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La vida del revés

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28 may 2016 / 02:00 h - Actualizado: 27 may 2016 / 19:13 h.
"Comunicación","La vida del revés"

Esta tarde, había cierto revuelo en la puerta del colegio que tenemos cerca de casa. Parece ser que la policía no dejaba salir a nadie de allí. Estaba programada una trifulca con los alumnos de un instituto cercano. Pues vale. No falla. Si los medios de comunicación difunden una noticia que tiene que ver con la violencia entre jóvenes, si en la televisión vemos a manifestantes corriendo delante de la policía después de quemar media docena de contenedores y romper tres escaparates que cuestan un dineral; todos quieren imitar lo visto. Los telediarios funcionan como los anuncios de publicidad. De hecho, existen empresas dedicadas a inventar noticias en las que aparecen productos determinados y las ventas se disparan. Espero que la cosa no se distorsione más de lo que está y nadie decida hacer de estas cosas su forma de vida. Tal y como está el mundo, todo puede ocurrir.

Y algo tan sencillo no terminan de comprenderlo estos que se han convertido en políticos y que solo entienden de banderas con estrellas o sin estrellas, de protestas callejeras, de terroristas criminales convertidos en la Dama de las Camelias y de discursos llenos de odio, deseo de venganza y un lamentable nivel ideológico y, por supuesto, intelectual.

Pero no hay que alarmarse. Siempre llega la noche y los niños duermen, los padres descansan y los jóvenes toman copas sin ton ni son; generalmente, sin meterse con nadie. El objetivo de la gran mayoría de ellos es ligar con la chica por la que beben los mares o gustar al muchacho más guapo de la fiesta. Sutil diferencia que se aprende a base de fracasos nocturnos. Todos colocados dentro del micromundo fabricado a su medida. Nada de destrozos en las calles.

La noche llega para interrumpir el ajetreo que empezó justo cuando acababa la anterior. Para que podamos sentarnos durante unos minutos sin hacer otra cosa que no sea pensar en lo largo que fue el día. Y después el hacer de los adultos, el que no molesta. Un libro que esperaba, una buena película, algo de música o una conversación que hubo que aplazar por un biberón o cualquier otra cosa insignificante aunque suficiente para que las cosas vayan por otro sitio.

Claus y Lucas de Agota Kristof. Es el libro que estoy leyendo. Un volumen que incluye la trilogía que narra la historia de dos hermanos gemelos durante y después de la segunda guerra mundial. La primera de las novelas -El gran cuaderno- es uno de los libros con los que más disfruté siendo joven. Ni una alegría, eso sí. Tremendo y descarnado. Técnicamente muy interesante por ese narrador que es, en realidad, dos (los gemelos Claus y Lucas). Cuando un libro así cae en manos de alguien que quiere dedicarse a escribir suenan todas las alarmas. Descubrir lo que significa arriesgar en literatura provoca vértigo, algo de pánico. Y, mientras, escuchar un disco de Phil Woods grabado en el año mil novecientos cincuenta y cinco. Get Happy.

Formidable.

Antes de acostarme, me quedé solo un rato. Pensando.

En la vida todo tiene un porqué. Eso lo sabe cualquiera. Encontrar las razones por las que pasa esto o aquello es lo difícil. Generalmente las tenemos delante de nuestras propias narices y no somos capaces de percibirlas. Por no querer, por miedo o por torpeza.

Aún me pregunto, por ejemplo, por qué me dejó de hablar aquel tipo. Me lo he preguntado muchas veces y me he encontrado con razones tan estúpidas que he preferido no creer en ellas. Se han ido sumando algunas más. Las que llegan de fuera, las que no hubiera conocido nunca sin que me las hubiera comentado un tercero. Si ordenara un poco la información seguro que terminaría topando con esa última razón que todo lo explica, pero prefiero seguir pensando que no existe ninguna que lo justifique. Y lo prefiero porque soy de los que piensa que el tiempo lo ordena todo. Me dicen que le va bien, que pregunta alguna vez por mí, que no guarda rencor a nadie. A mí también me va muy bien, nunca pregunto por él y sigo pensando que es mejor no darle la mano para ir dos metros más allá. Me parece indecente adornar ese tipo de cosas. La persona que no es capaz de mirar a la cara para solucionar un problema me sobra. Si el tiempo lo quiere me colocará en otro lugar. Y a él.

Muchos son los que han ido quedando en el camino. De algunos no recuerdo ni siquiera el nombre. De otros prefiero no recordar nada. Y todos llevan pegados un porqué. Supongo que también yo tendré una buena cantidad de ellos repartidos por el pasado. Preguntas sin resolver, sin solución o sin formular. El recuerdo que queremos ocultar con un presente que sí podemos ir adornando para que lo que queda parezca otra cosa. Lo mismo les ocurrirá a los malos políticos, a los alborotadores, a los que organizan peleas a la puerta de un colegio. A todos los que se atrincheran en el hueco que encuentran para no tener que dar la cara.

Está lloviendo. Una pequeña tormenta. La ventana entreabierta. Saldrá el sol en cualquier momento y el suelo brillará durante un rato. Ahora, suena A sleepin’ bee.

Por algo será.

Un día agotador. Eso no fue noticia para casi nadie. Un día anodino, muy anodino. Tampoco lo fue. Un día en el que pasé buena parte de la mañana en un cementerio que daba miedo despidiendo a uno de los mejores tipos que he conocido. Nada del otro mundo. Sólo lo fue para ocho o diez personas. La noticia era que cientos de chicos querían matarse unos a otros sin razón aparente, que ardían contenedores en las calles de Barcelona. O alguna inventada para que un producto se vendiera mejor. Así que me quedé en mi pequeño mundo, en el que las cosas se ajustan a mí. Leyendo el libro de Kristof (de una obra así nadie se olvida después de leerla). Mucho más duro, más real y más interesante que un noticiario de la televisión. Pasando el frío que deja la ausencia. Eso sí que no se olvida y es una gran noticia. Aunque sin acompañarse de palabras vacías o imágenes editadas para causar sensación.