Para qué negarlo. El Consejo de Joaquín Sainz de la Maza ha comenzado con buen pie y ha sabido escoger la voz y la palabra adecuada. No hay que olvidar el objetivo. Se trata de enderezar un acto en el que hace ya demasiado tiempo priman más el rosario de pamplinas que rodean el asunto que la calidad del texto. ¿Qué cara pondrían Rodríguez Buzón o Romero Murube ante la agenda de horteradas que le preparan al pregonero? Mejor no seguir por ahí... Alberto García Reyes no necesita convencer de su solvencia profesional ni su contrastada calidad para salir más que airoso de un empeño que necesita reverdecer: escribe como el que lo inventó. Y además lo siente. Pero, ojo, también hay que alabar el gusto de la mujer que el Consejo quería ungir para ponerse modernito. Hablamos de Charo Padilla que, dicen, habría rechazado el jugoso ofrecimiento de los barandas del capilleo hispalense sin atender las poderosas mediaciones de algún peso pesado de la comunicación patria. Hay que tenerlos bien puestos para dejar pasar un cáliz que a otros hace levitar o poner los ojos en blanco. Los motivos de ese enroque sólo los conoce la interesada pero la negativa de Charo Padilla, que no es otra, viene a poner en su sitio un encargo que está sacado de madre. El pregón es eso, el pregón... lo único que hay que pedirle es que sirva para para poner acento literario en lo que va a suceder una semana después. Con un par. ~