Hace veintisiete siglos, en una Atenas donde los aristócratas intentaban apartar de todo poder a los que producían los bienes de consumo y de comercio y, aunque había gente que comenzaba a expresarse con conceptos que diseñaban otra sociedad, se pensaba de una manera y se vivía de otra. Hubo alguien que cayó en la cuenta de esta contradicción a la que él llamó disnomia (desorden) y concluyó que eso sólo conducía al desastre: se llamaba Solón. Partiendo de ahí, intentó convencer a los unos de que se necesitaba la eunomia, el acuerdo de todos en la creación un orden justo para el que era necesario que cada cual asumiera su parte de responsabilidad en ese desorden que no había sido producido por los dioses sino por el egoísmo humano. Por primera vez en la Historia del mundo se separaba el ámbito político del sentimental, algo muy importante para la economía, la ciencia, la filosofía... y la vida. Se tomaron medidas destinadas a favorecer el equilibrio social, se liberó a la población agrícola de cargas y nacieron organismos igualitarios de participación y control en medio de un gran entusiasmo. Se vivió un lago período de bonanza y Atenas se puso a la cabeza de todas la ciudades. Pero los aristócratas no se conformaron con la pérdida de prebendas y, por otra parte –como suele suceder– las medidas compensatorias no fueron eficaces al cien por cien lo que creó decepción en sectores populares. Volvieron las convulsiones y Pisístrato, un tirano, se hizo con el poder. Él, sus hijos y la aristocracia gobernaron a lo largo de más de 50 años.