Opinión

Una ausencia inconsolable

Su casa de Alenza 8 siempre estuvo abierta a las personas y a las ideas

el 30 ene 2014 / 22:18 h.

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El número 8 de la madrileña calle Alenza ha sido durante décadas una casa de puertas abiertas a las personas y a las ideas. El larguísimo pasillo, alicatado de libros hasta el techo, desembocaba en el salón donde Félix Grande y Paquita Aguirre recibían con la misma hospitalidad a poetas advenedizos de paso por la capital que a ilustres amigos como Julio Cortázar y Paco de Lucía. Es cierto que, antes de conocer a ese Félix íntimo, pudimos disfrutar muchas veces de otros Félix: el conferenciante casi hipnótico, el poeta hondo y sobrecogedor, el estudioso que una vez se fue de gira por la América Morena con Fernando Quiñones para llevar el flamenco a rincones insólitos, o el seductor irredento, con su cabeza nevada de tribuno romano; el articulista que nos enseñaba a amar la democracia y la libertad no como palabras huecas, sino como tesoros ganados con la sangre de nuestros mayores. No puede haber peor noticia en estos tiempos que la que asegura que la voz de Félix se ha apagado para siempre, que sus ojos pequeños y luminosos, llenos de piedad y también de rabia legítima, han dejado de brillar. Que no volveremos a verle fumar deleitosamente en el salón de Alenza 8, bajo los cuadros de su suegro, el pintor Lorenzo Aguirre, mientras se disemina en el aire la guitarra de Sabicas o el Concierto de Brandenburgo de Bach. Nunca nos ha hecho tanta falta como ahora el magisterio deFélix, su limpia, lúcida mirada en medio de la confusión, la grosería, la indecencia imperantes. Cómo nos va a faltar la pasión y la generosidad que sumaba su tándem invencible con Paca. La compañía de sus libros –búsquenlos– consuelan, pero no lo reemplazan. Qué pena da esta España estupefacta, helada sin el calor de Félix Grande.

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