Cuando viajas y te desconectas un poco de casi todo, salvo de Facebook, que lo llevas contigo para que cuando estés bajo de ánimo te suban la autoestima esos amigos con los que nunca te has tomado una cerveza, llegas a casa y tienes la sensación de que has estado fuera un mes, cuando solo has desaparecido tres días. Los peces de la pecera te miran con desconfianza, como si ya no te conocieran de nada. Abres el frigorífico y descubres que el conejo que dejaste con una sonrisa de oreja a oreja, aun estado envasado al vacío, te recibe igualmente con mala cara. Y cuando sales al patio para ver si siguen ahí las golondrinas, los gurripatos te miran como si fueras un maldito minino. La casa está que parece que en tu ausencia alguien celebró un velatorio: fría y con polvo en los muebles a pesar de que dejaste las ventanas cerradas. Hasta el televisor parece distinto, con los colores apagados. Es que vienes de pasar tres días fantásticos en la costa murciana, donde has comido y bebido para un mes, has recibido cariño y cuando llegas a casa ya lloras por volver a ese bello lugar