparición de los mayorazgos y la división de España en provincias, obra del andaluz y afrancesado Javier de Burgos.

Desaparecidos los afrancesados, la confrontación de los extremos sería la constante de nuestra historia contemporánea.

Antonio Ojeda Escobar es notario

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