Los aficionados radicales, la misma palabra los define, son los que en teoría (y tan en teoría) más sienten los colores, el escudo o cualquier símbolo que se tercie. Ellos animan cuando los demás se desaniman, ellos dirigen el coro de cánticos, ellos marcan el ritmo de las palmas y ellos crean rimas para honrar a sus héroes. Hasta aquí, todo perfecto, la vida es maravillosa y qué sería del Sánchez-Pizjuán sin ellos. Pero a los radicales, y también es inherente a su condición, les da mucho coraje el punto intermedio. Son buenos si están de buenas y son malos si están de malas, así que convierten a los héroes en villanos con inusitada rapidez. Cuando el club, por fin, los ha reprendido (dicho suavemente) a partir del triste espectáculo de Rota, ellos reaccionan dando la espalda al equipo, a su equipo. Si tan fuerte y tan radical fuese su sentimiento, no castigarían al equipo, al Sevilla en definitiva. Quieren dañar a José María del Nido y acaban dañando al club que tanto aman. Pero el Sevilla FC, 107 años de vida lo confirman, no es Del Nido, es bastante más. También es bastante más que los Biris. Como diría algún clásico, basta ya de falsos protagonismos.
