Monika Buch III: obras de los ´70 en galería Rafael Ortiz

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23 feb 2019 / 12:30 h - Actualizado: 23 feb 2019 / 12:35 h.
  • Monika Buch III: obras de los ´70 en galería Rafael Ortiz

Cuando nos acercamos a una autora que no hemos conocido antes, puede que nos deslumbre el que hayamos llegado a su vida y a su obra, cuando tiene detrás toda una trayectoria, como es Monika Buch (Valencia, España, 1936), y siempre parece que se nos quedan cosas por decir, por reflexionar sobre ella porque se nos hace demasiado corto y por no agotar los límites que la prensa periódica impone.

Tenemos la suerte de estar escribiendo y/o leyendo en un medio digital, y por eso todo esto puede obviarse porque la noticia se va incorporando continuamente, sin tener que acogerse a la periodicidad de las 24 horas diarias, imprescindibles en la de papel. Esta es la razón por la que he triplicado a veces algunos artículos, de los que incluso puedo seguir teniendo la sensación de que los dejé incompletos por lo inabarcable de sus obras o la dificultad que me supone su análisis.

Esto me ha pasado también con Monika Buch, por la sorpresa que ha podido suponer su descubrimiento, esperando me disculpe por no haberlo hecho antes, todos los años que me dediqué a estudiar el pasado en lugar de ser contemporánea, vivir en el presente que significa compartir este tiempo en paralela simultaneidad con los autores plásticos. Oportunidad que se ha subsanado gracias a las colaboraciones en este medio del que celebramos en este, sus 120 años de vida.

Esta admiración o sorpresa radica fundamentalmente en lo que entiendo como enorme dificultad de realización que tienen sus obras y dentro de todo el marco complejo de contradicciones, lo que también entiendo como aparente facilidad para ella -entre otras cosas por su perseverancia y maestría- así como en las dificultades de interpretación que tienen, al ser abstracciones geométricas de formas puras.

En los dos artículos anteriores que le dediqué, hice lo que pude por intentar trasladar a palabras lo que en realidad es otro lenguaje (casi) intraducible como es el de las imágenes basadas en la analítica de los algoritmos, en las leyes de la perspectiva, los cálculos desde la propia historia de las matemáticas o para entendernos, desde Euclides; las leyes combinatorias -ordenadas o caóticas- de la forma, y ordenadas y caóticas siguiendo su propio ritmo de derivación lógica, o el que nosotros vemos e imponemos al representarlas. El ojo, la mano y el cerebro, me digo. Los de ella. Los de cada uno.

Para esto hice el intento de ir a la nomenclatura oficial, que clasifica, ordena, mete a los artistas en sacos. No quisiera hacerlo con ella porque hay artistas en el mundo, pero muy pocos que traspasan las fronteras que marcan el tiempo y el lugar. De manera que voy a permitirme expresar unas ideas que no se basan en el cientifismo historiográfico, sino en lo que nos depara para la psiquis y para los ojos, unos juegos perceptivos que tienen que ver con la lógica, con la razón, con las matemáticas, con la física, con la fisiología, con la psicología, y sobre todo con las muchísimas teorías afines a estas materias, que se han ido sucediendo ya digo, no sólo en arte, sino también en cada una de estas disciplinas.

Monika Buch III: obras de los ´70 en galería Rafael Ortiz

Es desde todos estos puntos de vista (más los que se quieran añadir aquí: neurología, astronomía, óptica, quántica,...) desde donde hay que intentar acercarnos a unos dibujos en progresión imaginaria, en la ficción de los laberintos que se multiplican sin que tengamos claro hasta dónde y considerando no los límites que la visión nos impone, sino los de la imaginación “racional” aunque parezca paradójico. Ya veremos cómo otras series de paradojas nos aguardan.

La pregunta que me hago ahora es que por qué me atrae tanto la seducción fría que ejercen esa especie de monogramas bícromos, monócromos, trícomos (considerando el fondo sobre el que se representan) o a lo más, tamizados en una escala sutil que puede que recibamos (¿la vista?, ¿el cerebro?) de manera inconsciente. Lo cierto es que así es, y que a pesar de saber que además son estáticos, los continúo prolongando (¿en mi cerebro?, ¿en mi retina?), como si ciertamente tuvieran movimiento. He aquí una de las claves dende reside esa “hipnosis”, porque ella no está recurriendo al consciente, sino precisamente a él, al subconsciente, a lo que se ve y se intuye, se prolonga imaginariamente y porque parece que todo obedece a la Teoría del Caos, a una necesidad de Azar que ella quiere someter al Orden, a las simetrías que se producen en la Naturaleza, a un Mundo Finito aunque sabe que el Universo se expande y por eso algunas veces, no cierra sus obras.

Es esta otra de las paradojas sublimes que una mirada atenta nos regala: lo que es, puede ser o metamorfosearse en otra forma.

El arte en general -el que se hace con mayúsculas- ejerce ese algo de sugestión hipnótica que nos atrae como la tela de una araña hacia los lugares estratégicos o los centros cromáticos y formales donde el autor -o autora- ha querido atraparnos. Mucho más si esa atracción reproduce una y otra vez la falsa ilusión de la tridimensionalidad y ha sabido jugar con las formas puede que también inconscientemente para ella, o puede que por el contrario procedan de un minucioso estudio que descompone geométricamente, lo que en principio es pura aritmética: partir de las dos y tres direcciones del espacio considerando las figuras planas hasta alcanzar la perspectiva axial (según los ejes) de su representación, y según los ángulos donde nos situemos para que nos asemejen cuerpos cúbicos. Este es otro de los grandes hallazgos de Monica Buch: el de la ubicación externa que condicionará el que aparezcan oblicuas, frontales, desde arriba, etc. lo que son líneas y colores.

Puede incluso que estas formas, líneas y colores, hayan devenido de la cultura op (del optical art), del pop, de una cierta psicodelia contenida y que por supuesto también finge, o del arte cinético que detuvo justo un instante antes de girar, de derramarse hacia dentro o hacia fuera, de dirigirse hacia alguno de los ángulos o curvas expansivas que la aparente autogeneración, el análisis progresivo hasta adquirir un sistema propio, le han ido permitiendo para derivar las leyes combinatorias de las líneas sobre un plano y a las que aplica color en su dintorno, para que sean estas las que definan la hipotética profundidad, las múltiples ilusiones ópticas que establecen las conexiones entre la anterior y posterior, la que parece estar delante o atrás, a un lado y otro y porque aquí entra en juego fundamentalmente la gestáltica, esa “otra” manera de ver las cosas positivadas y en negativo al tiempo.

La exposición, tiene además el valor añadido de que son ni más ni menos que sus primeras obras. 46 años de indagaciones y descubrimientos que ya estaban justo aquí, en el origen.