Un instante de la función.
Ópera La Cenerentola * * * * Teatro de la Maestranza. 14 de febrero. La Cenerentola, Giacchino Rossini (1792-1868). Intérpretes:C. Chausson. A. Marianna. W. Gierlach. B. Quiza. E. Rocha. A. Tobella. M. Arcuri. Director de escena: P.Curran. Escenografía: P. Grossi. Vestuario: Z. de Vicentiis. Director musical: G.Sagripanti. Coro del Teatro de la Maestranza. Í, Sampil, director. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Producción del Teatro San Carlos de Nápoles.
En ocasiones, suele coincidir con cuando menos se lo espera uno, los engranajes funcionan a la perfección, los planetas se alinean y, una cosa por otra, sale una función de ópera redonda, o casi redonda. La Cenerentola. ¿Otra vez? Bueno, 14 años después de la que entonces hicieron Petia Petrova y Bruno de Simone en los roles principales. De aquella representación poco recordamos; de esta, a nivel escénico, es posible que tampoco logremos atesorar gran cosa en la memoria. Pero funciona. Con sus sempiternas columnas de cartón y su espartana sencillez, funciona. Podemos repetirlo más veces, pero no por ello quedara más claro. La iluminación de colores intensos de Juan Manuel Guerra le va como anillo al dedo y todo el final del primer acto, modelo años 20, con su enredo formidablemente servido y con una estética de mimos que nos recordó a la película Palace de Tricicle otorga un nuevo brillo a la humorada; una puesta muy agradable, honestamente simpática. En la que percibimos eso que tantas veces está ausente en las producciones que presenta el Maestranza: la dirección de escena. Paul Curran no deja huérfanos a los personajes del vodevil y todo parece engrasado, fluye con una naturalidad que traspasa la cuarta pared.
O eso o que el bajo-barítono Charlos Chausson nos obnubiló. De impecable ejecución, absolutamente cinematográfico en cada mohín. Astracanada sí, pero ¡qué recital interpretativo! En lo actoral y en lo vocal, francamente el mejor Don Magnífico que he podido escuchar nunca. Una referencia operística absoluta al alcance de cualquier melómano, porque todavía quedan algunas entradas. De voz clara, perfectamente apoyada, con rotunda proyección y dueño de endiabladas agilidades: Inmenso Chausson, dominador de todos los códigos. Marianna Pizzolato es una ejemplar cantante rossiniana de timbre agradable y muy sagaz en el manejo de la técnica, resolviendo con estilo las difíciles coloraturas, con lo que consiguió que cada intervención luciera de manera personal. Sólo tuvo algunos problemas al dejar correr la voz en los instantes en los que imperaba una mecánica de canto veloz, pero redondeó el conclusivo Non più mesta.
Puede que el del tenor Edgardo Rocha no sea un instrumento especialmente hermoso, pero es capaz de regalar brillantes agudos. Su Don Ramiro fue de menos a mas, y aunque hubo cierta tendencia al engolamiento, valoramos su clara dicción y apropiada línea de canto. Las hijas de Don Magnífico, Mercedes Arcuri y Anna Tobella, compusieron dos aviesas hermanastras, se expresaron de forma atractiva y se mostraron afinadas, resultando sus voces perfectamente heterogéneas pese a la habitual homogeneización con la que se las dibuja en otras funciones. A Dandini lo encarnó el barítono Borja Quiza, muy correcto, con solvencia; mientras que Alidoro fue el bajo Wojtek Gierlach, que dio algunas notas algo abiertas. El coro masculino del teatro, preparado por Íñigo Sampil, cantó con convicción y gran agilidad, volviendo a demostrar el excelente trabajo que el maestro vasco está llevando a cabo con un conjunto que, con cada nuevo director, crece en valía.
El joven maestro Giacomo Sagripanti hizo los deberes con la Sinfónica de Sevilla acercándola a una sonoridad que tenía algo olvidada; empezó con gran ligereza, muy en estilo, pero luego fue llevando su lectura a un siempre correcto segundo plano, sin empeños aparentes.
