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Un cuento cantado

El Teatro de la Maestranza apuesta un año más por acercar la ópera a la gente menuda, con un esfuerzo encomiable pero también discutible.

el 04 may 2010 / 09:10 h.

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Elogiamos el esfuerzo de quienes ponen en pie una empresa de estas características, tanto en el nivel creativo como en el de exhibición. Son ya varios los años que el Maestranza lleva apostando por la creación de nuevos aficionados desde la base, la más tierna infancia. Algo que lógicamente le interesa como empresa, pero que sobre todo agradece la cultura en general, y bien es sabido que en ese campo aún nos queda mucho por lograr.

Observar en la tarde de ayer lunes tantos niños acompañados por ilusionados, voluntariosos y pacientes padres, en un espacio cultural de primera referencia en la ciudad, es un privilegio que sólo de cuando en cuando tenemos el placer de disfrutar. Un público singular con un alto nivel de exigencia pedagógica por parte de los progenitores. Habría que haber asistido a las funciones estrictamente para escolares programadas por las mañanas, sin el apoyo y la motivación de los padres, y con sólo un sufrido maestro por no sé cuántos niños, para comprobar el grado de interés suscitado en los chiquillos. Las caras, ya desencajadas, de las acomodadoras por la tarde daban buena cuenta del cansancio acumulado en esas agotadoras matinées.

Volviendo a la función familiar de tarde, tanto niño provocó un previsible y permanente murmullo, no molesto teniendo en cuenta la particularidad del público. Reducida dramáticamente y diminuida musicalmente, la adaptación de Albert Romaní al castellano no parece haber caído en la cuenta de que La Cenicienta es un cuento clásico para muchos entrañable, pero poco recomendable para el público infantil de hoy, al que pretendemos inculcar unos valores que poco o nada tienen que ver con la exclusión y el papel de una mujer que sólo puede ser salvada por un príncipe azul. Sin duda válido como objeto cultural, entretenimiento y análisis histórico, pero sólo para mentes preparadas, no para quienes están cultivando su pensamiento. Hay pocas óperas ciertamente que propugnen valores satisfactorios desde el punto de vista pedagógico, pero seguramente aceptan adaptaciones más sencillas a los tiempos.

Los niños funcionan mucho por impacto visual, y la de Comediants no es una propuesta ni espectacular ni ingeniosa. El público infantil es exigente; Disney ofrecía productos muy reaccionarios pero formalmente brillantes, para obtener un mayor calado emocional en sus destinatarios. No basta recurrir a referentes clásicos y pretender infantilizarse a fuerza de colores vivos, sin un toque clown que entusiasme a los pequeños, lo que hace que fuese el personaje de Don Ramiro, el más grotesco, el que despertara mayores aplausos. Además fue el que más destacó en aptitudes canoras y de interpretación, pues los demás apenas pudieron entenderse, ni en los recitativos. Muy esforzados y atinados la pianista y el fagotista, aunque la reducción restó lógicamente mucho brillo a la partitura de Rossini.

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