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¡Niña, cuánto te quiero!

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24 feb 2018 / 22:03 h - Actualizado: 25 feb 2018 / 11:12 h.
"La trastienda hispalense"

Entre recuerdos de la arriada sevillana que, en el 61 del pasado siglo, el Tamarguillo nos empapó de fango de ruina y multiplicó con creces la pobreza natural de muchos barrios de Sevilla, entre ellos el de mi cuna natal, nos reunimos, el pasado jueves, casualmente, algunos de los Niños de la Calzá en el viejo Jabalón que, desde la esquina del callejón de Becerril, vela por la carta popular que San Benito le aconseja para que nunca falte la tradicional sopa de tomate de nuestras abuelas entre otras muchas viandas con aromas de bobas alcalareñas, verduras de las huertas monacales de Santo Domingo y el buen mollate de las viejas viñas del Campo de las Cabritas y los alrededores de la Buhaira.

Una mesa con mantel de recuerdos donde, entre unos pocos amigos, arreglamos el mundo entre entremeses de anécdotas, copas de historias, platos de leyendas y fuentes repletas de nostalgias y añoranzas.

Y todo, tan cerquita de Dios presentado al pueblo, el Cristo guapo de la calle Oriente, el que nos enseñó a saltar a la piola y a cantar villancicos en el pesebre de su nacimiento, el que nos amaestró a bailar los trompos en ollas de inocencia y a saber atesorar la fe que todos le guardamos, tanto a Él (entre Misterio y Calvario) como a la Reina y Soberana que meció todas nuestras cunas entre nanas de Encarnación y tonadillas chocolateras de la Virgen de los Reyes.

La tertulia terminó con un tranquilo paseo hasta el Subcomité de Nervión y un abrazo fraterno de despedida que me llevé tatuado junto al alma de Sevilla, que siempre me acompaña... Sevilla, la Itimad de mis versos por los jardines del Alcázar, la Inés de mis amores secretos y de rondas de juderías, la Carmen trianera con la que pelo la pava, a la orilla del río, entre San Telmo y María Luisa, la Rosina que Fígaro me pone en suerte a las sombras del Callejón, la Giralda que vigila mis pasos y guarda mis suspiros...

La rima que siempre tengo para besar sus labios y decirle en un susurro, muy bajito, muy bajito: ¡Niña, cuanto te quiero!