Toros

Previsible y triste clausura

El último festejo del abono sevillano respondió a la escasa química del cartel y la desigualdad de la escalera de ganado escogida.

el 28 sep 2014 / 22:35 h.

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Plaza de la Real Maestranza Ganado: Se lidió, a modo de limpieza de corrales, una auténtica escalera ganadera que incluyó un primero de Daniel Ruiz de excelente clase y final rajado. El segundo, del mismo hierro, tuvo nobleza pero duró muy poco. El tercero, de Juan Pedro Domecq, también duró un suspiro. El cuarto fue un sobrero de Juan Pedro Domecq muy de mas a menos. El quinto, otro de Juan Pedro, resultó manso y acobardado. El sexto, de Parladé tampoco sirvió en la muleta. Matadores: Manuel Jesús El Cid, de esmeralda y oro, silencio y ovación. Sebastián Castella, de coral y oro, ovación y silencio Manuel Escribano, de corinto y oro, ovación y silencio Incidencias: La plaza registró algo más de media entrada en tarde espléndida.   El Cid en la Feria de San Miguel. / EFE El Cid en la Feria de San Miguel. / EFE Aún queda un festejo antes de que las puertas de la plaza de la Maestranza echen el cierre para preparar una temporada, la de 2015, que llegará cargadas de interrogantes. Pero ayer era el último festejo de ese abono empobrecido que sigue poniendo encima de la mesa la cortedad de miras de los que tenían que haber tirado del carro en estos tiempos de tribulaciones. Ya lo hemos dicho otras veces:en el pecado llevan la penitencia. El caso es que el mismo torero que abrió el abono, Manuel Escribano, fue el encargado de finiquitarlo ayer sabiendo que necesitaba un triunfo resonante para compensar la falta de suerte en los momentos clave en la sorda temporada que ha dejado atrás. Para que vamos a engañarnos;el único torero que despertaba un mínimo de ilusión en el festejo de ayer era el diestro de Gerena, que se echó toda la tarde encima de su montera sin conseguir sacar agua de los pozos secos que le tocaron en suerte. Escribano se plantó casi en los medios para recibir al tercero a portagayola. Lo cuajó con el capote y lo cuidó en la lidia, luciéndolo en un segundo puyazo que tomó muy de largo. El toro no tenia mal aire y mantuvo el son en banderillas, que el matador de Gerena interpretó impecablemente, sin acusar el reciente percance de Nimes que estuvo a punto de sacarlo de la cartelería de San Miguel. El tercer par, citando en el estribo y clavando por los adentros levantó un clamor. Ahora si nos habíamos despertado de la siesta en la que había entrado el festejo después de la lidia de los dos primeros toros. Pero sólo fue un espejismo... El joven diestro brindó a la parroquia y comenzó su faena con pases cambiados por la espalda. No hubo acople en los primeros muletazos y el toro echó todos los frenos posibles cuando su matador se pasó la muleta a la izquierda. A pesar de los esfuerzos de Manuel, ahí había acabado todo.

Resumen 21ª de Abono 2014 from Maestranza Pagés on Vimeo.

El sexto era el último cartucho que quemaba Manuel Escribano en Sevilla y también encarnaba el último capítulo de este abono agridulce. Puestos a dar cifras, era la novena portagayola del torero de Gerena en ese sitio que no tiene camino de vuelta. El torero tuvo que aguantar la salida al paso del animal y se jugó la vida en una larga angustiosa que logró resolver con limpieza. Desgraciadamente, a esas alturas se había consumado el desastre. Aunque Manuel levantó levemente los ánimos manejando los palos se iba a estrellar en el último muro mientras el público abandonaba sus localidades de forma apresurada.   Y es que este festejo de clausuraba estaba respondiendo punto por punto al guión establecido. La falta de química de la combinación de matadores, el momento que atraviesan los más veteranos más que vistos en Sevilla y la escalera de ganado escogida no eran el mejor presagio de un espectáculo que nunca fue tal. Una vez más, la suerte puso en manos de El Cid el toro de mayores posibilidades. Fue un precioso y serio jabonero, un punto carbonero, al que lanceo con limpieza a la verónica. El animal se comportó con excelente clase en la lidia aunque también enseño algunas vías de agua en el motor. La cuadrilla no anduvo demasiado fina en el tercio de banderillas y El Cid comprobó al tercer o cuarto muletazo las excelencias de su enemigo. Desgraciadamente ni estaba, ni se le esperaba. A estas alturas después de tanta pólvora quemada en salvas en esta misma plaza, se antoja muy complicado despertar alguna ilusión. El Cid se puso allí, se dejó enganchar la muleta y se perdió en mil y un tanteos sin lograr construir una faena con un mínimo hilo argumental. Aburrido, el toro acabó por rajarse entre la impasibilidad del público. El cuarto cayó fulminado al topar con el burladero de matadores y tuvo que ser apuntillado por Lebrija. En su lugar salió un sobrero de Juan Pedro Domecq al que toreó, para asombro de los escépticos, con exquisita templanza a la verónica. El Cid brindó al Boni, que ya no anda para muchos trotes, antes de encontrar el acople a media altura. Se encendió alguna luz, muy débil, teñida de esperanza. Pero no hubo más. El toro había agotado la gasolina y se había acabado el turrón. Era la cuarta y última tarde en Sevilla en esta temporada que ha vuelto a pasar prácticamente en blanco. Y si habíamos hablado de ilusiones, las que despierta a estas alturas el francés Castella en la plaza de la Maestranza podemos dejarlas en meramente descriptibles. El segundo de la tarde no terminó de definirse en los primeros tercios de la lidia y apretó hacia los adentros. Pero Castella trazó una apertura de faena templada y ligada que nos sacó del tedio. El toro había roto en bueno y el trasteo pareció estallar con un cambio de mano cosido a un natural completamente circular y un excelente pase de pecho que caló en la parroquia. Pero el tono de la faena no mantuvo la misma intensidad por el lado izquierdo el animal se había ido agotando y Castella tuvo que sortear un feo hachazo que certificaba que la faena no podía dar más de sí. La alegría, como en la casa de los pobres, había durado poco. Tampoco iba a cambiar la decoración con el quinto, un ejemplar de espectacular pelaje berrendo en jabonero que se refugió en tablas a primeras de cambio. La faena, por llamarla de algún modo, inquietó al mismísimo Job.

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