A veces queremos cambiar el mundo, quizá de una manera inocente, y el mundo es como es y no conocemos otro mejor ni peor que este. Me parece una barbaridad que se pueda odiar a alguien por ser de una ideología distinta a la tuya, de una religión diferente o un equipo de fútbol contrario al otro. Esto es un fracaso de todos. He reconocido muchas veces que soy más inocente que un búcaro, pero a lo mejor no lo soy tanto y tengo dentro un psicópata capaz de alegrarse de que gane un equipo de fútbol que no es el suyo o que gobierne un partido al que no vota o gane las elecciones de su pueblo alguien que no le representa. Estoy preocupado por esto, porque me puede alejar de mis congéneres y buscar una isla desierta donde pasar mis últimos días, solo, quizá con mi perro y un buen puñado de libros de autores con los que me tomaría una cerveza, aunque no tenga ninguna afinidad con ellos. Mi abuelo Manuel fue tres días a la escuela y era un hombre del campo. Un día me dijo: «Te costará mucho entender el mundo». Me lo vio en los ojos cuando era niño.