Entre las olas

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09 nov 2016 / 16:44 h - Actualizado: 09 nov 2016 / 16:51 h.
"Excelencia Literaria"
  • Entre las olas

Las estrellas pendían del cielo como pequeños filamentos plateados, reflejándose en el mar en calma, que parecía un segundo cielo. La calidez de los cantos invadía la atmósfera, perdiéndose en la infinitud. No muy lejos, observándolo todo, Dana reflexionaba sobre la grandeza del firmamento recostado sobre una lona de plástico, con la pequeña cabeza de su hermana descansando sobre su pecho. Aquellos momentos le hacían sentirse en la cuna de África, su hogar, cuando junto a sus cinco hermanos se echaba sobre el pasto para buscar las constelaciones. Rara vez los pasajeros podían permitir un descanso a sus doloridos músculos, ya que todos y cada uno de ellos eran necesarios para remar. Les quedaban pocos víveres y muchas horas de viaje hasta llegar a las costas de Grecia.

Las pocas mujeres que viajaban con Dana le habían relatado, durante las largas jornadas de faena, bellas historias sobre el océano que se extendía ante ellos, pero él sabía que toda calma y armonía siempre es temporal. Al igual que su país, el mar podía tener periodos de tranquilidad en los que la barca se deslizaba fácilmente para entusiasmo de los pasajeros, pero también marejadas en los que la frágil construcción temblaba con los golpes de las olas.

El frío se le colaba por debajo de la ropa y la humedad se le pegaba a la piel. El bote oscilaba peligrosamente mientras algunos hombres gritaban órdenes y con las linternas asustaban a los niños, que yacían acurrucados en popa, vigilados por dos mujeres. A estribor, un grupo se afanaba en achicar el agua que inundaba la embarcación. Una ola amenazó con sumergir la proa.

Dana cerró los ojos. Deseaba que amaneciera pronto. Además, sabía que intranquilizarse no serviría para calmar el mar.

Otra nueva ola sacudió el barco, inundándolo, lo que provocó que un anciano mascullara una maldición. Después de unos minutos eternos se oyeron más gritos, pero esta vez de alegría. Dana abrió intrigado los ojos: una luz se acercaba por estribor y los hombres con las linternas alzaban las voces hacia el cielo, entonando cantos de gratitud a Alá. Dana agudizó la vista en la negrura de la noche; un inmenso buque se acercaba a ellos.

«Estamos salvados» pensó, y uniéndose a los demás cantó a las estrellas recitando estrofas que narraban cómo su Dios había salvado a sus ancestros, a su pueblo y, ahora, a ellos.