Toros

Poca cosa para terminar

El escaso público, el decepcionante juego del encierro de Fuente Ymbro y el percance de Juan Carlos de Alba ensombrecieron un discreto espectáculo en que sí sobresalió la entrega de Antonio Ferrera, que sudó la camiseta

el 18 ago 2014 / 09:53 h.

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Plaza Real del Puerto Ganado: Se lidiaron seis toros de Fuente Ymbro, bien presentados. Fue manso el primero; remiso el segundo; peligroso e incierto el tercero; pegajoso y deslucido el cuarto; se dejó el quinto y el sexto humilló. Matadores: Juan José Padilla, de aguamarina y oro, silencio tras aviso y oreja. Antonio Ferrera, de marino y oro, oreja y ovación tras petición y aviso. Manuel Jesús El Cid, de tabaco y oro, silencio y silencio. Incidencias: La plaza registró un cuarto de entrada en tarde de fuerte y molesto Levante. El banderillero Juan Carlos de Alba sufrió un fuerte golpe al ser cogido por el quinto. El diestro Antonio Ferrera en una faena de muleta. / JuanJo Martín (EFE) El diestro Antonio Ferrera en una faena de muleta. / JuanJo Martín (EFE) El diestro jerezano Juan José Padilla cumplía su segundo y último compromiso en este abono veraniego de la Plaza Real del que conviene tomar algunas notas de cara a ediciones futuras para saber que se puede ofrecer y que conviene no repetir. El caso es que el renacido Ciclón se había templado con el capote al recibir al primero, que marcó desde su salida la tendencia a hacer hilo con los engaños y los toreros. Padilla compartió palos con Ferrera en un segundo tercio en el que sólo se cumplió el expediente. El torero planteó la faena en las rayas, tapó las salidas a su enemigo y le acompañó a favor de querencias. Poco más había que hacer. Con una estocada muy tendida echó abajo al de Fuente Ymbro que ayer no tuvo su día. Ni en El Puerto ni en el lejano Bilbao, donde también lidiaba. A Padilla aún le quedaba el cuarto al que cuajó un segundo par -al galope toro y torero en los medios- que despertó momentáneamente del sopor. Pero la faena quedó en agua de borrajas por la molesta violencia del toro de Fuente Ymbro, que tuvo más genio que bravura. A pesar de todo Padilla, a su forma, supo darle fiestecilla y la gente vivió el trasteo encantada de la vida y le pidió -y obtuvo- una oreja de cariño y paisanaje que el matador paseó feliz y contento hasta el punto de embozarse en una inmensa y estrafalaria bandera pirata. El segundo en discordia era Antonio Ferrera, un torero en el mejor momento de su trayectoria que presume de su tierra extremeña por las plazas que pisa. Pero las circunstancias de la vida le hicieron nacer en Ibiza; e Ibicenco se llamó el primero de su lote, un toro serio y bien armado al que bregó con tanta vistosidad como eficiencia. Ferrera rescató la lidia natural quitando al toro desde la mismísima falda del peto por airosas chicuelinas. Ofreció el preceptivo par de cortesía a su compañero Padilla y concitó toda la atención pasando por dentro para clavar dos excelentes y arriesgados palos mientras arreciaba el fortísimo Levante. Con la muleta en la mano demostró que es un torero en sazón: la faena compartió habilidad, sentido de la escena y hasta esgrima. Pero el diestro supo vender perfectamente su labor y firmó su trasteo con un trepidante y ceñido arrimón antes de ser cogido por el pecho –afortunadamente sin consecuencias– al entrar a matar. La oreja se la curró, esa es la verdad. Ferrera cuajó con los palos al quinto, que se hartó de desbaratar tablas -que deben estar pegadas con mocos- después de dejarse la punta de un pitón en un encontronazo con la valla. En una de esas se llevó por delante a su banderillero Juan Carlos de Alba, que se llevó un fuerte golpe en el muslo derecho, literalmente espachurrado contra la barrera. El matador brindó a El Mangui y se llevó al toro a los medios para dictar una templada faena en la que sobresalieron algunos muletazos de trazo largo un pelín a cuentagotas. No importó que la música parara antes de tiempo. La gente había vivido con interés y atención todo su quehacer aunque la espada acabó haciendo guardia. No fue el día El Cid, que tuvo que pasar a la enfermería con u leve corte después de despachar al tercero, un animal peligroso y descompuesto que se levino al pecho media docena de veces y le hizo pasar un auténtico quinario. Al sexto, para que nos vamos a engañar, ni supo ni quiso verlo. La temporada veraniega del Puerto, a falta de otra novillada nocturna, está a punto de echar el cierre. El público sólo respondió al convite televisivo y a la cita con las figuras. Lo dicho, conviene tomar muy buena nota.

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