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Por el derecho a una muerte digna

Si para vivir se ha de tener fortuna, lo cierto es también que para morir se ha tener suerte pues la dignidad se ha de medir desde el nacimiento, yo opino que desde la concepción, hasta el momento en que nos toca poner fin a esta existencia mortal...

el 15 sep 2009 / 22:39 h.

Si para vivir se ha de tener fortuna, lo cierto es también que para morir se ha tener suerte pues la dignidad se ha de medir desde el nacimiento, yo opino que desde la concepción, hasta el momento en que nos toca poner fin a esta existencia mortal. Hay casos límite en los que la frontera de la moralidad e inmoralidad se encuentra delimitada por una tenue línea que provoca tensión y debate social, mas bajando al terreno de esas situaciones fronterizas y confusas, resulta injusto anteponer dogmatismos a casos concretos en los que subyace un drama familiar, un sufrimiento ajeno a esos debates.

No se pueden exigir comportamientos heroicos ante quienes han de adoptar decisiones dolorosas y difíciles que comportan afrontar un auténtico estado de necesidad. Decidir si vivir años y años prisionero de una máquina que mantiene las constantes vitales o dejar el alma libre de una atadura artificial, entraña para los familiares de quienes se encuentran en ese crítico trance, un dilema moral, cuya resolución, en uno u otro sentido, en todo caso se ha de respetar. Nada seria reprochable. Es más considero absolutamente injusto el hacer un juicio público y de corte mediático sobre esa tragedia, cuyo real alcance se ignora.

Porque en el fondo, cada uno puede tener su propia moralidad y valores éticos, con los que se ha de ser consecuente, pero sin que se pueda imponer por decreto ad hoc, porque ello es muestra de la más rancia tradición de intolerancia. Crítica de la que también nos deberíamos hacer eco en España, porque los extremos se tocan y ser tolerante no es cuestión de solo decirlo sino de ponerlo en práctica, lo que implica abrir el debate a la posibilidad de admitir la contradicción y de poder oír y dar cabida a quienes tienen otros valores y convicciones que no coinciden con los propios. En otro caso estaríamos ante una falsa tolerancia de boquilla.

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